¿Amores brujos?
El autor analiza la posibilidad de proyectos turísticos conjuntos entre Haití y la RD
SANTO DOMINGO. Haití y la República Dominicana son pueblos hermanos. Como tales, se ayudan mutuamente hasta donde pueden. Por ejemplo, el primero tiene en el segundo un receptor esencial de su migración económica, mientras el segundo tiene en el primero un gran comprador de bienes y servicios.
Pero los recelos históricos han impedido que esa hermandad sea plena, y que ambos cooperen más estrechamente en pos del anhelado desarrollo. Tal vez por eso no se ha explorado formalmente la posibilidad de que el sector turístico dominicano pueda contribuir a desembrollarle el camino al desarrollo haitiano.
Nadie duda que Haití cuenta con más que suficientes atractivos como para ser un destino turístico importante. Al igual que nuestro país, ofrece playas, clima y gente hospitalaria a raudales. Además, tiene una cultura fascinante, envuelta en piel negra que rivaliza con la de otros destinos caribeños, y su pintura es de reconocida originalidad y deslumbrante belleza.
Sin embargo, Haití recibe menos de una octava parte de los visitantes que recibimos nosotros, tiene una planta hotelera muy reducida, y no está posicionado en los grandes mercados mundiales de los negocios turísticos. Mientras nosotros somos el principal destino turístico del Caribe, Haití es el de menor importancia.
Huelga intentar explicaciones. Todos sabemos que la espantosa pobreza, el clima de inseguridad y la falta de estabilidad política han militado en contra del desarrollo turístico en nuestra hermana nación.
Cuando a los inversionistas nacionales y extranjeros se les pregunta por qué son renuentes a realizar inversiones en Haití, la respuesta es categórica y siempre la misma: la falta de la seguridad jurídica y de otra índole que garantice las inversiones. Nadie quiere confrontar esos obstáculos cuando hay otros tantos países que compiten con una oferta atractiva y un ambiente de negocios más seguro.
El resultado es un estancamiento del crecimiento turístico de Haití y un desinterés marcado de parte de los inversionistas del lado dominicano. Parecería que no hay otro camino que esperar que su situación se estabilice y consolide, para que las inversiones requeridas puedan materializarse, aunque eso podría tomar décadas al paso que vamos.
Pero ese requisito resulta más aplicable al caso de la iniciativa privada que a la pública. De hecho, hay cosas que los gobiernos pudieran hacer, de común acuerdo, y con el apoyo de la cooperación internacional, para comenzar a labrar los lazos de la hermandad turística y destrabar el desarrollo económico. A guisa de ejemplo, a continuación, un programa mínimo de cuatro iniciativas posibles.
Para comenzar con lo más obvio y tal vez más factible, los gobiernos deben actuar mancomunadamente para lograr la ejecución del tan anhelado proyecto de la carretera que uniría a Puerto Plata y Cabo Haitiano. Dicen que hay fondos europeos aprobados para eso, pero de esto no ser cierto los gobiernos podrían diligenciarlos. Tal vez hasta pueda aspirarse a que un gobierno europeo con afinidad histórica con Haití pueda construirlo en la modalidad "llave en mano".
Eso incrementaría significativamente las visitas de los turistas de nuestra Costa Norte hacia La Citadelle y el centro histórico de Cabo Haitiano y hasta podría, por su cercanía, incluirse a Labadie en esos tours. Si existiera esa carretera, no debería tampoco descartarse que los excursionistas que desembarcan en Labadie puedan hacer visitas relámpagos al lado dominicano.
Como segunda iniciativa, los gobiernos podrían ofrecer incentivos especiales a algunos touroperadores turísticos seleccionados para que desarrollen paquetes de multidestino que tengan la cultura como tema fundamental.
Los tours culturales no son el fuerte del turismo dominicano, pero tanto nosotros como Haití, tenemos suficiente que ofrecer como para que un paquete cultural de diez días resulte interesante para los mercados de Europa y Norteamérica.
Como serían grupos pequeños de turistas los que se movilizarían, esto no requiere una ampliación inmediata de la planta hotelera haitiana, ya que en Puerto Príncipe hay buenos hoteles de estándar internacional.
Los incentivos tendrán que ser provocadores, pero podemos comenzar por apoyar la promoción de los touroperadores, eximirles del pago de los impuestos, proveer operativos especiales de seguridad y poner toda la maquinaria oficial de cada país a facilitar y mejorar estos tours. Los gobiernos de los países emisores podrían también cabildearse para que ofrezcan otro tanto.
