De la opresión al laicismo, la metamorfosis chilena entre las visitas papales
El rechazo social a prácticas delictivas en ocasiones ocultadas por la jerarquía eclesiástica es tal que incluso la Conferencia Episcopal de Chile reconoce hoy la necesidad de dar “pasos concretos” para el reconocimiento de los abusos y la reparación a las víctimas.
SANTIAGO DE CHILE. Del clamor por la libertad en medio de la dictadura que reprimía con dureza cualquier disidencia al creciente laicismo y la pérdida de influencia de la Iglesia católica, Chile ha vivido profundas transformaciones sociales y políticas en los treinta años transcurridos entre las dos visitas papales.
Cuando el próximo lunes el papa Francisco llegue a Santiago, se encontrará con un país muy diferente al que conoció Juan Pablo II en 1987, cuando Karol Wojtyla fue testigo directo de las protestas sociales y el intento de la dictadura de Augusto Pinochet de legitimar el régimen.
Chile es hoy el país de América Latina que peor evalúa al pontífice, el que cuenta con menos católicos y el que menos confía en la Iglesia católica, según un estudio de la consultora Latinobarómetro que aborda la evolución de la opinión que tienen los latinoamericanos sobre la religión y el papa en los últimos 22 años.
Según la directora de Latinobarómetro, Marta Lagos, esto se debe a dos fenómenos, “la pérdida de confianza de los católicos en la Iglesia y el aumento de quienes se reconocen como agnósticos, ateos o sin religión”, además del “fuerte avance de la religión evangélica”.
En Chile, el porcentaje de católicos ha bajado de 74 % en 1995 a 45 % en 2017, una disminución que se ha ido acentuando desde 2010, año en que bajó de 65 % a 60 %, coincidiendo con el destape del “caso Karadima”, un proceso abierto primero ante la autoridad eclesiástica y posteriormente ante la justicia ordinaria a raíz de las denuncias de abusos sexuales contra menores por parte del influyente sacerdote Fernando Karadima.
El rechazo social a estas prácticas delictivas en ocasiones ocultadas por la jerarquía eclesiástica es tal que incluso la Conferencia Episcopal de Chile reconoce hoy la necesidad de dar “pasos concretos”, aprovechando la visita del papa, para el reconocimiento de los abusos y la reparación a las víctimas.
“La Iglesia católica es una iglesia viva, que está movilizándose, pero también es una iglesia de dolor, pecado, abuso y, posiblemente, silenciamiento de situaciones del pasado. Con esa Iglesia real viene a encontrarse el papa Francisco y no la vamos a ocultar”, admite el portavoz de los obispos, Jaime Coiro.
Pero además de los casos de pederastia, otro elemento puede alterar el viaje apostólico de Jorge Mario Bergoglio a Chile.
Se trata de las protestas de los sectores radicales del movimiento mapuche, que exigen que el pontífice pida perdón por “la colaboración de la Iglesia católica con el genocidio y la confiscación de los territorios” durante la conquista de la Araucanía, tierra de origen de esa comunidad étnica.
Sortear los conflictos políticos y sociales o hacerles frente es un dilema que también hubo de enfrentar Juan Pablo II en su visita a Chile en 1987, la primera del Obispo de Roma a este país.
Hace 30 años, la llegada de Juan Pablo II a Chile “fue vista por la dictadura como una oportunidad para legitimarse ante el mundo, después de que Naciones Unidas condenara al Gobierno de Pinochet por la violación sistemática de los derechos humanos”, explica a Efe el periodista Sergio Campos, Premio Nacional de Periodismo 2011.
Por aquel entonces, el régimen militar era criticado con decisión por la Iglesia católica, encabezada por el cardenal Silva Henríquez.
Juan Pablo II, cuya mediación evitó “in extremis” un enfrentamiento bélico entre Chile y Argentina en 1978 a causa del canal de Beagle, fue bautizado como “Mensajero de la Paz” por el régimen.
Pero los medios de comunicación independientes y la Iglesia chilena prefirieron llamarle “Mensajero de la Vida”, en clara alusión al valor de las personas desaparecidas, ejecutadas, torturadas y perseguidas por la dictadura, recuerda Campos.
Para el diplomático y especialista en temas internacionales Fernando Reyes Matta las visitas de ambos papas “tienen coincidencias y diferencias significativas”.
“Juan Pablo II vino a Chile cuando el país sufría y vivía con la esperanza de más libertad, derechos humanos respetados, convivencia sin represión ni militares en el poder”.
Y ahora llega Francisco “cuando está en el aire la búsqueda de nuevas dimensiones de democracia, una convivencia más humana e igualitaria, y la creación de nuevos ámbitos constitucionales, legales y de justicia social”, apunta Reyes Matta.
Entre ambas visitas hay diferencias significativas. Antes, “a los chilenos les importaba la política y había respeto por sus dirigentes, que luchaban por el derecho a vivir y promover sus ideas”.
En la actualidad, “la política está desprestigiada, la abstención electoral es muy alta, y la confianza en el Parlamento y en las autoridades gubernamentales se ha deteriorado mucho”, agrega.
Además, en 1987 “la Iglesia era cercana y estaba considerada como el refugio para los oprimidos y los perseguidos, defensora de los derechos humanos y vocera de los pobres”.
Mientras que hoy la institución se ve cruzada por escándalos de abusos sexuales y ha dejado de ser el referente moral que fue en el pasado.
“Por eso el papa Francisco será recibido con entusiasmo, porque se siente que él está mucho más ligado a esa Iglesia que tuvimos décadas atrás que a la que tenemos hoy”, concluye Reyes Matta.
Manuel Fuentes