Carretera Internacional: una vía hacia la pobreza extrema
Cuando suele pasar un vehículo, cientos de niños salen a pedir
ELIAS PIÑA. La Carretera Internacional, que divide el territorio dominicano del haitiano y une a las provincias Elías Piña y Dajabón, es testimonio tangible del abandono y el menosprecio a la vida.
Al iniciar el recorrido de aproximadamente 60 kilómetros desde Pedro Santana, en Elías Piña, sobre el río Artibonito, que nace en tierra dominicana, pero que en su curso de unos 240 kilómetros beneficia la mayor parte a suelo haitiano, el panorama contrasta con sus cristalinas aguas, y la aridez de la parte haitiana.
Al transitar la carretera se observa un paisaje inhóspito: del lado dominicano la vegetación es testimonio de cuido, pero a solo tres o cuatro metros, en el lado izquierdo de la deteriorada vía, el terreno es agreste, donde sólo abundan piedras y malezas, y a lo lejos, humo de los hornos en los que se hace carbón.
Del lado haitiano, lo único verde que se ve en el trayecto son las matas de mangos, que los haitianos respetan, para por lo menos en tiempo de cosecha tener con qué mitigar el hambre.
La trayectoria
La meta es Restauración, pero para llegar, las malas condiciones del camino solo permiten una velocidad menor a 20 kilómetros por hora y, en algunos tramos, hay que detenerse totalmente.
En el trayecto sólo hay pequeños poblados haitianos como La Croix, Nantoro, La Source, El Corte, Tirolí y Calavacié. De este último, uno de los más poblados, decenas de niños se desprenden corriendo de las montañas cuando avistan la polvareda de los vehículos.
Harapientos, descalzos y muchos desnudos, extienden su mano derecha y con la izquierda se tocan la barriga en señal de hambre. Todos en el trayecto hacen la misma señal, y en su escaso español repiten: “Dame cinco peso”.
Los viandantes les tiran panes, galletas, pedazos de frutas, botellitas de agua, bombones y otros comestibles, por los que se pelean para obtener un pedazo, mientras se confunden en el polvo dejado por las más de una decena de lujosas y modernas yipetas escoltadas por una unidad del Cesfront, en la que viaja el aspirante a la Presidencia, Reinaldo Pared Pérez.
En Calavacié, una de las “comunidades” más pobladas, una niña de unos 13 años, al ver que ninguno de los vehículos se detiene, se hinca al lado de la carretera y extiende sus brazos como Jesús, clamando por alguna ayuda. Otros niños corren detrás de los vehículos, entre ellos, una considerable cantidad de niñas embarazadas, lo que hace predecir que el círculo de la miseria se repetirá.
Vigilancia
En Los Cacaos, existe un pequeño poblado haitiano a la orilla de la vía y como para limitarlos, las autoridades dominicanas construyen un poblado. Allí se produce un pequeño mercado binacional los lunes y viernes.
Más adelante, a escasos metros de un cuartel del Ejército dominicano, en una vivienda del lado haitiano, más de una decena de sacos repletos de carbón bordean la casucha.
En la localidad dominicana de Guayajayuco, próximo a Restauración, el Ministerio de Medio Ambiente, cuando su titular era Jaime David Fernández Mirabal, sembró decenas de pinos, pero los haitianos que viven al frente les prenden fuego en los troncos para secarlos y en otros casos, poco a poco les dan hachazos y machetazos. Aquí también se intercambian productos durante la semana, y haitianos y dominicanos viven sin mayores inconvenientes, un poblado frente al otro.
A partir de ahí, la vegetación cambia totalmente y se observan grandes plantaciones de pino y de árboles nativos en todo el trayecto de la confortable vía.
Pared Pérez, auspiciador de la travesía, definió de “incomparable” lo que vio y entiende que hay que ir en auxilio de los habitantes de la frontera.
En la frontera se carece de todo
En la localidad El Corte, donde existe un poblado haitiano, y al frente un cuartel militar dominicano, un joven haitiano identificado sólo como Joseph, responde tímidamente algunas preguntas de los periodistas sobre la situación en la localidad.
Dice que no encuentran qué trabajar, sobre todo los jóvenes, y que el poblado en donde viven fue construido con ayuda de dominicanos.
"No hay ná, no hay ná", repite el muchachos de unos 20 años, al responder las preguntas, muchas de las cuales parece no entender.