Pedernales y su gracia seductora
La comarca está preñada de golosos atractivos, entre los cuales sobresalen Bahía de las Águilas, las islas Beata y Alto Velo, el Hoyo de Pelempito, Cabo Rojo y el villorio haitiano de Anse Pitre. Por Juan Llado
El auténtico habitáculo de la dominicanidad es difícil de encontrar. Amén de que tan idílico sitio pudiera definirse de diferentes formas, el mismo concepto de dominicanidad está sujeto a controversia. Pero identificar el pueblo del interior que calificaría como tal sería una buena aproximación, especialmente si se puede usar como atractivo turístico. Su selección exigiría comparar los pueblos candidatos con Pedernales y su gracia seductora.
Este apartado rincón de nuestra geografía tiene una historia sin cataclismos. Sus primeros pobladores llegaron de Duvergé en el 1907 y otros se agregaron luego procedentes de Enriquillo y Oviedo. En 1927 el gobierno de Horacio Vásquez creó allí una colonia agrícola, cual atalaya dominica en la frontera, a cargo del afamado escritor Sócrates Nolasco. Elevado a municipio en 1947, pasó a ser la capital de la provincia Pedernales cuando ésta se creó diez años más tarde. Con solo 30,000 habitantes, hoy día la provincia es la menos poblada del país y la sexta en territorio.
Sorprenderá que este pueblo, tan poco conocido a nivel nacional, pudiera considerarse paradigmático. Su escasa población de apenas 15,000 habitantes, su reconditez y su proximidad a Haití sugieren otra cosa. En virtud de eso y de su relativa marginalidad geográfica, Pedernales más bien calificaría como un convidado de piedra en el imaginario nacional. Y esto no se deriva de que su nombre y el del adyacente río Pedernales reflejan la abundancia del mineral pedernal en su entorno.
Una visita, sin embargo, despeja de inmediato tan indeseable prejuicio. La gran expectación que crea el largo recorrido para llegar al pueblo es redimida con creces por la agradable sensación que produce su aspecto físico. De calles anchas, limpias y asfaltadas, con la mayoría de las viviendas de cemento y en buen estado, el pueblo irradia un halo de tranquilidad y armonía que embarga fácilmente al más escéptico.
Otrora refugio de delincuentes, Pedernales hoy se jacta de una bajísima criminalidad. De hecho el contacto con sus acogedores pobladores, matizado con limpias sonrisas, causa inmediata distensión. La gente es buena y solidaria en este remanso de paz. Las múltiples arboledas generan una agradable frescura aun cuando la temperatura promedio ronda los 29° y cae poca lluvia. Por su lado, los ubicuos injertos de modernidad, presentes en letreros de "cyber cafés", discos y del "Mazacote Barber Shop", desmienten su aislamiento y contrastan con la pobreza material que arropa a sus habitantes.
El toque de distinción se lo pone a Pedernales la juntura con un mar esplendoroso. El malecón es pequeño y anodino, pero el oleaje es bravío y el color azul intenso. Al ser la pesca una de las principales actividades económicas, existen varios restaurantes de mariscos donde se come bueno y barato. Por su parte, la comarca está preñada de golosos atractivos, entre los cuales sobresalen Bahía de las Águilas, las islas Beata y Alto Velo, el Hoyo de Pelempito, Cabo Rojo y el villorio haitiano de Anse Pitre, accesible con solo cruzar la frontera en el costado oeste del pueblo. El hecho de que la zona posee el mayor endemismo del Caribe insular la califica como una meca ecoturística.
Por desgracia los turistas son escasos en Pedernales. A pesar de una masiva ayuda de ONG internacionales y la existencia de un activo clúster turístico, todavía los contados visitantes son solo de fin de semana y no todos pernoctan en el pueblo. Los líderes comunitarios se desgañitan pidiendo ayuda gubernamental para despegar el turismo en grande, pero las restricciones de las áreas protegidas cercanas y la desidia de los políticos conspiran en contra. ¿Sería una buena estrategia presentarse entonces como habitáculo de la dominicanidad?
Varios pueblos del país podrían competir por ese título. Las Matas de Farfán, San José de Ocoa, Paraíso, Miches, San José de las Matas y Montecristi están entre ellos. Los dos primeros conservan los encantos de la vida pueblerina, además de tener la vegetación más frondosa en sus parques municipales. Paraíso y Miches, por su lado, decantan el dulce arrullo de los mundillos aldeanos y tienen frentes marinos. Y los dos últimos deslumbran por la abundancia de atractivas viviendas de madera que, con el melodioso crepitar de la lluvia sobre sus techos de zinc, engendran sueños y utopías.
