El camino de la adopción

Xilber y sus padres

Durante 2011, 66 niños dominicanos encontraron familia. Sus padres por elección sortearon una ruta a veces larga, tediosa y frustrante para incorporarlos a su hogar, pero no cejaron. Hoy, dos parejas cuentan cómo fue ese viaje, y cuánto valió la pena.

Cuando Rosa Hernández (47 años) y Victtorio Pintauro (67 años) entraron a la sala de adopciones ese 16 de junio de 2004, tenían planes de conocer al niño que el Estado dominicano les había asignado como candidato. Por fin, tras años de papeleos y procedimientos, conocerían al que podría ser su hijo.

Habían recién entrado a la habitación cuando un moreno de apenas 10 meses, el primero en la sala, se cruzó en sus caminos y les cambió el esquema.

"Vio a mi esposo y le abrió los brazos. Se abrazaron y fue amor a primera vista", cuenta Rosa, emocionada hasta el día de hoy.

—Si no es este niño, yo espero -le dijo Victtorio, flechado ahí mismo.

Consultaron con el Consejo Nacional para la Niñez y la Adolescencia (CONANI), el organismo que administra las adopciones en el país, y la respuesta fue positiva: sí, podían entregarles al niño del apretón cariñoso.

Lo llamaron Enrico, y no se separaron más.

Una señal de amor
Xilber es un niño de tres años y medio, de procedencia haitiana, pero dominicano de nacimiento. Sus padres, Igone Agirrebeña (43 años) y Jesus María Galdós (47 años) son españoles. En España, donde viven, el niño no pasa desapercibido. "La gente reacciona con simpatía, pues es un niño muy simpático y alegre", señala la madre.

A su edad, Xilber todavía es muy joven para entender el tema de la adopción, pero sus padres han preparado el camino para el momento de la verdad: "No le escondemos nada, hablamos continuamente de nuestra estancia en República Dominicana, de cómo fuimos a buscarle", explica Igone. "También le hacemos mención al color su piel, y a su debido tiempo intentaremos que esté orgulloso de quién y de dónde es".

Llegar a Xilber fue un proceso largo, donde además de la burocracia tuvieron que sortear islotes de ineficiencia. La odisea, sin embargo, valió la pena: "La vida nos ha cambiado como de la noche al día. Ahora todo nuestro tiempo gira alrededor de Xilber y estamos encantados de ello. Es un niño muy feliz y alegre que nos tiene cautivados", cuenta Igone. "Con la edad que tenemos ya habíamos hecho de casi todo en esta vida, y el tener ahora a Xilber nos ha traído nuevos retos y responsabilidades que a la vez nos enriquecen mucho".

Y se da el tiempo para reflexionar: "Somos conscientes de que muchas familias se ven obligadas a dar a sus niños en adopción como señal de amor, pensando en que alguien pueda darle a su hijo o hija un futuro que ellos no pueden darle. Tiene que ser muy duro".

 

Buscar un hijo al otro lado del mundo
Cecilia Morales y Alfonso Armenteros son abogados especialistas en adopción internacional. Durante años han ayudado a parejas que vienen del extranjero a lidiar con el proceso que les exige una estadía de entre 4 y 6 meses en República Dominicana.

—Cuando vienen de afuera, los padres están súper depurados. Hay organismos en muchos países que te depuran cuando inicias el proceso de adopción internacional. Entonces vienes aquí, y te depuran de nuevo. Y luego que te vas con el niño tienes cinco años de supervisión allá. Cada seis meses tienes que enviar aquí un reporte, un informe con fotos y todo de cómo va la convivencia. Eso está muy bien, pero por eso mismo se podría acortar la convivencia aquí -reflexiona Morales.

Y si el tiempo de espera para la asignación de un niño es, en promedio, de entre 18 y 24 meses para los nacionales, quienes residen fuera deben aguardar aún más. La ley privilegia las adopciones dentro del país, lo que retrasa el proceso para los demás.

Es lo que le ocurrió a Igone y Jesus María. Después de años de intento por tener hijos biológicos, métodos asistidos mediante, se decidieron por la adopción. Como en España los tiempos de espera son eternos -pueden durar fácilmente nueve años-, miraron a República Dominicana.

Acudieron a las primeras reuniones informativas a principios de 2007. "Nos indicaron que la espera sería de aproximadamente seis meses, más una estadía de dos meses en el país", cuenta ella. A mediados de ese año ya tenían todos los documentos aprobados.

