Quisqueyano, nuestro otro gentilicio
Dos son los gentilicios con que somos conocidos los oriundos del país llamado Santo Domingo, a saber: dominicano, que deriva de Domingo, y quisqueyano, proveniente de Quisqueya. Con este último nombre, supuestamente indígena, los taínos designaban una de las regiones de la demarcación isleña que el Almirante Cristóbal Colón llamó Española pero que con en el fluir del tiempo terminó siendo conocida como isla de Santo Domingo.
Sabemos que el gentilicio dominicano comenzó a usarse desde 1621; y que varias décadas con posterioridad a las Devastaciones de Osorio (1605,1606), la isla de Santo Domingo dejó de ser posesión española en su totalidad y pasó a ser compartida con Francia, país que importó esclavos africanos a la parte Occidental y estableció allí la sociedad colonial conocida como Saint Domingue o Santo Domingo francés. De modo que fue hacia mediados del siglo XVII cuando los primeros escritores del Santo Domingo español empezaron a utilizar el gentilicio dominicano para identificar a los naturales de la parte española de isla, no solo como uno de los elementos definidores de lo que en el futuro sería la identidad nacional del colectivo, sino también para distinguirlos etnológica y culturalmente de los habitantes de la parte francesa.
Así las cosas, esto es, ocupada la isla de Santo Domingo por dos comunidades de diferentes culturas, una de composición afro-hispánica y la otra afro-francesa, para finales del siglo XVIII era común que en los documentos oficiales se identificara a los habitantes de la llamada parte del Este de la isla con el apelativo de "dominicanos españoles" con el propósito de distinguirlos de los naturales del Santo Domingo francés. Sin embargo, fue en los albores del siglo XIX cuando el adjetivo dominicano adquirió un significado cultural mucho más definido, en tanto que gentilicio natural de toda persona nacida en el Santo Domingo español.
Se recordará que hacia 1815, el gobernador Carlos Urrutia, célebre personaje de los tiempos de La España Boba (1808-1821), a quien también se le conocía como Carlos Conuco, en una Proclama se refiere a los "fieles y valerosos dominicanos" que participaron en un asalto protagonizado por sus tropas colecticias. El 10 de diciembre de 1820, el gobernador Sebastián Kindelán, en un Manifiesto público elogió a los "fieles dominicanos"; y cuando el primero de diciembre de 1821 el líder del frustrado movimiento conocido como La independencia efímera, José Núñez de Cáceres, dio a la luz pública el Manifiesto Político mediante el cual los dominicanos se separaban de España, proclamando el Estado Independiente de Haití Español, tituló el referido documento político de esta manera: Declaratoria de independencia del pueblo dominicano.
Durante el período de la Unión con Haití o de la Dominación haitiana (1822-1844), los habitantes de la parte española de la isla ya se identificaban a sí mismos como dominicanos, pese a la insistencia de los gobernantes haitianos quienes en algunas de sus comunicaciones oficiales llamaban a nuestros antepasados "hispano-haitianos" y también "haitianos del Este". No es casual que en 1827, cuando el entonces joven Juan Pablo Duarte viaja a Europa por primera vez, le aclara al capitán del barco que él no era haitiano, sino dominicano; y que años más tarde, tras elaborar su proyecto político nacionalista con el fin de crear un Estado nación libre e independiente de toda dominación extranjera, dio a la nueva institución política el nombre de República Dominicana.
Cualquier estudioso de la historia colonial de Santo Domingo podrá constatar que, a lo largo de los siglos XVIII y gran parte del XIX, dominicano fue el único gentilicio con el que siempre fueron reconocidos nuestros ancestros.
Quisqueyano
¿Desde cuándo, entonces, se usa quisqueyano, nuestro otro gentilicio? Todo dominicano familiarizado con el proceso histórico republicano, es consciente de que la República fue proclamada el 27 de febrero de 1844, y que a partir de ese trascendental acontecimiento histórico el pueblo dominicano tuvo auto-gobierno, soberano e independiente, inspirado en la doctrina del liberalismo y en el sistema de la democracia representativa. Una cosa, empero, fue proclamar la República; y otra muy distinta que los dominicanos adquirieran conciencia de su identidad nacional en tanto que ente sociológica y culturalmente diferente no solo de sus vecinos de Occidente, sino de cualquier otro colectivo nacional. En este punto es importante resaltar que a lo largo de la Primera República (1844-1861) y de la Guerra restauradora (1863-1865), en Santo Domingo nadie supo de la existencia del vocablo Quisqueya ni mucho menos del gentilicio quisqueyano.
