Patria, Minerva y Maria Teresa: La lucha sin tregua por la libertad y la democracia
Las muchachas
Terror y gineceo
Resistencia y compromiso
Violencia política, violencia de género
A petición del Ministerio de la Mujer, encabezado por Mayra Jiménez, la periodista e investigadora Margarita Cordero reflexiona sobre la faceta más política de la lucha de las hermanas Mirabal.
El 25 de noviembre de 1960, la simbología patriótica dominicana se nutrió de tres nombres luminosos: Patria, Minerva y María Teresa Mirabal. Ese día, sobre el puente de Marapicá, en Puerto Plata, la historia contemporánea nacional comenzó a escribirse de otra manera. Sobre sus renglones torcidos por treinta años de una feroz dictadura, tres mujeres imprimieron el mensaje de la imposible vuelta atrás. A partir de ese momento, la dictadura trujillista empezó a dar sus últimos y definitivos coletazos.
Las hermanas Mirabal serán siempre el estimulante y necesario ejemplo de entrega a la patria en el que abreva el sentimiento colectivo de justicia. Pero su sacrificio no fue fortuito ni materialización de un exabrupto vesánico del dictador Rafael Leónidas Trujillo. El 25 de noviembre de 1960 estuvo precedido por un largo tiempo de maduración política que, pese al riesgo del embate del terror, las condujo a una militancia activa y a convertir en hechos las palabras. Militancia clandestina a la que unieron una firme resistencia cívica y moral a las humillaciones infligidas a la sociedad por el poder omnímodo del tirano. Por una y otra razones, su norte no podía ser otro que el derrocamiento de la dictadura.
La comunidad de Ojo de Agua, en la bucólica Salcedo de las tres primeras décadas del pasado siglo, vio nacer a Patria (1924), Minerva (1926) y María Teresa (1935), hijas del matrimonio formado por Mercedes Reyes Camilo (Doña Chea) y Enrique Mirabal, que en 1925 habían también procreado a Bélgica Adela (Dedé). Única sobreviviente, Dedé consagraría su vida a enaltecer la memoria de las heroínas. En una entrevista con la cineasta chilena Cecilia Domeyko, explicará su decisión con un juicio que atañe, más que a los afectos, al valor de la memoria histórica: “Cuando alguien me pregunta, ¿pero por qué haces esto?, le digo: el sacrificio de ellas sí fue grande porque dieron sus vidas. Ellas están vivas, están por ahí. Yo sí voy a desaparecer dentro de un tiempo, pero ellas no. Ellas van a seguir”.
Familia de agricultores acomodados, los Mirabal-Reyes gozaban de la estima de su comunidad. A su contacto con los centros urbanos aledaños atribuyen algunos analistas el temprano sentimiento antitrujillista y el interés en la cultura de las hermanas, especialmente de Minerva quien, con el correr del tiempo, se convertirá en la indiscutible lideresa del movimiento clandestino contra la dictadura.
Los estudios en el Colegio Inmaculada Concepción, de La Vega, al que asistía junto a sus hermanas Patria y Dedé, permitieron a Minerva establecer los primeros contactos con personas disidentes del régimen. Roberto Cassá señala a Brunilda Soñé, su condiscípula, como la persona que influenció las primeras ideas políticas de Minerva, a quien cuenta sobre la represión de los opositores y suministra ejemplares de los periódicos El Popular y Juventud Democrática, editados en la clandestinidad por el Partido Socialista Popular, el primero, y el segundo por la organización homónima.
Hasta entonces, la aversión de Minerva a la dictadura discurría en el plano íntimo. En el hogar donde sus padres, sin ser políticos, nutrían a sus hijas de principios sobre la dignidad de las personas; y en el círculo de amistades, básicamente femeninas, educadas en ideas similares. Según sus biógrafos, su encuentro en 1949 con Pericles Franco, un joven antitrujillista miembro del Partido Socialista Popular y la Juventud Democrática que había guardado prisión, ensanchó el horizonte político de Minerva. El matrimonio de Patria con Pedro González, un pequeño terrateniente adversario de la dictadura, incorporará a la familia Mirabal-Reyes un nuevo aliado en sus sueños de revertir el clima de opresión que asfixiaba a la población y agotaba sus energías vitales.
