Thais Herrera: El Valle del Silencio, el campamento 2 y el 3
La tricolor está en la cumbre
"Nos ordenaron que volviéramos al campamento 2, y eso hicimos" (Parte 10 de 12)
El campamento 1 era sencillo, sin muchas carpas ni comodidades. Tenía lo indispensable para pasar una noche. Eso es lo que hicimos. Llegamos el 17 de mayo al mediodía, comimos y descansamos un poco, refugiados del frío en nuestras tiendas de campaña. Muy pronto, a las 6 de la mañana, salimos de camino al campamento 2. Fue entonces cuando empezamos a ir acordonados. En mi caso, iba ligada a Paul.
Para llegar al campamento 2, tuvimos que atravesar el Valle del Silencio. Se llama así porque se ubica en un lugar en el que, por su condición de estar rodeado de montañas, reduce el viento y puede ser muy silencioso. Hacíamos una parada cada hora para descansar, tomar agua y comer algo. Ese día, comparado con el anterior, aquel en el que habíamos pasado por la Cascada de Khumbu y todas esas escaleras con precipicios, fue mucho más tranquilo. A las tres horas de caminar, llegamos al campamento dos.
El campamento 2, con más comodidades
El segundo campamento del ascenso tenía más privilegios, si se pueden llamar así. Llegamos allí hacia las 11 de la mañana del 18 de mayo. Nos encontrábamos a 6,400 metros de altitud, pero teníamos mejores condiciones que en el anterior campamento. Cuando llegamos, unos sherpas nos estaban esperando para darnos alimento. Contábamos con una carpa cocina y una de comedor. Para ir al baño, había una carpa con una bolsa negra que compartíamos todos. Además, también contábamos con oxígeno, aunque no necesitamos usarlo. Fue en ese campamento cuando cambié la ropa de montañismo por el "Down Suit", que es el traje de plumas. A partir de allí, ya no me lo volví a quitar.
El plan era dormir una noche, la del 18 de mayo, para salir hacia el campamento 3 el día siguiente. Por esto, la madrugada del 19 de mayo retomamos la marcha. A las dos horas de iniciar la escalada, empezamos a encontrar la cuerda fija. Esta tiene la peculiaridad de que te marca el recorrido y vas atado a ella con los mosquetones y con el sistema ascensor, que en teoría te ayuda a subir. Ya había usado cuerda fija en la Antártica, por lo que no me resultó muy difícil acostumbrarme. Además, también empezamos a usar el oxígeno. Al principio era muy incómodo. Me quería quitar la máscara porque me molestaba y sentía que me asfixiaba. Se me bajaba, me molestaba el casco, me daba calor... Hasta que finalmente me acostumbré y acabé por adaptarme a ella.
Tras haber caminado por unas tres horas, empezamos a vislumbrar el campamento 3 y vimos que los que estaban delante, que nos llevaban un día de ventaja, aún no habían abandonado las tiendas de campaña. Eso indicaba una cosa: no habían salido. Nos ordenaron que volviéramos al campamento 2, y eso hicimos. Los dos grupos no podíamos convivir en el mismo campamento por una sencilla razón: el espacio. Fue un momento un poco frustrante porque, al caminar hacia atrás, sabíamos que no haríamos cumbre el día planeado, sino uno más tarde.
El campamento 3
El 20 de mayo, tras un intento el día anterior, llegamos al campamento 3. En ese momento ya estábamos a 7,100 metros de altitud y no podíamos dejar de usar el oxígeno. Lo más alto que había dormido fue en Aconcagua, pero sin oxígeno. Sin embargo, el campamento 3 del Everest era distinto. No fue mi mejor noche, pues dormir con una máscara no es lo más cómodo. Además, una peculiaridad de este campamento es que tenía mucha pendiente, por lo que cualquier movimiento me costaba más, incluso conciliar el sueño.
Por la noche, cuando necesité ir al baño, usé una botella. La pendiente, que era durísima, hacía que salir de carpa a carpa fuera todo un reto, además de peligroso. En el campamento 3 no salí de mi tienda de campaña y apenas dormí. A la mañana siguiente, tras haber descansado un poco en unas condiciones extremas, partimos hacia el último campamento.
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Un relato de Thais Herrera tal como se lo contó al periodista Miguel Caireta Serra.