Hondon de la conciencia turística
En la coyuntura en que se encuentra el sector la necesidad de un plan sectorial es más aguda que nunca. Ese plan dirá con cuáles inversiones se va a provocar al sector privado para que realice las inversiones necesarias. Por Juan Lladó
Estamos en los tiempos de los hemisferios. El reciente torneo electoral dividió al país en dos mitades políticas de casi idéntica dimensión. Pero ganó la mitad que propone redimensionar la industria turística para que sea la locomotora del desarrollo nacional. Eso también implica que la política turística tendrá que formularse diferenciando bien a dos grandes hemisferios: el de los intereses del sector privado y el de los intereses públicos.
La reflexión es pertinente y oportuna porque la pasada semana tres prominentes líderes del sector turístico privado presentaron sus puntos de vistas de cara a los retos del próximo gobierno. Frank Rainieri, Rafael Blanco y Julio Llibre, al comparecer en un desayuno del Grupo de Comunicaciones Corripio, expusieron su percepción de las prioridades sectoriales. Mientras, un equipo técnico del presidente electo busca afanosamente la manera de conquistar la ambiciosa meta de los 10 millones de turistas para el 2022.
Es precisamente en esto último donde se dividen las aguas. Mientras el sector privado enfatiza las dificultades operacionales que confronta, el sector público está obligado a focalizarse en las tareas de hacer crecer el sector con un patrón de desarrollo que equilibre los beneficios de la actividad turística en el territorio. Para lograr 10 millones de turistas será preciso que ese desarrollo sea de gran escala y eso deberá consumir la mayor parte de las iniciativas gubernamentales.
El interés del sector turístico privado en que se alcance esa meta es solo marginal. Sus preocupaciones principales se centran más bien en sus propias operaciones. De ahí que definan el principal problema como la carga impositiva que agobia al sector, destacando el impuesto al avtur de los aviones y el no reembolso del Itbis. Para ellos los problemas del acoso de los vendedores ambulantes, los monopolios del transporte terrestre, el saneamiento de las áreas turísticas, la seguridad pública, la seguridad jurídica y el ordenamiento territorial son también graves. Esta vez, sin embargo, se cuidaron de no pedir más promoción turística.
Es obvio que esas problemáticas requieren de intervenciones estatales y, por tanto, se justifica que los líderes del sector privado requieran la atención de las nuevas autoridades. Pero es menos obvio que los retos a afrontar no deben quedarse en mayores prestaciones de parte del sector público. La otra cara de la moneda es la que al Estado más le interesa: los retos de desarrollo que comportan las actuales operaciones del sector. Entre la enorme tarea de hacer crecer la planta turística para que pueda manejar los 10 millones de turistas y el mejoramiento sustancial de las operaciones actuales está el meollo de la agenda desarrollista.
Ya se ha dicho en entregas anteriores que los retos de desarrollo sectorial son la diversificación del producto turístico, la sostenibilidad ambiental y la calidad de los servicios. Es en estas áreas donde la agenda desarrollista habría de concentrarse, tanto en la relativo a las actuales operaciones del sector como a los esfuerzos desplegados para su crecimiento. Tanto en una cosa como en la otra los desafíos son enormes. Embridar al sector turístico privado para que cumpla una agenda de desarrollo en sus operaciones no será fácil y los requerimientos de la tarea no harán simpáticas a las nuevas autoridades. En relación a hacer crecer la planta turística, el desafío de atraer nuevas inversiones es mayúsculo, especialmente en tiempos en que la inversión se ha ido hacia otros países competidores de la región (Colombia, Panamá y México).
Para diversificar el producto, por ejemplo, el Estado deberá propiciar el desarrollo de las Mipymes, los modelos de turismo comunitario y el desarrollo de facilidades en áreas geográficas que no son las de los resorts (p. ej. Montecristi, Pedernales). Un corolario obligado será el desarrollo institucional en los municipios turísticos. Y habrá que enfocarse también en apoyar el desarrollo de atractivos y añadir complementos a la oferta hotelera actual que hagan la estadía del turista más placentera e interesante. Pero tales tareas no son prioritarias para el sector privado.
En materia de sostenibilidad ambiental, al sector público le interesa que los hoteles adopten prácticas amigables al medio ambiente. Eso requiere que todos tengan un programa de gerencia ambiental y que inviertan en convertir su fuentes de generación a energía a renovables. Más importante aún es que se restauren los ecosistemas dañados por las actuales operaciones hoteleras y que se prevengan los daños ecológicos en los nuevos proyectos. Al país le vendría bien que el sector turístico se comience a preparar para hacerse carbono neutro.
En materia de calidad de los servicios, la formación del personal requerido por la industria es de interés de ambos sectores. Los recursos humanos que preparan el Infotep y las universidades deben continuar siendo aptos para la prestación idónea de niveles de servicio cada vez más sofisticados. Al Estado le toca procurar que esas instituciones mejoren sus prestaciones. Pero la otra cara de la moneda es la introducción de certificaciones que denoten ciertos estándares de calidad en el servicio. Y esos son requisitos que, una vez concebidos adecuadamente, debe imponerle el Estado a los negocios turísticos.
Lo anterior significa que la representatividad en el liderazgo del sector turístico privado debe mejorar sustancialmente. Se requiere de que Asonahores (o cualquier otra organización empresarial del sector) refleje mejor los imperativos de los propietarios extranjeros de los establecimientos hoteleros. Por otro lado, se requiere un sector público del turismo que, en los medios de prensa, comunique adecuada y frecuentemente sus prioridades sectoriales. Mejor aún si éstas estuvieran engarzadas en el plan sectorial que require la Estrategia Nacional de Desarrollo.
En la coyuntura en que se encuentra el sector la necesidad de un plan sectorial es más aguda que nunca. Ese plan dirá con cuáles inversiones se va a provocar al sector privado para que realice las inversiones necesarias para lograr la meta de los 10 millones de turistas. Ya el sector no puede seguir manejándose sobre la base de las improvisadas declaraciones de prensa que hace el sector turístico privado.
La sociedad dominicana tiene que adquirir conciencia de que los hemisferios de interés entre los sectores público y privado son diferentes. Es en la armonización de esos intereses donde estará el gran reto de las nuevas autoridades, so pena de crear un disturbio bipolar en el sector.
Para diversificar el producto, el Estado deberá propiciar el desarrollo de las Pymes y nuevos modelos turísticos.