Para las actuales generaciones, beneficiarias de las luchas contra la dictadura de Trujillo de las cuales las hermanas Mirabal son íconos, el sistema de terror político y social vivido por el país durante treinta un años es inimaginable. El cercenamiento de las libertades más elementales se apoyaba en una permanente exaltación de la figura de “el Jefe”. En el discurso de la dictadura, el poder del dictador era asimilable al de Dios (Dios y Trujillo, Dios manda en el cielo y Trujillo en la República Dominicana); sustituía la autoridad hogareña (En esta casa Trujillo es el Jefe), y encarnaba la nación (En esta casa Trujillo es símbolo nacional).
Contra este clima de sofocación social e individual, germinaron y se desarrollaron las inquietudes políticas de las hermanas Mirabal, particularmente de Minerva y María Teresa, únicas de las cuatro en cursar estudios en la hoy Universidad Autónoma de Santo Domingo; la primera en Derecho y, la segunda, en Arquitectura, carrera que no finalizó, aunque sí obtuvo el título de técnica en Agrimensura.
El orden político de la dictadura reforzaba la ideología conservadora que recluía a la mujer en el gineceo simbólico de una restrictiva moral social. Su papel era el de esposa y madre. Desde los primeros años de la dictadura, Trujillo se propuso cooptar el hasta entonces pujante movimiento feminista, transformándolo progresivamente en instrumento de legitimación del régimen. Tras el primer ejercicio del voto en 1942, derecho concedido dos años antes, la acción feminista dominicana se disolvió. Como afirma la historiadora Quisqueya Lora, “Una vez alcanzada esta conquista (el voto) la mayoría de las mujeres activistas se esfuman del panorama político dominicano dejando el terreno a las cabilderas trujillistas” .
Mientras que la prédica ideológica, teñida de marianismo, propugnaba un modelo femenino virginal, las prácticas sexuales depredadoras del dictador hacían pender sobre cada dominicana la amenaza de violación. Mitologizadas, estas prácticas instalarían a Trujillo en el imaginario colectivo como “el gran macho nacional”, cuyo “ejemplo” enrarecía las relaciones sociales de hombres y mujeres.
En distinto grado debido a la condición particular de cada una de ellas, las Mirabal-Reyes subvirtieron los estereotipos femeninos del trujillismo al trascender lo doméstico e involucrarse con lo público, recuperando a la mujer como sujeto histórico y, por ende, su quehacer transformador de lo social. En su caso particular, Minerva desarticuló el mito de Trujillo como dueño incontestable de los cuerpos de las mujeres dominicanas, al rechazar las pretensiones sexuales del dictador. Pretensiones utilizadas, generalmente con intimidación, no solo para inflar su ego, sino también como eficaz mecanismo de humillación de hombres y mujeres.
Sin que pueda ser considerado el factor determinante en el trágico destino de las hermanas Mirabal, el rechazo del abordaje sexual del dictador expresado por Minerva en una fiesta celebrada en San Cristóbal en 1949, contribuyó a exacerbar el “furioso odio” de Trujillo contra ella y su familia. En la ocasión, también habría abogado a favor del joven opositor Pericles Franco, aumentando la irritación del dictador . Minerva infligía un doble golpe del régimen encarnado en Trujillo: demostró que el derecho autoasumido del dictador sobre el cuerpo de las mujeres no era absoluto y reivindicó el derecho a existir y expresarse de la disensión política.
Las consecuencias de este rechazo comenzaron pronto a gravitar sobre los Reyes-Mirabal. Con pretextos diversos, Enrique Mirabal fue apresado varias veces, la última en 1951. Habiendo viajado a la capital, donde se encontraba el detenido, Minerva y su madre doña Chea fueron apresadas a su vez y recluidas en un hotel de la ciudad. Tras ser puestos los tres en libertad, el acoso del régimen no daría tregua a Minerva. Estudiante brillante, se vio negada la reinscripción en el segundo año de la carrera de Derecho y, cuando logró finalizarla tras incontables avatares , no se le expidió el exequátur para su ejercicio.
