Inquilinos del hospital "sin querer queriendo"

Enfermos en el hospital

SANTO DOMINGO.-Chico Beicé de 19 años, Manuel Pinales de 20, Edwin Lará de 28 y Ramón Rodríguez de 70 quizás ni se conocen, aunque llevan más de un mes compartiendo sala; pese a las diferencias entre ellos tienen tres cosas en común: problemas en la columna vertebral, abandono parcial de los parientes y falta de recursos para sobrevivir.

Estas cuatro personas no son ni un puñado de las muchas que, por las necesidades económicas y familiares, se han "mudado" en el Hospital Darío Contreras contra su propia voluntad. Se volvieron inquilinos sin querer queriendo.

Chico

hico Beicé es un nacional haitiano que llegó al centro de salud capitalino después de permanecer dos meses interno en un hospital de Neyba, comunidad donde sufrió un accidente al caerse de un cocotero cuando se ganaba la vida. Quien le había contratado para el trabajo emprendió la huída cuando notó la gravedad del herido.

El extranjero lleva 11 años en República Dominicana. Vivía con un hermano que se quedó en la parte sur del país y lo ha dejado a la merced de la suerte; Chico necesita una operación en la columna vertebral porque sufrió una desviación y varias lesiones.

"Cuando estaba en Neyba mi hermano fue una sola vez en los dos meses que duré, pero ya en lo que tengo aquí -Santo Domingo- no me ha llamado ni nada", contó.

Con mucho esfuerzo logra ponerse de pie, pero se le imposibilita caminar sin muletas porque no retiene fuerzas en sus rodillas. Se alimenta de la comida que ofrecen en el hospital y de lo que le llevan familiares de los otros pacientes.

Beicé es fácil de distinguir porque viste la misma ropa desde hace tres meses. El único pantaloncillo que tiene lo usa interdiario porque lo lava cuando lo usa y debe esperar a que se seque.

Manuel

Manuel Pinales encierra una de las historias más triste que hay en esta sala. Es hijo de un padre no vidente y una madre con discapacidad mental, ambos pobres, por lo que se dedicó a practicar béisbol para alcanzar alguna opción de burlar el destino de miseria que le deparaba.

Su esfuerzo parecía que tendría un final feliz, pero una tarde que viajaba en una motocicleta se estrelló en un barranco para no chocar un burro que se atravesó en el camino y desde entonces no ha podido caminar.

Los médicos le diagnosticaron una fractura cervical y en su brazo derecho. Solucionar ese problema le costaría 122,238.11 pesos, cantidad muy lejana de las posibilidades del enfermo.

Pero más que la carencia de recursos, a Manuel le duele la ausencia de sus parientes. Dice que entiende las discapacidades de sus progenitores, pero que ninguno de sus hermanos se ha presentado a su cama para conocer su estado.

Recibe la visita de algunos amigos y amigas de la iglesia que visitaba, quienes tampoco pueden costear el monto de las cirugías que necesita.

Por las lesiones que presenta, el ex deportista no puede sentarse ni pararse, los casi 40 días que lleva en el hospital los ha pasado acostado y leyendo, aunque confesó que anhela volver a jugar.

Edwin

Aunque los pacientes con problemas en la columna suelen permanecer más tiempo que el común de enfermos en el Dario Contreras, Edwin Lará ya lleva cuatro meses interno con muchas posibilidades de pasar la Navidad en la misma cama, sin ser operado.

Al igual que Chico Beicé, Lará se cayó de una mata de coco cuando intentaba tumbarlos para venderlos. Desde hace casi una década no consigue un empleo formal porque tiene problemas respiratorios que no son del agrado de los empleadores, o por lo menos es su versión.

En la línea que forma la columna vertebral en la espalda le sobresale una protuberancia similar a una pequeña joroba, deformación ocasionada por la caída en Monte Plata y la que requiere de intervención quirúrgica lo antes posible.

Sus padres murieron hace algunos años. Presenta los mismos problemas de ropa que los demás entrevistados, aunque tiene una hermana que lo visita los sábados. Se alimenta de la comida que ofrece el centro de salud y lo que otros pacientes comparten con él.

No tiene hijos ni esposa, sólo un Nuevo Testamento en miniatura que conserva al lado de la estrecha cama en que duerme y casi vive.

Para operarlo se necesitan más de 200,000 pesos.

Ramón

Con 70 años Ramón Rodríguez lleva poco más de un mes en el hospital, producto de una paliza que supuestamente le propinaron dos hombres bajo la orden de su patrón porque dejó perder dos vacas en Yaguate, San Cristóbal, que más temprano que tarde, aparecieron.

Con dificultad para hablar, narró que le dieron palos y patadas mientras se desangraba en el suelo y cuando vieron que no se movía lo llevaron al hospital, donde le detectaron desviación en la columna y lesiones graves en sus extremidades.

"Me siento más aliviado, aunque no puedo mover bien los pies y brazos; es como si no tuviera fuerzas para levantarlos", precisó.

Como el resto de los pacientes, está solo en el centro de salud capitalino. Sus hermanos Eulogio, Máximo, Emilián y Ramona Rodríguez viven en San Cristóbal. Argumenta la ausencia de sus parientes porque "no se han dado cuenta que estoy aquí".

No tuvo esposa ni vástagos, por lo que la única persona que le brinda ayuda es una señora que se pasa la mitad del día atendiendo enfermos ajenos.

Cada uno de los enfermos duerme en las mismas condiciones: una cama estrecha, ventanas rotas, insectos merodeando y uno que otro mal olor por las heces involuntarias de algunos pacientes.

En las habitaciones está prohibido sentarse en las camas de los pacientes, aunque no hay banquetas para enfrentar el cansancio. No es extraño ver dolientes sentados en el piso o las escaleras.

Al ingresar al H2 una estátua de Jesús con los brazos abiertos da la bienvenida. Los enfermos dicen que le han rezado mucho, pero no todas las súplicas han encontrado consuelo.  

Lo grave del caso es que la realidad de estas cuatros personas disímiles es compartida por otras, todas con una moraleja en común: en definitiva, el vecino es tu pariente más importante.