Carter, Haití y otro encuentro con el expresidente
La sentencia 168/13. El exmandatario estadounidense cuestionó la decisión del Tribunal Constitucional sobre los hijos de extranjeros nacidos en el país
Aquel invierno norteamericano del 2014 fue particularmente frío y no solo por las temperaturas extremas. La República Dominicana estaba bajo asedio mediático en los Estados Unidos a causa de la sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional.
Como embajador dominicano en Washington, me había impuesto la obligación de defender mi país, con todas mis habilidades. Además, la disposición del TC es mandatoria para todas las instancias del Estado. El punto controversial no era tanto la determinación de la nacionalidad, reservada para las personas nacidas en territorio dominicano de uno o ambos padres dominicanos o residentes legales. Se interpretaba antojadizamente el dispositivo que establece la vigencia de esa regla a partir de 1929, y de ahí que se nos acusara erradamente de privar retroactivamente de la nacionalidad a miles de extranjeros, básicamente haitianos.
Me arremangué y subí al ring desde los primeros ataques, sin esperar instrucciones. Luego, con el apoyo total del Poder Ejecutivo se trazó una línea de defensa e información en todos los frentes, contrarrestando la campaña promovida por la fundación de Ethel Kennedy (RFK Partners for Human Rights), la viuda del senador Robert Kennedy; y detrás del telón, otra ONG, del multimillonario George Soros. Enrolados en la causa figuraban también los llamados liberales de Washington, grupos de afroamericanos, congresistas, intelectuales de la diáspora y sectores religiosos, entre otros. A la vanguardia marchaba el ACNUR, a cuyo representante en el país le enmendó la plana con gallardía, en una reunión en la oficina en Washington de la cual dependía, el entonces ministro de la Presidencia, Gustavo Montalvo. Muy de cerca, la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Arrancaba el año y mi preocupación se centraba en la visita oficial que haría a Washington el presidente haitiano, Michel Martelly. Sabíamos que tenía pautada una reunión privada con el Black Caucus, el grupo de legisladores afroamericanos al que pertenecían algunos de los más connotados críticos. Coordinamos con anticipación visitas a Capitol Hill y reuniones con Gregory Meeks, promotor de una resolución de condena al país, y Maxine Waters, también abanderada de Haití al igual que John Conyers y Karen Bass. El enemigo no era Haití ni su diplomacia, como comprobé luego de la reunión de Martelly con el presidente Barack Obama. El secreto profesional se impone.
El Centro Carter
El Centro Carter es un referente global en la defensa de los derechos humanos, por lo que me planteé una visita para conversar con el expresidente. Necesitaba un contacto y pedí ayuda a un amigo empresario que se preocupa por los asuntos internacionales. José Singer, cercano al canciller Carlos Morales Troncoso y quien después nos representaría con distinción en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se las arregló para que yo pudiese canalizar exitosamente la solicitud de entrevista.
La gran nevada del 28 de enero del 2014 en Atlanta, conocida como "Snowpocalypse" o "Snowmageddon", frustró la entrevista con Carter para explicarle la sentencia del TC y los planes oficiales para remediar la situación de los afectados.
Prontamente obtuve otra cita y pedí a Singer que me acompañara junto al asesor legal de la embajada. Nos reunimos los tres en el aeropuerto Hartsfield-Jackson, el más concurrido del mundo por volumen de pasajeros y operaciones, y de allí partimos hacia el Centro Carter, en las afueras de Atlanta. Me reuniría por segunda vez con el expresidente, ahora como vocero oficial de mi país y no como el periodista de abril de 1996.
Rodeado por el Freedom Park, el Centro Carter, junto a la biblioteca y el museo que llevan el nombre del expresidente cuyos funerales se ofician hoy en Washington, ocupa un área de gran belleza, con jardines bien cuidados, plantas nativas y áreas dedicadas a la reflexión y el esparcimiento. El equilibrio entre el diseño paisajístico interno y la naturaleza circundante hace del Centro Carter un lugar único. Mi mente, sin embargo, estaba ocupada en otra belleza: articular y explicar con coherencia la decisión del TC.