Las adversas circunstancias y persecución a que fueron sometidas ella misma y su familia, no disminuyeron los arrestos patrióticos de Minerva, como tampoco los de María Teresa, su joven hermana, a quien la unía un profundo cariño y la complicidad en la militancia clandestina. Tampoco decreció en aquel tiempo su voluntad de formación intelectual, en la que se empeñó con denuedo, llegando a ser considerada una de las mentes más lúcidas de la juventud de la época.
Minerva contraerá matrimonio con Manolo Tavárez Justo en 1955, y María Teresa con Leandro Guzmán en 1958. Ambos esposos compartían con ellas el sentimiento antitrujillista. La apacibilidad de sus vidas cotidianas, Manolo y Minerva en Montecristi, y Leandro y María Teresa en la capital, apenas lograba contener la determinación de ir mucho más allá de la crítica asordinada por las paredes.
El triunfo de la revolución cubana encabezada por Fidel Castro hará crecer en Minerva el convencimiento de que la República Dominicana no podía ser la excepción en la lucha latinoamericana contra las dictaduras. Antes que Fulgencio Batista en Cuba, habían sido derrocados Marcos Pérez Jiménez, en Venezuela, y Gustavo Rojas Pinilla, en Colombia, y en América Latina y el Caribe bullían las luchas sociales. Solo en el país la democracia parecía no encontrar su camino.
Un poema acróstico no datado escrito por Minerva en honor a Castro revela la influencia que las ideas revolucionarias del líder revolucionario ejercían sobre su visión de la política. Diversas fuentes afirman que a principios de enero de 1959, y bajo el influjo de la victoria guerrillera cubana, Minerva aprovecha una reunión festiva en casa de unos amigos, en la que se encontraban Manolo, Leandro y María Teresa, para proponer la organización de un movimiento político de alcance nacional que lograra el derrocamiento de la dictadura.
Logrado el respaldo de los asistentes, Minerva se traslada de Montecristi a la casa materna en Ojo de Agua para tejer una red de contactos y células clandestinas, mientras que desde Montecristi Manolo hará lo mismo en el Cibao. El desembarco el 14 junio de ese año de un grupo de patriotas procedentes de Cuba, y la saña con que fueron masacrados, se convierte en catalizador de una notoria corriente antitrujillista en el seno de la juventud, que será aprovechada por Minerva para lograr ampliar el número de personas comprometidas con el proyecto.
El 9 enero de 1960, los principales dirigentes del movimiento sostuvieron una primera reunión de coordinación en la casa de Patria, en Conuco, y, al día siguiente, tiene lugar una segunda en Mao para dejar definitivamente constituido el Movimiento Revolucionario 14 de Junio, nombrado así en honor a la gesta expedicionaria. Los reunidos adoptaron como programa el enarbolado por el Movimiento de Liberación Dominicana , organizador del desembarco de Constanza, Maimón y Estero Hondo. Tanto el nombre como el programa fueron presentados por Minerva. Al momento de elegir la presidencia, las primeras propuestas recayeron en ella, siendo desestimadas por la mayoría con el argumento de que “no podía ser una mujer por los riesgos de tortura y muerte que entrañaba” . Todo a contrapelo de su principalía en el reclutamiento y organización de militantes, en la orientación político-ideológica del movimiento y a que, como dijera Carlos Bogaert, uno de los principales activistas, fue ella el motor de la decisión política de su compañero. Minerva aceptó su exclusión no sin antes refutar los alegatos contrarios a que asumiera la dirección del movimiento y exigir ser parte de la directiva. La presidencia fue ocupada por Manolo.
La traición de uno de los conspiradores desató a mediados de enero 1960 la violencia desbocada del régimen. En pocos días, más de 300 de ellos fueron detenidos. El 21 es apresada María Teresa; al día siguiente, Minerva y, en las horas subsiguientes, Dulce Tejada, Asela Morel, Miriam del Valle, Fe Ortega y Tomasina Cabral. Liberadas el 7 de febrero y reapresadas el 18 de marzo, son juzgadas y condenadas a treinta años de prisión, reducidos a cinco en la instancia de apelación.
