La ciudad se queda sin espacio para sus muertos
Los cementerios del Distrito Nacional y de los tres principales municipios de la provincia Santo Domingo tienen sus terrenos agotados. En el Cristo Redentor solo caben unos 562 más en nuevos espacios.
SANTO DOMINGO. La ciudad se está quedando sin espacios públicos para enterrar a sus muertos. A menos que se aumenten los terrenos de los cementerios, muchos habitantes del Distrito Nacional y de los tres principales municipios de la provincia Santo Domingo, dentro de un tiempo no tendrán lugares que comprar a los ayuntamientos, salvo hacer inhumaciones en espacios ya adquiridos.
De unos 17 cementerios municipales existentes en el Distrito Nacional, Santo Domingo Este, Santo Domingo Norte y Santo Domingo Oeste, solo cuatro tienen espacio disponible para atender la demanda de más de 2.8 millones de habitantes que residen en estas demarcaciones.
El Distrito Nacional es la zona que registra más defunciones por año y también la que de menos terreno dispone. De seis cementerios que posee, cinco están llenos y solo a uno, el Cristo Redentor, le queda poco espacio para nuevos adquirientes.
Un inventario realizado en junio pasado por la administración del Cristo Redentor arrojó que en las 20 manzanas en que están distribuidos sus 934,624 metros cuadrados, quedan 146 terrenos con capacidad para unos 562 cuerpos.
Santo Domingo Este es el segundo de los municipios en cuestión con mayor número de defunciones y solo tiene plaza -pero reducidas- en los aproximadamente 700,000 metros cuadrados del Cristo Salvador, uno de sus tres cementerios.
Santo Domingo Oeste, el tercero con más defunciones, ya no dispone de sitio en ninguno de sus cinco camposantos. Mientras, Santo Domingo Norte tiene un balance menos negativo, pues cuenta con espacio en el cementerio de Los Casabes y El Higüero.
“Estamos necesitando un terreno para un cementerio en Santo Domingo Oeste porque están llenos todos. En los que hay, solo los que tienen sus nichos pueden enterrar, el resto tiene que acudir al Cristo Redentor”, dice Luisa Castillo, secretaria de los cementerios del municipio.
Los munícipes se quejan de la falta de espacio y también del poco mantenimiento, comenta Antonio Peralta, custodia del cementerio municipal de Manoguayabo.
Junto con el Cristo Redentor, el Cristo Salvador es uno de los camposantos más grandes de la ciudad. Acoge cuerpos de todo el Gran Santo Domingo. Su administrador, Alfonso Gregorio, recuerda que años atrás se producían entre 10 y 12 sepelios al día, y actualmente entre 20 y 25. “Se agotaron (los espacios); para buscar un pequeño espacio hay que buscarlo como tirar una aguja y luego caerle atrás a la aguja”, expresa.
Llenos y con mucho que mejorar
Antes de que existieran cementerios municipales, los cuerpos se enterraban en los patios de las iglesias de la ciudad. Fue en 1824 cuando se inaugura el primero en Ciudad Nueva, en la avenida Independencia, de 16,232 metros cuadrados. Actualmente es un lugar histórico donde reposan los restos de fallecidos durante las guerras de la Restauración y de abril de 1965, figuras del arte y la literatura, entre otros.
En 1942 se abrió el Cementerio Nacional (244,266 metros cuadrados), en la hoy avenida Máximo Gómez, y luego en 1973 el Cristo Redentor, en Los Girasoles, donde están las tumbas del expresidente Joaquín Balaguer y la del líder perredeísta José Francisco Peña Gómez.
El crecimiento de la ciudad motivó a que se tomaran más terrenos para camposantos en lo que hoy es la provincia Santo Domingo, en Los Mina, por ejemplo.
El Cristo Salvador se abrió en 1990, en el límite con el Distrito Municipal San Luis en Santo Domingo Este. En la entrada del cementerio se erige una iglesia cuyos vidrios rotos e interior sucio, con basura y excrementos de animales, delatan su desuso. Un grupo de adolescentes juega béisbol en su frente mientras pasa a sus espaldas un cortejo fúnebre que se dirige hacia el interior del camposanto, cuyas tumbas se pierden entre la maleza y se llega por calles asfaltadas y callejones de caliche.