La tercera iniciativa sería un esfuerzo conjunto de ambos gobiernos a fin de que la Agencia Multilateral de Garantía de Inversiones (MIGA) provea seguros especiales para las inversiones en proyectos turísticos en Haití.
Para ello, los representantes de los dos países en el Banco Mundial deberán emplearse a fondo, promoviendo, si es necesario, el respaldo a la iniciativa de otros gobiernos latinoamericanos. (Un buen comienzo seria una convocatoria que hagan los dos presidentes a los embajadores de Canadá, Francia y Estados Unidos con el fin de motorizar esta iniciativa).
En el plano multilateral también se exploraría la posibilidad de que las fuerzas de la Minustah proveyeran servicios especiales de seguridad para contingentes ambulatorios de turistas que visiten puntos específicos de la geografía haitiana.
Finalmente, los gobiernos deben emplearse a fondo para hacer posible los resorts gemelos. Es decir, algunas de las grandes cadenas hoteleras que tienen resorts en nuestro lado pudieran persuadirse, mediante los incentivos de lugar, para que se establezcan en lugares estratégicos de playa en Haití.
Esto permitiría, por ejemplo, que ellas puedan vender paquetes multidestino "todo incluido" con una semana de estadía aquí y otra en Haití.
El gobierno haitiano podría donar o concesionar terrenos playeros, mientras los dos gobiernos gestionarían que entidades tales como la Corporación Interamericana de Inversiones (del BID) o la Corporación de Financiamiento Internacional (del Banco Mundial) ofrezcan especiales financiamientos.
Además, los gobiernos ofrecerían las exenciones fiscales de lugar a los inversionistas interesados.
Los dominicanos debemos admitir que la "hermandad turística" conviene al ineludible requisito de diversificar nuestro producto turístico.
Con una oferta de multidestino podemos obviamente enriquecer nuestra oferta, sin renunciar a los mercados que ya hemos conquistado. Lejos de quitarnos turismo, estos desarrollos nos lo multiplicarían.
Pero más importante que eso, es el impacto económico que en Haití esta "hermandad" pueda generar. Con el desarrollo del turismo allá creamos condiciones para que el flujo migratorio hacia nuestro lado se aminore y las cargas consecuentes disminuyan. De modo que la "hermandad turística" tiene muchas virtudes y es deseable.
Pero los recelos históricos han impedido que esa hermandad sea plena, y que ambos cooperen más estrechamente en pos del anhelado desarrollo. Tal vez por eso no se ha explorado formalmente la posibilidad de que el sector turístico dominicano pueda contribuir a desembrollarle el camino al desarrollo haitiano.
Nadie duda que Haití cuenta con más que suficientes atractivos como para ser un destino turístico importante. Al igual que nuestro país, ofrece playas, clima y gente hospitalaria a raudales. Además, tiene una cultura fascinante, envuelta en piel negra que rivaliza con la de otros destinos caribeños, y su pintura es de reconocida originalidad y deslumbrante belleza.
Sin embargo, Haití recibe menos de una octava parte de los visitantes que recibimos nosotros, tiene una planta hotelera muy reducida, y no está posicionado en los grandes mercados mundiales de los negocios turísticos. Mientras nosotros somos el principal destino turístico del Caribe, Haití es el de menor importancia.
Huelga intentar explicaciones. Todos sabemos que la espantosa pobreza, el clima de inseguridad y la falta de estabilidad política han militado en contra del desarrollo turístico en nuestra hermana nación.
Cuando a los inversionistas nacionales y extranjeros se les pregunta por qué son renuentes a realizar inversiones en Haití, la respuesta es categórica y siempre la misma: la falta de la seguridad jurídica y de otra índole que garantice las inversiones. Nadie quiere confrontar esos obstáculos cuando hay otros tantos países que compiten con una oferta atractiva y un ambiente de negocios más seguro.
El resultado es un estancamiento del crecimiento turístico de Haití y un desinterés marcado de parte de los inversionistas del lado dominicano. Parecería que no hay otro camino que esperar que su situación se estabilice y consolide, para que las inversiones requeridas puedan materializarse, aunque eso podría tomar décadas al paso que vamos.