Sánchez es digno de mención por ser tan sui generis. A pesar de estar enclavado en "el mismo trayecto del sol" o ruta de los turistas que visitan la península de Samaná, esta aldea de pescadores no ha sido consumida por la vorágine comercial que azota algunas de ellas. Su lodoso mar, enturbiado por la desembocadura del río Yuna, explica que no se haya convertido en un panal turístico, aun cuando conserva intactos los rasgos típicos de un pueblito dominicano.
La comparación de Pedernales con esos otros pueblos arroja singularidades para este bastión de dominicanidad en la frontera. Pedernales no tiene ni los bellos parques municipales ni las encantadoras casas de madera. Aunque tiene frente de mar no podría alegarse que el mismo supera a los de Paraíso o Miches. En lo único que existe un paralelismo con los demás pueblos candidatos es en el ambiente orlado de ensueños que campea por sus fueros. Pero eso no le otorga una ventaja comparativa.
Lo que diferencia a Pedernales de los demás candidatos son los extraordinarios recursos naturales de su entorno. La prístina belleza de sus playas y acantilados, la majestuosa presencia de la Sierra de Bahoruco y sus cambiantes microclimas y su adyacencia a Haití, conforman un todo superior. Esa sería la razón turística para aconsejar una visitación en procura de oxigenar nuestras vidas. Aquel que disfruta de los ambientes no construidos y naturales encontrará allí un potosí de satisfacciones estéticas y espirituales.
Pero nada de eso puede explicar la sempiterna magia de Pedernales. Lo que pudiera hacerlo son tres factores que le otorgan singularidad: 1) el elevado endemismo de la zona, 2) su vinculación a Haití, y 3) ser el pueblo más aislado del país. Tales cualidades lo califican como único e irrepetible, aunque esa singularidad no le confiera el título de genuino habitáculo de la dominicanidad. El concepto, envuelto en llamas, es tan huidizo que habrá que seguir buscando.
Tres factores otorgan singularidad a Pedernales: el elevado endemismo de la zona, su vinculación a Haití y ser el pueblo más aislado del país.
El auténtico habitáculo de la dominicanidad es difícil de encontrar. Amén de que tan idílico sitio pudiera definirse de diferentes formas, el mismo concepto de dominicanidad está sujeto a controversia. Pero identificar el pueblo del interior que calificaría como tal sería una buena aproximación, especialmente si se puede usar como atractivo turístico. Su selección exigiría comparar los pueblos candidatos con Pedernales y su gracia seductora.
Este apartado rincón de nuestra geografía tiene una historia sin cataclismos. Sus primeros pobladores llegaron de Duvergé en el 1907 y otros se agregaron luego procedentes de Enriquillo y Oviedo. En 1927 el gobierno de Horacio Vásquez creó allí una colonia agrícola, cual atalaya dominica en la frontera, a cargo del afamado escritor Sócrates Nolasco. Elevado a municipio en 1947, pasó a ser la capital de la provincia Pedernales cuando ésta se creó diez años más tarde. Con solo 30,000 habitantes, hoy día la provincia es la menos poblada del país y la sexta en territorio.
Sorprenderá que este pueblo, tan poco conocido a nivel nacional, pudiera considerarse paradigmático. Su escasa población de apenas 15,000 habitantes, su reconditez y su proximidad a Haití sugieren otra cosa. En virtud de eso y de su relativa marginalidad geográfica, Pedernales más bien calificaría como un convidado de piedra en el imaginario nacional. Y esto no se deriva de que su nombre y el del adyacente río Pedernales reflejan la abundancia del mineral pedernal en su entorno.
Una visita, sin embargo, despeja de inmediato tan indeseable prejuicio. La gran expectación que crea el largo recorrido para llegar al pueblo es redimida con creces por la agradable sensación que produce su aspecto físico. De calles anchas, limpias y asfaltadas, con la mayoría de las viviendas de cemento y en buen estado, el pueblo irradia un halo de tranquilidad y armonía que embarga fácilmente al más escéptico.