La noche anterior a la visita de Diario Libre, ladrones robaron el dinero del fin de semana de las oficinas administrativas del cementerio. Al preguntarle a un miembro de la seguridad si es cierto que se profanan tumbas para vender los esqueletos, lo niega, pero indica que se han encontrado sepulcros en los que falta el cráneo.
Tumbas abiertas... y no de resucitados
Al primer difunto que se entierra en un cementerio la tradición cultural lo llama el Barón del Cementerio, y lo sitúa como un enlace entre los mundos espiritual y físico.
Quienes siguen los rituales mágico-religiosos, acuden a su sepulcro a encender velas, rezar, leer las cartas y ofrendar alimentos, como arenque ahumado. En cada cementerio municipal, las tumbas tiznadas evidencian estas ceremonias, también la basura dejada, dando un aspecto sombrío.
Pero esto no es lo más lóbrego. Está la profanación de nichos, en cuyo interior se confunden entre los escombros partes esqueléticas envueltas en una curtida ropa blanca con que fue enterrado el cuerpo.
Los vigilantes -casi inexistentes en algunos cementerios- atribuyen la destrucción al saqueo para robar partes metálicas de las tumbas y venderlas. Cuentan, también, que algunos techos se derrumban por el peso de la gente que se sube arriba de éstos durante un sepelio.
Ir a estos lugares de duelo supone, además, una prueba para la integridad física del doliente.
Uno inseguro es el cementerio San Vicente de Paul del sector Vietnam, Los Mina. Allí se camina entre aglutinadas tumbas multicolores construidas, inclusive, en lo que anteriormente eran las calles internas del camposanto. El visitante es observado a lo lejos por jovencitos del barrio que se reúnen sobre los nichos. Ese miércoles que Diario Libre estaba en el lugar, un adolescente lanzó una pedrada que cayó cerca de un miembro del equipo. Luis Navarro, quien trabaja en el cementerio, les dio una reprimenda. No es la primera vez que tiene que hacerlo.
“Esto da pena; el 80% de las tumbas está desbaratado”, se queja Navarro.
Algunos de los cementerios de la capital son utilizados para consumir sustancias narcóticas y sostener encuentros sexuales, según denuncian residentes en los alrededores y empleados.
“Yo no visito con frecuencia la tumba de mi madre por temor a las fechorías que se cometen en los cementerios. Ella está enterrada (desde 2001) en el de la Máximo Gómez y, aunque es uno de los más concurridos, no me siento segura de entrar sin un acompañante”, expresa Laura Rodríguez.
La inseguridad es compañera de un descuido evidente. Los restos de quienes una vez fueron entes activos de la ciudad, yacen en camposantos con basura, maleza, ratones, calles sin asfalto, pintura deteriorada y sin puertas, y con la fetidez que producen excrementos humanos y la orina.
“¡Esto parece un basurero, no un cementerio, mira cómo está la basura y el mal olor! ¡El Ayuntamiento no viene a darle mantenimiento!”, se queja uno de los residentes cerca del cementerio de Manresa, en Santo Domingo Oeste. Cuando Diario Libre estuvo allí, no pasaron tres minutos sin que se asomara un ratón en alguna de las tumbas.
En Los Casabes, Santo Domingo Norte, aunque hay espacio para más sepulcros, la maleza da un aspecto de descuido al camposanto.
Los difuntos “esperan” por una mejor última morada
Los cementerios municipales son medios de ingresos para los ayuntamientos por las tasas que se cobran por la venta de terrenos e inhumaciones. En la ciudad funcionan sin un criterio unificado.
Domingo Contreras, coordinador de la Comisión Presidencial para la Reforma Municipal, informa que una comisión trabaja en una propuesta de reglamento a fin de adoptar un modelo funcional.