Thais Herrera: Los nuevos compañeros, el frío y cómo íbamos al baño
La tricolor está en la cumbre
"Eché de menos muchas cosas. Me hacía mucha falta mi familia, mi casa, mi cama, mi baño, mi ducha..." (Parte 8 de 12)
Cuando ya nos hubimos instalado en el campamento base, se nos unieron los del grupo "flash", que eran aquellos que habían hecho su aclimatación fuera de la montaña, en unas tiendas de campaña especiales para simular altura. Fue entonces cuando se sumaron al grupo dos austríacos: padre e hijo. El chico tenía 19 años y al principio era muy tímido. Sin embargo, terminó siendo amigo de todos. Esos dos austríacos, semanas después, estarían en la cima del Everest jugando una partida de ajedrez. También se nos unió una americana que era muy enérgica. Yo, caribeña, hablaba mucho siempre con todo el mundo, me hacía amiga de todos. Cada quién tenía su personalidad y eso hacía que el grupo fuera especial. Como equipo, todo lo afrontamos juntos, incluso el frío.
El campamento base está situado a 5,300 metros de altitud. La temperatura ronda entre menos cinco y menos diez grados. Hacía mucho frío. Para dormir, al principio me costaba más trabajo. No es fácil conciliar el sueño a tanta altitud, pues te puede causar dolor de cabeza. Para contrarrestar eso, me hidrataba muy bien. Los primeros días fueron más difíciles, pero con el paso de las noches acabé por acostumbrarme. Los días soleados eran más agradables. Sin embargo, cuando se ponía a nevar o estaba nublado, la temperatura disminuía considerablemente. Todo esto el cuerpo lo notaba, por lo que la impaciencia por subir era cada vez más grande.
Mi higiene en el campamento base
Para ir al baño, el campamento base tenía unas letrinas que constaban de unos bellos cubos azules que luego se evacuaban de la montaña. Eso olía malísimo... Te pones una bandana, le rezas dos oraciones a Dios y haces tus necesidades. Por la noche, el panorama cambiaba. Salir de la carpa era más complicado, pues la temperatura bajaba. Por este motivo, tenía una botella en la carpa que usaba aquellas veces que la temperatura no perdonaba.
Para bañarnos, usábamos agua que calentábamos con gas, por lo que no podía ser a diario. Los otros días, aquellos en los que no tenía tiempo o fuerzas para hacer esa labor, me limpiaba con un paño húmedo.
En el campamento base uno quiere cuidarse muchísimo porque sabe que en cualquier momento le pueden dar el visto bueno para escalar. No obstante, las condiciones eran difíciles. En una ocasión, me dio mucha tos, como un catarro. La doctora del campamento me chequeó, me dio medicamentos y finalmente mejoré. Unos días después, me enfermé con una tos diferente, como seca. Tenía suerte de que mantenía contacto con el doctor Julio de Peña, médico de la primera expedición dominicana al Everest. Él tenía experiencia en el campamento base y me dio consejos muy valiosos. Enfermar en la montaña es un problema que no quería enfrentar. Podía hacerme perder la expedición.
En otra ocasión, mientras entrenábamos por esas pendientes nevadas, me vino el periodo. Durante esa jornada me tocó hacer una caminata y fue malísimo. Andaba peleando conmigo misma porque sentía que no avanzaba y no era nada cómodo. A pesar de ello, yo sabía que eso algún día me iba a tocar, y hay formas de evitarlo, pero decidí que era mejor que me viniera en el campamento base que en medio del ascenso.
Me hacían falta muchas cosas
En el campamento base, a poco tiempo de encaminarme hacia la cima, eché de menos muchas cosas. Me hacía mucha falta mi familia, mi casa, mi cama, mi baño, mi ducha... En ese momento echaba mucho de menos la comida dominicana, el calorcito y la playa. Cada día pensaba en una playa diferente. Todas aquellas cosas que en la comodidad de mi casa daba por sentadas, se presentaban ante mí como un reclamo.
Para hacer frente a esta morriña, tenía a mi amigo Paul que me acompañaba. Él estaba muy bien, es una persona muy fuerte. Le llamamos el "Grinch", de forma cariñosa, porque no es un hombre que exprese muchos sentimientos de alegría. Él entendía que estábamos haciendo el trabajo correcto. Cuando había que presionar más, lo hacía. En los días de descanso me llevaba a hacer algunos ejercicios extra. Me ayudó a compensar con la práctica lo que no tenía de técnica.
Así pues, durante esos 13 días en el campamento base, nos iban diciendo: "Nos vamos mañana", "mañana sí", "mañana nos ponemos en ruta"... Eso iba jugando con nuestra mente y paciencia. No obstante, como todo en la vida, el anuncio definitivo acabó por llegar. Habíamos aterrizado en el campamento el 3 de mayo. Fue el 15 cuando nos anunciaron que saldríamos al día siguiente.
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Un relato de Thais Herrera tal como se lo contó al periodista Miguel Caireta Serra.