Pero ese requisito resulta más aplicable al caso de la iniciativa privada que a la pública. De hecho, hay cosas que los gobiernos pudieran hacer, de común acuerdo, y con el apoyo de la cooperación internacional, para comenzar a labrar los lazos de la hermandad turística y destrabar el desarrollo económico. A guisa de ejemplo, a continuación, un programa mínimo de cuatro iniciativas posibles.
Para comenzar con lo más obvio y tal vez más factible, los gobiernos deben actuar mancomunadamente para lograr la ejecución del tan anhelado proyecto de la carretera que uniría a Puerto Plata y Cabo Haitiano. Dicen que hay fondos europeos aprobados para eso, pero de esto no ser cierto los gobiernos podrían diligenciarlos. Tal vez hasta pueda aspirarse a que un gobierno europeo con afinidad histórica con Haití pueda construirlo en la modalidad "llave en mano".
Eso incrementaría significativamente las visitas de los turistas de nuestra Costa Norte hacia La Citadelle y el centro histórico de Cabo Haitiano y hasta podría, por su cercanía, incluirse a Labadie en esos tours. Si existiera esa carretera, no debería tampoco descartarse que los excursionistas que desembarcan en Labadie puedan hacer visitas relámpagos al lado dominicano.
Como segunda iniciativa, los gobiernos podrían ofrecer incentivos especiales a algunos touroperadores turísticos seleccionados para que desarrollen paquetes de multidestino que tengan la cultura como tema fundamental.
Los tours culturales no son el fuerte del turismo dominicano, pero tanto nosotros como Haití, tenemos suficiente que ofrecer como para que un paquete cultural de diez días resulte interesante para los mercados de Europa y Norteamérica.
Como serían grupos pequeños de turistas los que se movilizarían, esto no requiere una ampliación inmediata de la planta hotelera haitiana, ya que en Puerto Príncipe hay buenos hoteles de estándar internacional.
Los incentivos tendrán que ser provocadores, pero podemos comenzar por apoyar la promoción de los touroperadores, eximirles del pago de los impuestos, proveer operativos especiales de seguridad y poner toda la maquinaria oficial de cada país a facilitar y mejorar estos tours. Los gobiernos de los países emisores podrían también cabildearse para que ofrezcan otro tanto.
La tercera iniciativa sería un esfuerzo conjunto de ambos gobiernos a fin de que la Agencia Multilateral de Garantía de Inversiones (MIGA) provea seguros especiales para las inversiones en proyectos turísticos en Haití.
Para ello, los representantes de los dos países en el Banco Mundial deberán emplearse a fondo, promoviendo, si es necesario, el respaldo a la iniciativa de otros gobiernos latinoamericanos. (Un buen comienzo seria una convocatoria que hagan los dos presidentes a los embajadores de Canadá, Francia y Estados Unidos con el fin de motorizar esta iniciativa).
En el plano multilateral también se exploraría la posibilidad de que las fuerzas de la Minustah proveyeran servicios especiales de seguridad para contingentes ambulatorios de turistas que visiten puntos específicos de la geografía haitiana.
Finalmente, los gobiernos deben emplearse a fondo para hacer posible los resorts gemelos. Es decir, algunas de las grandes cadenas hoteleras que tienen resorts en nuestro lado pudieran persuadirse, mediante los incentivos de lugar, para que se establezcan en lugares estratégicos de playa en Haití.
Esto permitiría, por ejemplo, que ellas puedan vender paquetes multidestino "todo incluido" con una semana de estadía aquí y otra en Haití.
El gobierno haitiano podría donar o concesionar terrenos playeros, mientras los dos gobiernos gestionarían que entidades tales como la Corporación Interamericana de Inversiones (del BID) o la Corporación de Financiamiento Internacional (del Banco Mundial) ofrezcan especiales financiamientos.
Además, los gobiernos ofrecerían las exenciones fiscales de lugar a los inversionistas interesados.
Los dominicanos debemos admitir que la "hermandad turística" conviene al ineludible requisito de diversificar nuestro producto turístico.
Con una oferta de multidestino podemos obviamente enriquecer nuestra oferta, sin renunciar a los mercados que ya hemos conquistado. Lejos de quitarnos turismo, estos desarrollos nos lo multiplicarían.
Pero más importante que eso, es el impacto económico que en Haití esta "hermandad" pueda generar. Con el desarrollo del turismo allá creamos condiciones para que el flujo migratorio hacia nuestro lado se aminore y las cargas consecuentes disminuyan. De modo que la "hermandad turística" tiene muchas virtudes y es deseable.