La extraña fascinación de Trump por Putin

Donald Trump (EFE)

WASHINGTON. La extraña fascinación de Donald Trump por Vladímir Putin ha roto el discurso clásico hacia Rusia en las elecciones presidenciales de EEUU y dado a Moscú la excusa perfecta para intentar influir en ellas, pero no es suficiente para aclarar cómo cambiaría la relación bilateral si el magnate llega al poder.

En uno de los murales más fotografiados de Vilna, la capital lituana, Trump le da un beso de tornillo a Putin. Es una versión moderna de una pintada de 1990 en el muro de Berlín, que tenía como protagonistas a un líder soviético y otro de Alemania del Este. Pero en esta ocasión, los “amantes” tienen los ojos abiertos, vigilantes.

El candidato republicano ha elogiado reiteradamente a Putin, llamándolo “un líder fuerte” que sabe cómo dirigir su país, y ha llegado a asegurar que los dos se llevaban “muy bien”, antes de retractarse la semana pasada y reconocer que, en realidad, “nunca” le ha conocido en persona.

El presidente ruso le ha devuelto los halagos, al afirmar el pasado diciembre que es una persona “brillante y de talento”, el “líder absoluto en la carrera presidencial” en Estados Unidos.

Pero en la afinidad entre Putin y Trump hay un claro desequilibrio: es el magnate quien tiene desde hace décadas una extraña fascinación con Rusia, quien más ha cuestionado el “statu quo” entre las dos potencias y quien parece preferir el estilo del líder ruso al de cualquiera de los últimos presidentes de su país.

“Trump aspira a ser el tipo de líder que es Putin, mientras que Putin simplemente está elogiando a Trump por razones prácticas y políticas. Putin es, en cierto modo, lo que Trump sueña con ser”, explicó Michael Kofman, un experto en Rusia en el centro de estudios Wilson Center.

Como Putin, Trump cree haber conectado con algo profundo en la psicología de su pueblo, una sensación visceral de que su país ha perdido la fuerza que solía tener, y ve en el líder ruso un reflejo del músculo que a él le gustaría exhibir desde la Casa Blanca.

El director de la revista “The New Yorker”, David Remnick, que fue corresponsal en Rusia durante muchos años, escribió en un artículo esta semana que Putin “ve en Trump una gran oportunidad” y confía en “explotar” su “ignorancia” para su propio beneficio.

“Abrumado por sus propios problemas en casa, Putin ve un claro beneficio en tener a Estados Unidos liderado por un narcisista inculto que cree que las cuestiones geoestratégicas son tan fáciles de resolver como un acuerdo inmobiliario”, sostuvo Remnick.

Aún más rotundo se mostró el exdirector de la CIA Michael Morell en un artículo este viernes en el diario “The New York Times”.

“Al comienzo de las primarias, Putin puso a prueba la vulnerabilidad de Trump al halagarlo, y él respondió justo como Putin había calculado (...). En el negocio de la inteligencia, diríamos que Putin ha reclutado a Trump como un agente involuntario de la Federación Rusa”, opinó Morell.

Patinazos de Trump

Los patinazos de Trump en las entrevistas no le han ayudado a combatir esa imagen: el pasado domingo dijo a la cadena ABC News que Putin “no va a meterse en Ucrania”, algo que después trató de arreglar diciendo que se refería a que no habrá más interferencias rusas en ese país si él llega al poder.

En la misma entrevista, Trump también pareció justificar la anexión de Crimea, al asegurar que sus habitantes “prefieren estar con Rusia que donde estaban antes, y hay que tener eso en cuenta”.

Las dudas de Trump sobre la OTAN rematan su brusco desvío de la tradicional política estadounidense hacia Rusia, y cada vez son más quienes lo tachan de “marioneta de Putin” en los medios de EEUU.

Para Stephen Cohen, profesor emérito de estudios rusos en la Universidad de Princeton, ese tipo de caracterizaciones de Trump son “irresponsables” y desvían la atención de una serie de “preguntas legítimas” que EEUU tiene que hacerse sobre su política actual.

Trump “parece querer una nueva política estadounidense hacia Rusia. Y teniendo en cuenta el peligro (de la tensión actual), creo que como ciudadanos estadounidenses nos merecemos ese debate”, declaró Cohen la semana pasada a la cadena de televisión CNN.

El acercamiento del magnate a Rusia encaja, según otros analistas, con sus propias ambiciones como empresario y la sensación de historia inacabada que le dejaron sus muchos intentos de erigir una Torre Trump en Moscú y de vender su propio vodka en ese país.

Según la revista “Time”, varios proyectos de Trump fuera de EEUU han tenido financiación rusa, y uno de los asesores de su campaña, Carter Page, tiene lazos con la petrolera estatal rusa, Gazprom.

Con ese panorama, muchos ven claro por qué a Rusia podría interesarle piratear los correos del Comité Nacional Demócrata y debilitar a Hillary Clinton justo cuando iba a ser coronada como candidata presidencial, como denuncia su campaña.

Pero Trump “también es impredecible y voluble”, lo que, según Kofman, no conviene demasiado a Putin y hace imposible prever cómo cambiaría la relación si el magnate que adula al Kremlin consiguiera llegar a la Casa Blanca.