Carlos Piantini: Música, maestro
Aunque no lo vean en la foto oficial de los fundadores de la Orquesta Sinfónica Nacional, Carlos Piantini está ligado a sus inicios desde los 10 años. El día de la foto estaba de refunfuñón y no quiso retratarse. Cosas de muchachos, alega él con el paso del tiempo. Aún así la siente como suya. No puede ser de otra manera, con catorce años ya era cabecera de los violines segundos de la Orquesta Sinfónica Nacional, donde aprendió a a tocar pizzicato con dos dedos con músicos de la talla de Min Pichardo y Ernesto Leroux, lo que le vino muy bien el día que tocó el pizzicato de Chaikovski.
Con quince años debuta como solista con la OSN interpretando el concierto de Mendelssohn bajo la dirección de Casal Chapí. Poco después decide alzar el vuelo e irse a NY como violinista de la Filarmónica de Nueva York, bajo la dirección de un genio: Leonard Bernstein. La mejor escuela de su vida. Quince años con los músicos más grandes del mundo, donde se forjó su disciplina y nace su fama de perfeccionista.
Durante una visita al país, Manuel Simó le mete en la cabeza la idea de dirigir y le da la primera oportunidad con "El Carnaval romano". El gusanillo se le mete dentro y dirige tres conciertos más. Hans Swarovsky, en una Master Class para directores de Orquestas, en la que Piantini se coló gracias a sus conexiones, confirma la intuición natural de Simó y "envenena" la mente del violinista en 1969. "No sé qué hace tocando violín, usted es un director natural", le dice. Carlos debuta como director con la Orquesta Filarmónica de Nueva York, dirigiendo el Réquiem de Verdi, y en 1971 la vocación puede más que él y pide una licencia sin sueldo de la Filarmónica de Nueva York por un año para estudiar en Viena con Hans Swarovsky. Al regresar Balaguer lo nombra Director Artístico del Teatro Nacional. Con él se inician las temporadas de la Sinfónica en el Teatro Nacional y se fija el rumbo del tipo de espectáculos para los cuales se descorrían las cortinas del suntuoso teatro.
Desde que cambió su violín por la batuta, al aclamado director de orquesta la vida le ha ido más que bien. Ha dirigido algunas de las orquestas más importantes del mundo –Filarmónica de New York, Sinfónica de Viena, Orquesta Sinfónica Nacional de Washington, Sinfónica de Jerusalén y la Orquesta Internacional de Italia– y trabajado en su carrera operística con figuras como Monserrat Caballé, Alfredo Kraus o Giorgio Tozzi. El pasado año se convirtió en el primer artista eminentemente clásico que recibe un Soberano. Todo un orgullo para quien ha manifestado el beneficio que la música popular aportó a su carrera. Al fin y al cabo Piantini le puso frac al merengue tocándolo en la Sinfónica.
Con quince años debuta como solista con la OSN interpretando el concierto de Mendelssohn bajo la dirección de Casal Chapí. Poco después decide alzar el vuelo e irse a NY como violinista de la Filarmónica de Nueva York, bajo la dirección de un genio: Leonard Bernstein. La mejor escuela de su vida. Quince años con los músicos más grandes del mundo, donde se forjó su disciplina y nace su fama de perfeccionista.
Durante una visita al país, Manuel Simó le mete en la cabeza la idea de dirigir y le da la primera oportunidad con "El Carnaval romano". El gusanillo se le mete dentro y dirige tres conciertos más. Hans Swarovsky, en una Master Class para directores de Orquestas, en la que Piantini se coló gracias a sus conexiones, confirma la intuición natural de Simó y "envenena" la mente del violinista en 1969. "No sé qué hace tocando violín, usted es un director natural", le dice. Carlos debuta como director con la Orquesta Filarmónica de Nueva York, dirigiendo el Réquiem de Verdi, y en 1971 la vocación puede más que él y pide una licencia sin sueldo de la Filarmónica de Nueva York por un año para estudiar en Viena con Hans Swarovsky. Al regresar Balaguer lo nombra Director Artístico del Teatro Nacional. Con él se inician las temporadas de la Sinfónica en el Teatro Nacional y se fija el rumbo del tipo de espectáculos para los cuales se descorrían las cortinas del suntuoso teatro.
Desde que cambió su violín por la batuta, al aclamado director de orquesta la vida le ha ido más que bien. Ha dirigido algunas de las orquestas más importantes del mundo –Filarmónica de New York, Sinfónica de Viena, Orquesta Sinfónica Nacional de Washington, Sinfónica de Jerusalén y la Orquesta Internacional de Italia– y trabajado en su carrera operística con figuras como Monserrat Caballé, Alfredo Kraus o Giorgio Tozzi. El pasado año se convirtió en el primer artista eminentemente clásico que recibe un Soberano. Todo un orgullo para quien ha manifestado el beneficio que la música popular aportó a su carrera. Al fin y al cabo Piantini le puso frac al merengue tocándolo en la Sinfónica.