Fue a partir del año 1867, cuando circuló el primer tomo del Compendio de la historia de Santo Domingo, de José Gabriel García, que los dominicanos aprendieron en las escuelas que los taínos solían llamar la isla con varios nombres, a saber: Bohío, Haití, Babeque y Quisqueya. Pero un hecho ocurrido en 1805, al parecer poco trascendente para la parte española, cambiaría el futuro de ese legado toponímico de la cultura taína, toda vez que los habitantes de la parte francesa de la isla, tras el triunfo de la revolución, se declararon independientes respecto de Francia y reivindicando como suyo uno de los nombres aborígenes de la isla, le dieron a la nueva República que proclamaron el nombre indígena de Haití.
El indigenismo
Postreramente, más de medio siglo después de la revolución haitiana, en el ámbito de la incipiente literatura dominicana surgió, luego de la restauración de la República, el denominado movimiento indigenista que, al decir de Max Henríquez Ureña, "se inspiró principalmente en las desventuras de los aborígenes del Nuevo Mundo al enfrentarse a los conquistadores europeos" (Panorama histórico de la literatura dominicana, Vol. I, 277:1966). El indigenismo literario era una suerte de búsqueda de las raíces ancestrales de los pueblos americanos y, en el caso de Santo Domingo, significó un vigoroso esfuerzo por reencontrarse con parte del legado de los más remotos ancestros de las dominicanos. Así, en 1867, a raíz de la publicación de la obra citada del historiador García, tuvo lugar la eclosión de la corriente literaria conocida como indigenismo y uno de sus precursores fue el periodista, poeta y escritor Alejandro Angulo Guridi, al que debemos un hermoso drama histórico, en tres actos, titulado Iguaniona, al principio del cual se lee lo siguiente: "La acción se desarrolla en la isla de Quisqueya, a fines del siglo XV".
Sin embargo, la literatura indigenista en Santo Domingo se desarrolla durante los dos decenios transcurridos entre 1870-1890, y sus principales exponentes, además de Guridi, fueron José Joaquín Pérez, autor de Fantasías indígenas, Salomé Ureña de Henríquez, Manuel de Jesús Galván, con su novela Enriquillo, José Castellanos, quien publicó la primera antología de poesía dominicana, que data de 1874, y cuyo título fue Lira de Quisqueya. Se trató, evidentemente, de una época de esplendor de las letras nacionales en la que los intelectuales criollos buscaban una forma de expresión que los vinculara directamente con el no muy abundante legado de la extinguida cultura taína. Y fue, en el seno de ese movimiento, que además del nombre europeo del país (que era y es Santo Domingo), devino una necesidad por fuerza de la inspiración poética, si se quiere, adoptar otro nombre que fuera de auténtico sabor aborigen con el cual también identificar a los dominicanos, y ese nombre, como acertadamente señaló el maestro Eugenio María de Hostos, no fue otro que Quisqueya.
No escapaba al conocimiento de los intelectuales de esa generación post-restauradora que los otrora esclavos de Saint Domingue, una vez liberados del yugo francés, pretendieron cambiar el nombre varias veces centenario de la isla y que también adoptaron para el nuevo Estado uno de los nombres indígenas de la isla, haciendo consignar en la Constitución de 1805 (la de Dessalines), que "el pueblo que habita la isla antes denominada Santo Domingo acuerda constituirse en Estado libre, soberano e independiente de cualquier Potencia del universo bajo el nombre de Imperio de Haití", Estado al que dicho sea de paso consideraban "uno e indivisible", y que solo tenía por límites el mar. Ante esa realidad histórica, es lícito conjeturar que cuando a los dominicanos se les presentó la oportunidad de escoger un nombre aborigen con el cual identificar a su Patria, seleccionaron uno que geográficamente los vinculara directamente con la desaparecida cultura taína y lógico fue que escogieran el vocablo Quisqueya.