Empero, el deterioro del clima político y económico interno, el cerco internacional y la toma de posición contraria de la Iglesia católica (aliada incondicional de Trujillo hasta entonces) pusieron a la dictadura contra las cuerdas. En una carta pastoral leída en todos los púlpitos católicos el 31 de enero, la Iglesia pidió la intervención de Trujillo para evitar los excesos. En marzo, el dictador, que poco antes fue declarado “Primer Altagraciano de la República”, respondió positivamente el reclamo de la Iglesia ; en nombre de esta supuesta condición devocional se comprometió a “interceder” a favor de las mujeres apresadas, no así de los hombres.
Fuera de la cárcel, Minerva y María Teresa, reforzadas por Patria, no desmayaron en alentar al movimiento antitrujilista a continuar la lucha para terminar con la dictadura y construir un nuevo orden político. Minerva reasumió el mando del movimiento y desplegó un febril activismo para reorganizar las fuerzas dispersas en todo el país. Sería este irreductible trabajo político lo que llevó a Trujillo a confesar a sus íntimos que sus únicos problemas internos eran “las Mirabal y la Iglesia”. No le faltaba razón.
El asesinato de las hermanas Mirabal, cuyas circunstancias viven en la memoria del pueblo dominicano, marcó el punto de no retorno en la lucha por la libertad y contra Trujillo, ajusticiado apenas siete meses después por un grupo de conjurados, varios de ellos de su círculo más íntimo.
El impacto social y político del asesinato de las hermanas Mirabal se hizo patente el día del sepelio. Pese a que tropas del Ejército, contingentes policiales e incontables miembros del Servicio de Inteligencia Militar cercaron el municipio de Salcedo, el pueblo asistió multitudinariamente a rendir honores a las Mirabal, en la que se considera la mayor manifestación de repudio popular contra el régimen trujillista.
En 1981, durante el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, que tuvo lugar en Bogotá, Colombia, mujeres de todos los países de la región acogieron la propuesta de la delegación dominicana de elegir el 25 de noviembre como el Día Internacional de No Violencia contra las Mujeres. En 1999, las Naciones Unidas designan esa misma fecha como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, apelativo con el cual se celebra desde entonces en todo el mundo.
Si bien durante la dictadura más hombres que mujeres fueron asesinados y torturados en las cárceles, la disparidad numérica no desmerece considerar el género como una de las razones del asesinato de las hermanas Mirabal. La militancia de Patria, Minerva y María Teresa desafiaba de manera frontal el andamiaje ideológico patriarcal de la dictadura que relegaba a la mujer a los planos más inferiores de la escala social.
La utilización a voluntad del cuerpo de la mujer para satisfacer los apetitos sexuales del dictador formaba parte de esta lógica de opresión-sumisión que convertía su sexualidad humillada en una expresión más del poder omnímodo de “el Jefe”. Como afirma Cassá, la negativa de Minerva acceder a las pretensiones sexuales de Trujillo golpeó fuertemente la autoimagen del dictador, exacerbando su “odio furioso” contra ella. Fue a través de su cuerpo como primero intentó aniquilarla políticamente. Despojarla de su aura de integridad y firmeza. Vencerla.
El trato a las mujeres apresadas tras develarse el movimiento clandestino, ofrece datos para la interpretación de género del uso de la violencia política. Tomasina Cabral, compañera de celda de las Mirabal, narra cómo los esbirros de la cárcel de la 40 la despojaron violentamente de la ropa; los comentarios lascivos sobre su cuerpo desnudo y las amenazas de violación en grupo de que fue víctima. “Él (Candito Torres) gozaba haciendo eso. ¡Era una bestia! quería rebajarme en mi dignidad para con evidente placer aplicarme la picana eléctrica en los senos y luego en el vientre; era un corrientazo y también quemaba la piel. Hicieron cínicos comentarios sobre mi figura” .
Transgresoras del orden político y patriarcal de la dictadura, las hermanas Mirabal constituyen un ejemplo de resistencia a la conculcación de las libertades y la vulneración de los derechos humanos por el poder pero, también, de lucha por el derecho de las mujeres a ser sujetos de la Historia.