Tiempo al tiempo
Si el año viejo se nos fue teñido de melancolía, el año nuevo hay que afrontarlo teñido de expectación. Los primeros días del año nos encuentran a la expectativa de lo que nos depararán los meses por venir. Define Casares la expectación en su Diccionario ideológico como el ‘desasosiego o atención concentrada con que se aguarda una cosa o suceso importante’.
Si navegamos por las páginas del Casares, navegación que recomiendo a los enamorados de la lengua, descubrimos las redes que enlazan unas palabras con otras. La expectativa tiene que ver con la ilusión y con la espera, y la espera con la paciencia; si la paciencia no es lo nuestro, aparecen en escena el desasosiego y la impaciencia. La paciencia viene de la mano de la confianza y la esperanza. La esperanza es delicada, y los verbos con los que solemos combinarla lo demuestran: concebimos esperanzas, pero sobre todo abrigamos esperanzas, alimentamos esperanzas y, mi preferido, acariciamos esperanzas.
La expectativa también se trata de la ‘posibilidad más o menos cercana o probable, de conseguir algo’; tiene pues un componente de probabilidad que la aleja de convertirse en espejismo.
Enero nos exige que no esperemos sentados, que nos dejemos de hacer castillos de naipes o de levantar castillos en el aire y que nos pongamos a trabajar para que nuestras expectativas para el año que comienza se cumplan.
Hay diccionarios, como el Diccionario ideológico de la lengua española, que nos sirven de brújula en el mar de las palabras. Empezamos el año navegando entre las expectativas que Julio Casares recogió en dos entradas de su diccionario. Lo cierto del paso de los meses es que solo hay que dar tiempo al tiempo para ver si llegan a buen puerto.
@Letra_zeta
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