Es, pues, durante el decenio 1870-1890 que la voz Quisqueya y sus derivados quisqueyano o quisqueyana adquieren cierta popularidad entre los dominicanos a través, principalmente, de la poesía de carácter epopéyico, de la narrativa indigenista y, naturalmente, por medio del himno que en 1883 escribió el poeta Emilio Prud'Homme, con música del maestro José Reyes. El himno de Reyes y Prud'Homme recorrió un largo trecho antes de ser oficialmente declarado Himno Nacional el 29 de mayo de 1934. Pero es evidente que durante los años transcurridos entre 1883 y 1934, el pueblo dominicano, de manera espontánea, hizo suyas las letras de ese canto patrio y esa circunstancia contribuyó enormemente a popularizar el otro gentilicio con el que desde entonces somos conocidos los dominicanos, pues además de resaltar que la Patria, es decir, Quisqueya, "la indómita y brava", "será destruida, pero sierva de nuevo, jamás", nuestro canto patrio comienza con unos versos que desde entonces han entonado y continúan entonando con orgullo todos los dominicanos: "Quisqueyanos valientes alcemos/ Nuestro canto con viva emoción…"
Conviene destacar que el vocablo Quisqueya era el nombre preferido por Hostos, quien incluso en 1880 propuso públicamente que el Estado se llamara República de Quisqueya, idea que ulteriormente secundó César Nicolás Penson en su libro costumbrista Cosas añejas. En cuanto se refiere al uso del gentilicio quisqueyano, éste devino más natural y frecuente en la literatura y en la poesía por fuerza de la métrica. Dicho nombre, según Emilio Rodríguez Demorizi, "apenas ha pasado de la literatura, de la poesía y la oratoria" y se ha convertido en "nuestro nombre poético, como borinqueño en Puerto Rico" (Seudónimos dominicanos, 1956: 33-34).
Los vocablos Quisqueya, quisqueyano y quisqueyana también pasaron de la literatura al cancionero popular, circunsancia que contribuyó de manera significativa a una mayor difusión los mismo del nombre que del gentilicio. Un ejemplo de se encuentra en las inmortales letras que el célebre compositor puertorriqueño, Rafael Hernández, dedicó a nuestro país: "No hay tierra tan hermosa como la mía,…" "Quisqueya la tierra de mis amores,.. Quisqueya divina, en mis cantares linda Quisqueya yo te comparo con una estrella"; o las no menos imperecederas de la dominicana Mercedes Sagredo: "Quisqueya, divina Quisqueya, de dulces recuerdos de ayer… "Quisqueya primada Quisqueya, Tú eres la más bella, tú eres la más bella, flor de mi vergel". Y como en este punto se trata de rememorar temas dedicados a exaltar la belleza y los valores patrios de Quisqueya, la Madre Patria de los dominicanos, estimo que no será en vano, para orientación de las jóvenes generaciones, traer a colación aquélla célebre canción titulada "Espera quisqueyana", que en las postrimerías de la dictadura de Trujillo compuso el recordado maestro Billo Frómeta; canción que dicho sea de paso consagró Felipe Pirela, el llamado "bolerista de América".
Sucedió que a mediados de 1961, ya ajusticiado el sátrapa, pero con la familia Trujillo y sus epígonos aún desgobernando el país, la juventud y la casi totalidad del pueblo exhausto de tantas injusticias, demandábamos anhelosos "navidad con libertad", al tiempo que entonábamos una de las estrofas de esa suerte de himno de esperanza que auguraba un mejor futuro para todos:
"No llores muchachita quisqueyana /Esconde tu dolor un poco más / Y verás las campanas de tu iglesia / Repicar anunciando libertad".
Una cosa fue proclamar la República; y otra muy distinta que los dominicanos adquirieran conciencia de su identidad nacional en tanto que ente sociológica y culturalmente diferente no solo de sus vecinos de Occidente, sino de cualquier otro colectivo nacional.