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Bruselas se suma a la "revolución" de los huertos urbanos

El interés por cultivar en la ciudad es relativamente nuevo

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Bruselas se suma a la revolución de los huertos urbanos
BRUSELAS, Bélgica.- Bruselas, como otras grandes urbes, ha visto surgir en los últimos años infinidad de iniciativas para llenar la ciudad de huertos: algunos se comparten entre vecinos, otros se improvisan en tejados y balcones; todos ellos representan una "revolución" que no sólo es ecológica, sino también social.

El interés por cultivar en la ciudad es relativamente nuevo, coincidiendo con la explosión de la cultura "ecológica" y el deseo de consumir productos orgánicos. En Bruselas el fenómeno comenzó a mediados de los años noventa, cuando las autoridades regionales empezaron a ceder a los particulares parcelas individuales en suelo público a cambio de un alquiler "simbólico", que hoy asciende a 12 euros anuales, explica Myriam Depessemier, de la agencia de Medio Ambiente de la región.

Las únicas obligaciones de los beneficiarios consisten en destinar el 80 por ciento del terreno a algún tipo de cultivo y no utilizar pesticidas. Las solicitudes se han multiplicado últimamente, sobre todo con la crisis económica, que ha hecho que un número creciente de ciudadanos se anime a cultivar verduras y frutas para consumo propio, y ahora las listas de espera para acceder a un pequeño terreno son de unos dos años, según Depessemier.

Bruselas dispone en la actualidad de ocho extensiones para huertos en toda la ciudad, concentrados sobre todo en las afueras, donde unos 250 particulares cuentan con parcelas de entre 60 y 100 metros cuadrados.

Técnicos de la agencia de Medio Ambiente comprueban con regularidad que las parcelas son cuidadas y cultivadas y, cuando detectan algún tipo de abandono, revocan el derecho de cultivo y le asignan el terreno a otra persona. Al margen de la iniciativa regional, Bruselas cuenta con un buen número de terrenos que los "ayuntamientos" de los 19 distritos de la capital, o a veces los propios propietarios, ponen al servicio de los vecinos interesados en crear huertos colectivos.

Pero como no todo el mundo puede disponer de una parcela, existe la alternativa de los cultivos en macetas, una opción también en expansión y que ha llegado a balcones y terrazas de toda la urbe, incluido el tejado de la Biblioteca Real de Bélgica.

Desde febrero de 2012 se cosechan en esa azotea berenjenas, calabacines, zanahorias y otras verduras, así como plantas aromáticas y frutas que se venden dos veces por semana en un pequeño mercado que se organiza en el lugar, explica el responsable del proyecto, Filippo Dattola. Además, una pequeña parte de lo recolectado abastece a la cafetería de la biblioteca, y el resto se destina a restaurantes "slow-food" ("comida lenta") situados en los alrededores.

Quienes se dedican a la agricultura urbana defienden que, además de recuperar el contacto con la tierra y de comer más sano, cultivar en la ciudad permite reforzar los lazos entre ciudadanos en espacios de convivencia común, donde se intercambian consejos y, con frecuencia, se practica el trueque, por ejemplo con semillas o parte de las cosechas.

En torno al movimiento han surgido en Bélgica páginas web como "potagersurbaines.be", a través de las cuales los cultivadores resuelven dudas, organizan encuentros o se mantienen informados sobre cursos de formación en jardinería.

En la misma línea se inscribe una iniciativa para prestar un rincón de un jardín privado a quien esté dispuesto a cultivarlo (http://www.pretersonjardin.be/), a cambio de una parte de las frutas o verduras recolectadas. Otros defensores de la "rebelión jardinera" en Bruselas hacen gala de un compromiso más "combativo", como es el caso de la "guerrilla girasol" impulsada por el colectivo "Brussels-farmer" para llenar de flores el espacio público de la ciudad.

Su primera acción, el 1 de mayo de 2006, consistió en repartir más de 10.000 semillas de girasol entre los transeúntes, animándoles a plantarlas en cualquier calle donde hubiera un espacio de tierra libre. "Los habitantes de las ciudades sufren regularmente de estrés y aislamiento.

El acto de plantar es un gesto simple, que se ejecuta lentamente, que invita a la relajación. Además, suscita el interés de los paseantes y anima a la conversación", explica el manifiesto del grupo, que cada año lleva a cabo nuevas acciones.