Otrora refugio de delincuentes, Pedernales hoy se jacta de una bajísima criminalidad. De hecho el contacto con sus acogedores pobladores, matizado con limpias sonrisas, causa inmediata distensión. La gente es buena y solidaria en este remanso de paz. Las múltiples arboledas generan una agradable frescura aun cuando la temperatura promedio ronda los 29° y cae poca lluvia. Por su lado, los ubicuos injertos de modernidad, presentes en letreros de "cyber cafés", discos y del "Mazacote Barber Shop", desmienten su aislamiento y contrastan con la pobreza material que arropa a sus habitantes.
El toque de distinción se lo pone a Pedernales la juntura con un mar esplendoroso. El malecón es pequeño y anodino, pero el oleaje es bravío y el color azul intenso. Al ser la pesca una de las principales actividades económicas, existen varios restaurantes de mariscos donde se come bueno y barato. Por su parte, la comarca está preñada de golosos atractivos, entre los cuales sobresalen Bahía de las Águilas, las islas Beata y Alto Velo, el Hoyo de Pelempito, Cabo Rojo y el villorio haitiano de Anse Pitre, accesible con solo cruzar la frontera en el costado oeste del pueblo. El hecho de que la zona posee el mayor endemismo del Caribe insular la califica como una meca ecoturística.
Por desgracia los turistas son escasos en Pedernales. A pesar de una masiva ayuda de ONG internacionales y la existencia de un activo clúster turístico, todavía los contados visitantes son solo de fin de semana y no todos pernoctan en el pueblo. Los líderes comunitarios se desgañitan pidiendo ayuda gubernamental para despegar el turismo en grande, pero las restricciones de las áreas protegidas cercanas y la desidia de los políticos conspiran en contra. ¿Sería una buena estrategia presentarse entonces como habitáculo de la dominicanidad?
Varios pueblos del país podrían competir por ese título. Las Matas de Farfán, San José de Ocoa, Paraíso, Miches, San José de las Matas y Montecristi están entre ellos. Los dos primeros conservan los encantos de la vida pueblerina, además de tener la vegetación más frondosa en sus parques municipales. Paraíso y Miches, por su lado, decantan el dulce arrullo de los mundillos aldeanos y tienen frentes marinos. Y los dos últimos deslumbran por la abundancia de atractivas viviendas de madera que, con el melodioso crepitar de la lluvia sobre sus techos de zinc, engendran sueños y utopías.
Sánchez es digno de mención por ser tan sui generis. A pesar de estar enclavado en "el mismo trayecto del sol" o ruta de los turistas que visitan la península de Samaná, esta aldea de pescadores no ha sido consumida por la vorágine comercial que azota algunas de ellas. Su lodoso mar, enturbiado por la desembocadura del río Yuna, explica que no se haya convertido en un panal turístico, aun cuando conserva intactos los rasgos típicos de un pueblito dominicano.
La comparación de Pedernales con esos otros pueblos arroja singularidades para este bastión de dominicanidad en la frontera. Pedernales no tiene ni los bellos parques municipales ni las encantadoras casas de madera. Aunque tiene frente de mar no podría alegarse que el mismo supera a los de Paraíso o Miches. En lo único que existe un paralelismo con los demás pueblos candidatos es en el ambiente orlado de ensueños que campea por sus fueros. Pero eso no le otorga una ventaja comparativa.
Lo que diferencia a Pedernales de los demás candidatos son los extraordinarios recursos naturales de su entorno. La prístina belleza de sus playas y acantilados, la majestuosa presencia de la Sierra de Bahoruco y sus cambiantes microclimas y su adyacencia a Haití, conforman un todo superior. Esa sería la razón turística para aconsejar una visitación en procura de oxigenar nuestras vidas. Aquel que disfruta de los ambientes no construidos y naturales encontrará allí un potosí de satisfacciones estéticas y espirituales.
Pero nada de eso puede explicar la sempiterna magia de Pedernales. Lo que pudiera hacerlo son tres factores que le otorgan singularidad: 1) el elevado endemismo de la zona, 2) su vinculación a Haití, y 3) ser el pueblo más aislado del país. Tales cualidades lo califican como único e irrepetible, aunque esa singularidad no le confiera el título de genuino habitáculo de la dominicanidad. El concepto, envuelto en llamas, es tan huidizo que habrá que seguir buscando.
Tres factores otorgan singularidad a Pedernales: el elevado endemismo de la zona, su vinculación a Haití y ser el pueblo más aislado del país.