CONANI les asignó un niño de 18 meses en marzo de 2010. Habían pasado tres años, y la estadía en República Dominicana se había alargado a cinco meses y una semana. "Nosotros fuimos afortunados en poder estar los tres juntos todo el tiempo que duró el proceso, cosa que no siempre ocurre. En muchos casos las familias son separadas cuando alguno de los dos cónyuges tiene que volver a su país, por motivos laborales o familiares".

En promedio, puede haber unas doscientas peticiones de adopción en lista de espera, entre nacionales e internacionales.

La cara de la felicidad
Rosa se emociona cuando muestra fotos de Enrico: "Mira qué cosa preciosa". El chico, hoy de ocho años, es un moreno de sonrisa amplia y mirada cariñosa. "Mi familia lo adora, hasta los vecinos. Me lo cuidan como cosa loca. Todos lo quieren muchísimo. Es que si él hubiera estado aquí, viene, te abraza y te saluda", cuenta orgullosa.

Al momento de iniciar el proceso de adopción, ella y su marido vivían en Italia, de donde Victtorio  es oriundo. Imposibilitados para concebir, decidieron ser padres por elección. Iniciaron los trámites allá pero, en vista de las dificultades que implica el proceso internacional, se radicaron en República Dominicana.

Rosa es feliz con su hijo y asegura que volvería a adoptar. La situación, sin embargo, no le ha sido del todo fácil, básicamente por el racismo local. Ni ella ni su marido son morenos, al contrario de Enrico. Y no han faltado las personas sin tino: "Un día íbamos en una guagua y me dice una señora: ‘pero ese niño no es hijo tuyo". Los comentarios dirigidos directamente al niño también son parte de la historia.

Fuera de eso, cuenta Rosa, todo va bien. Enrico tiene excelentes notas en el colegio, y es amigo de todo el mundo. Está plenamente consciente de que es adoptado, y no tiene ningún problema con eso. "Hace como dos semanas, estábamos comiendo y me dice ‘mami, yo soy la persona más feliz de la tierra porque Dios me dio unos padres para que me adoptaran".

 

La Ley 136-03

El proceso de adopción en República Dominicana está regulado por la Ley 136-03. Incorpora una serie de trámites, evaluaciones y requisitos cuya sola lectura es engorrosa.

En términos generales, la ley postula dos modalidades de adopción: la de filiación desconocida y la de entrega voluntaria. El primer caso se da cuando el niño ha sido abandonado y no se conoce su origen. Es lo que ocurre con los bebés que son dejados en iglesias u hospitales.

El segundo caso implica que la persona que adopta ha tenido la responsabilidad de crianza y cuidado de un niño -hijo de un cónyuge fallecido, por ejemplo- y desea formalizar la adopción. Este proceso es significativamente más corto que en el caso anterior, porque no implica los plazos de la lista de espera (ver infografía).

Tanto residentes locales como extranjeros puedan adoptar niños dominicanos, para cualquiera de las modalidades, y el proceso en CONANI no tiene costo alguno.

¿Y qué se exige? Una serie de requisitos, que van desde los antecedentes penales, hasta una evaluación psicológica, médica, moral y económica. Después de aprobado el expediente de la pareja, y agotado el tiempo en la lista de espera, CONANI asigna un niño a los futuros padres.

Como hace notar Librada Vidal, gerente de adopciones de ese organismo, los plazos para la asignación varían según la cantidad de requerimientos que tengan los adoptantes: "Nadie dice ‘yo quiero lo que venga'. Todo el mundo tiene especificaciones". Un dato curioso es que son pocas las niñas entregadas para adopción: "El dominicano por cultura entiende que las niñas son más útiles: ayudan en el hogar, en el cuidado de los más chiquitos. Por ese motivo no hay tantas niñas abandonadas", explica Vidal. En otras palabras: quien desee adoptar una niña probablemente tenga que esperar un tiempo más largo.

Una vez que el niño es asignado, comienza el proceso real: vivir con él. Tras una semana de socialización, que implica visitas supervisadas de algunas horas con los padres, la pareja se lleva al niño a casa durante dos meses. Durante ese período son evaluados y si todo va bien, CONANI cierra el expediente y emite un certificado de idoneidad.

El proceso pasa entonces a los Tribunales de Niños, Niñas y Adolescentes, donde tras unas tres semanas de evaluación, surge la sentencia de adopción. Se abre luego un período de un mes donde existe la posibilidad de apelación de parte de CONANI. Si eso no ocurre -es difícil que suceda-, entonces la Corte de Apelación emite un certificado de no apelación.

El niño, o niña, ha sido oficialmente adoptado con los apellidos de sus padres por elección.