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Balcones coloniales

La revolución que supuso en la arquitectura colonial la introducción de los balcones en las fachadas de viviendas de escaso atractivo estético ha trascendido los siglos y perpetuado la influencia

Manifestación artística, tanto como social, económica y política de un capítulo fundamental de la historia del país, los balcones de la Zona Colonial constituyen un legado arquitectónico silente de valor muy escasamente resaltado.

Las antiguas casonas, y los palacios imponentes que conservan en sus fachadas estos recursos arquitectónicos muestran un periodo histórico de gran significación política y cultural que se inició con la ocupación haitiana, en 1844.

Aunque forman parte del conjunto colonial que se asume como herencia de la presencia española, los balcones entran en el panorama de la ciudad fruto de esa presencia impuesta por las botas militares haitianas, las cuales hicieron sentir su poder de manera muy especial y relevante en la formas de las construcciones urbanas.

Los arquitectos que recogen la historia de la ciudad más antigua de América han registrado el fenómeno, al margen de las valoraciones políticas, destacando sobre todo el nuevo perfil arquitectónico que introdujeron los haitianos afrancesados a la ciudad con la modificación de las antiguas fachadas que no resaltaban precisamente por sus detalles estéticos.

El fenómeno estilístico del afrancesamiento, consigna la tesis sobre "La Epoca Republicana en la Arquitectura de la Ciudad Intramuros", fue realmente la primera etapa en las modificaciones del estilo colonial.

De lo que era la ciudad y la pobreza estilística que exhibían sus construcciones hablan los testimonios gráficos y los inventarios de los especialistas, que ponen de relieve como el precario florecimiento de la colonia y, más que nada, el abandono de que fue objeto cuando el imperio marcó su expansión hacia el continente, era evidente en la pequeña urbe colonial.

"…no había un estilo particular; se buscaba la funcionalidad y con ello se ponía de manifiesto la falta de sentido estilístico", hacen constar los arquitectos Ricardo José Rodríguez Marchena, Martín Mercedes Fernández y José Enrique Delmonte en la tesis citada. La irrupción haitiana marcaría la revolución estética que cambiaría el perfil de una buena parte de las viviendas, para hacerlas más hermosas y tropicales.

Los balcones, registran, "se extendieron a todo lo largo de las fachadas en hierro o en madera". La modificación significó una ruptura con la "timidez colonial en cuanto a la proyección de los segundos niveles".

Los haitianos -se abunda en la descripción del fenómeno- crearon un efecto rítmico en la fachada con la inclusión del balcón corrido. "De este modo destacaron el factor horizontalidad en los alzados, tanto la techumbre, la barandilla y el piso del balcón en su conjunción con el antepecho y la cornisa".

Del cambio experimentado resalta otro dato curioso: los balcones incorporados a las casas de "Saint Domingue", aunque llegaron por influencia directa de la presencia haitiana con toda su influencia francesa, fueron diferentes a los que entonces se construían en Puerto Príncipe. La diferencia, todavía comprobable, se manifestaba en la dimensión del balcón, que lo limitaba a un espacio recreativo, que no hacía posible la colocación de mobiliario.

No obstante, la transformación estética lograda ha constituido una de las herencias más trascendentales en la estética de la Zona Colonial, un enclave antiguo que hoy debe a esas fachadas gran parte de su perfil más atractivo.

La publicación que más recientemente ha hecho honor al legado arquitectónico -Balcones de la Ciudad Primada- hace una especie de inventario de los más famosos, pero también los más atractivos balcones de la Zona.

En la mención entran los del Alcázar de Don Diego Colón, que fue primero cuna de la Real Audiencia de Santo Domingo de Guzmán.

El edificio que acoge al Palacio Consistorial, frente al Parque Colón, se reseña resaltando la combinación del estilo republicano de la edificación con el estilo morisco del balcón.

Otro edificio emblemático de la ciudad que tiene en los balcones uno de sus más llamativos perfiles es el que acoge el Colegio Dominicano de Ingenieros Arquitectos y Agrimensores (CODIA), en la calle Padre Billini; también forma parte de la muestra en la calle José Reyes, la casona que es sede del Museo de la Porcelana.

La lista puede ser extensa y puede enriquecerla el visitante común que haga el ejercicio de recorrer las estrechas calles de la zona con el interés de observador más detenidamente los balcones que conservan antiguas viviendas, como expresión de una pasado político y cultural con muchas lecturas. Reparar en los detalles estilísticos que muestran los balcones de la Zona Colonial es también un ejercicio didáctico que nos lleva a pensar en la ironía histórica que supone para los dominicanos el hecho de que fue por la invasión haitiana que su tesoro colonial más preciado logró mayor atractivo arquitectónico.