La reunión
Carter nos recibió el 24 de febrero a las 11:15 de la mañana con cara de pocos amigos. Resultó difícil romper el hielo, pese a la ayuda de Singer y el abogado acompañante. Pronto comprendí que estaba molesto con el país por algo más que la sentencia del TC. El Gobierno había incumplido un acuerdo con el Centro para un programa de eliminación de la malaria y la filariasis linfática a ambos lados de la frontera.
El tema sanitario surgió una y otra vez y me comprometí a gestionar una solución lo antes posible, a fin de que una delegación de expertos del Centro Carter se reuniera con las autoridades del ministerio de Salud dominicano. Entré en materia poco esperanzado de que mi mensaje llegaría con la efectividad deseada. El expresidente, ya con 90 años, estaba convencido de que la sentencia violaba los derechos de miles de inmigrantes. De todas maneras, estaba allí para exponer la posición de mi gobierno y lo hice lo mejor que pude, con la cooperación inestimable de mis dos compañeros.
La reunión terminó con la misma frialdad que comenzó. Al final, la foto para salvar la situación y la promesa de que me la enviarían posteriormente a Washington. En el automóvil de vuelta al aeropuerto para retornar a la capital norteamericana, Singer, con quien colaboraría en el Consejo de Seguridad, describió la reunión con tono pesimista. Tenía toda la razón.
Seguimiento
En mayo volví al ataque y envié una larga carta a Carter en la que le explicaba las medidas tomadas por el Gobierno y que le había anunciado en la entrevista. "Me complace informarle que el Congreso dominicano aprobó una ley sometida por el Poder Ejecutivo que remedia la situación de los hijos de extranjeros sin estatus migratorio nacidos en la República Dominicana", empezaba diciendo. En el párrafo siguiente administraba la medicina diplomática:
"Esa ley es el resultado de un amplio e inclusivo proceso de consultas, contándose la sociedad civil, líderes religiosos, políticos y empresarios, lo que posibilitó su rápida y unánime aprobación por el Congreso. Se preparó con el firme propósito de encontrar una salida humanitaria al caso..."
Días después, en un sobre con el sello del expresidente, me fue devuelta la carta con una nota a mano escrita por Carter en un espacio en blanco: "Al embajador de Castro: Gracias por esta explicación. Confío en que la nueva ley será aplicada con compasión y comprensión. Mis mejores deseos, Jimmy Carter".
De nuevo Carter
Dos meses más tarde, Carter me hizo llegar una comunicación para el presidente Danilo Medina y que, por supuesto, traduje y remití de inmediato por vía del Ministerio de Relaciones Exteriores. ¿Tema? Las enfermedades en la frontera.
El Carter humanitario se mostraba en toda su extensión. Su lectura de los derechos humanos no se limitaba a conquistas de valor reducido cuando se carece de cuestiones básicas, como el acceso a medicinas contra enfermedades inexistentes en el mundo desarrollado. De ahí su insistencia en el proyecto para eliminar la malaria y la filariasis linfática en los dos países que ocupan La Española.
Su respuesta a mi carta y continuación del programa sanitario eran un voto de confianza en el gobierno y el pueblo dominicanos, al que, justo es señalarlo, brindó atención desde sus años en la presidencia de los Estados Unidos. Que con noventa años continuara empeñado en mejorar la vida de dominicanos y haitianos renovó mi admiración hacia ese gran hombre que vivió hasta el final en el pueblo de Georgia donde nació, creció, sembró y cosechó maní. Pero donde también, cada domingo, enseñaba las creencias en las que se afincó para ser un hombre de bien.
La fotografía de ambos me llegó oportunamente a la embajada en Washington, debidamente dedicada.