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Mangueando

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Mangueando
“Mangos” por Humberto Rivas.

El pasado sábado acudí a la ya tradicional Feria del Mango de Baní en compañía de Fabio Herrera Roa, miembro de una familia emblemática de esa laboriosa y admirable comunidad fundada por pobladores canarios, al igual que mi natal San Carlos. Estaba, por así decirlo, en tierra amable familiar. En esta XIV edición, como en otras ocasiones, la zafra que hicimos en animada compraventa fue abundante, auxiliada por jóvenes cargadores: los indispensables mangos banilejos, los predominantes Mingolo, los achatados Pascual, los excitantes Puntica, los generosos Tommy y Keitt traídos de la Florida, unos sobrios Bizcochuelo que llamaron mi atención. A la salida del pueblo, en Paya, rematamos con nuevas adquisiciones: mangos designados Dulce de leche y banilejos otra vez. En total, varias docenas, distribuidas entre familiares y vecinos al llegar a la capital. Almacenando el saldo en el refrigerador para su disfrute prolongado.

Quienes asistimos a la Expo pudimos degustar una amplia variedad de esta fruta maravillosa. Una carpa impermeabilizada y esterilizada, rodeada de estrictas condiciones higiénicas, ofrecía este servicio por la suma de 50 pesos. En bandejas individualizadas figuraban raciones de variedades Mingolo, Grano de Oro, Pascual, Yamaguí, Madame Francés, Keitt, Kent, Marcelo, Tommy Atkins, Moradito, Fabricó, Puntica, Parvin, Palmer, Springfield, Manzano, entre otras.

La visita a Baní no podía culminar sin incluir un pase por un establecimiento próximo al parque que honra el turquito típico de allí, hecho con la masa terrosa del pastelón criollo en lugar del hojaldre del Medio Oriente. Se trata de Santia Pastelería, situada en la calle Fabio Herrera, cuyos pastelitos de pollo y de queso merecen especial mención. Y por supuesto, Las Marías nos esperaba en la carretera con sus dulces de leche variados, coco tierno, higos rellenos, quesitos al limón y otras exquisiteces que hacen de esta marca un sello de excelencia.

Lamentablemente, la identidad arepera que caracterizó a Baní –impronta canaria bajo la cual me crié en San Carlos- ha sido seriamente lesionada. La única opción de consumir unas buenas arepitas de “mano” o burén se halla a unos pasos del mercado, sólo viable llegando antes de las 10 de la mañana. Estas arepitas, asadas envueltas en hoja de plátano, constituyen un ingrediente vital en el desayuno callejero de los lugareños.

Ya en Santo Domingo, el domingo procedí a lavar cuidadosamente los mangos. El lunes, con el auxilio de Lucy -la eficiente empleada del servicio de la casa-, me dispuse a procesarlos, pelándolos y troceándolos, para conservarlos en frío en bolsas plásticas especiales. Como sucede con otras frutas, en su proceso de maduración, pasado cierto límite, la fermentación de los azúcares provoca un alicorado natural, orgánico. Algo que constaté placenteramente al procesar los ejemplares más “pasados” de la cosecha de Baní. El repaso de la pulpa que quedaba adherida a la semilla, como acostumbraba en mi infancia, en el caso tras trocear estos mangos, me ocasionó una juma deliciosa.

Imagínense que por ahí he leído que el 30% de nuestra producción manguera “se daña” en la cadena que va desde el agricultor al consumidor final. Si algo de esta porción se rescatara para producir licor, sería un buen aprovechamiento de una fruta que aporta materia prima para jugos, mermeladas, chutney que se emplea comúnmente en la cocina de la India, de donde es oriundo este árbol prodigioso. Que deshidratada la pulpa, como lo hace aquí la empresa CariMango, constituye una nutritiva y sana merienda. Aparte de los múltiples usos medicinales tanto de la semilla, las hojas, como de la propia pulpa. El Clúster del Mango tiene un potencial significativo para un renglón que concentra el grueso de su producción en las provincias del Sur y cuyas exportaciones van en crecimiento.

El santiaguero (de Cuba) Félix B. Caignet –celebrado autor de El derecho de nacer, popular radionovela de CMQ llevada al cine mexicano y a la telenovela-, compuso Frutas del Caney. Un retablo del pregón ambulante que el Trío Matamoros, Barbarito Díez con la orquesta de Antonio María Romeu, Ñico Saquito, Compay Segundo y Pablo Milanés han mantenido vivo gracias a la magia de los registros sonoros: “Frutas, quién quiere comprarme frutas/ Mangos, de mamey y bizcochuelo/ Piñas, piñas dulces como azúcar/cosechadas en las lomas del Caney”.

Curioso por el origen del mango bizcochuelo aludido en la pieza de Caignet –que asumía de gran renombre en Cuba, como lo revela esta popularísima canción- y que encontré exhibido en Baní en esta Expo 2018, hice un pequeño rastreo. Para mi sorpresa, encontré esta interesante historia que deseo compartir con los lectores, fruto de la tradición oral de la provincia de Oriente.

Julio A. Martí nos la relata en el portal OnCuba, al referir las bondades de las frutas de El Caney, a las que cantó Félix B. Caignet. Asume el autor “que los mangos de esa región del Oriente cubano son considerados los de más alta calidad a escala global. A pesar de que el bizcochuelo, tomándolo como patrón, se da en muchos lugares del planeta, o de la propia isla de Cuba”.

Refiere Martí que “con ese fruto, orgullo de los lugareños, se alza la leyenda”, que se habría originado en 1902, “cuando el marino José Burgos, español radicado en Cuba, ancló su balandro en aguas de la República Dominicana y puso pie en tierra para visitar a una hija de dos años, de cuya madre se había separado meses antes. Le pidió permiso para llevar a la niña al barco y la confiada mamá se lo concedió, entregándole dos mangos para merienda de la pequeña.

Así las cosas, el hombre subió a su barco, levó anclas, izó velas y puso proa hacia Cuba, con la hija secuestrada. Como Burgos disponía de una finca denominada La Campana en la zona de Zacatecas, en El Caney, sembró las dos semillas de los mangos de marras, cuyas matas dieron los primeros frutos en 1905. Variedad desconocida entonces por los demás cosecheros, pero que asombró por su belleza, aroma, sabor y dulzura. Una década más tarde, los dueños de tierras de los contornos andaban detrás de las semillas de los ‘mangos de Pepe’, que era como se les llamaba en esos tiempos.

Se cuenta que aproximadamente en 1918 llegó a El Caney una norteamericana interesada en las frutas tropicales, atraída por la fama de la región. Y probó los mangos de Pepe. -¡Es un bizcocho!, aseguran que dijo. Cambiémosle el nombre. En lo adelante lo llamaremos bizcochuelo.”

Esta historia ha sido contada por un productor sexagenario, pariente del referido José Burgos, quien afirmó que su tía abuela Constancia, era la niña secuestrada, quien murió longeva y jamás desmintió la especie acerca del origen dominicano de los afamados mangos bizcochuelo del Oriente cubano. Algo hipotéticamente plausible, dados los activos intercambios entre las Antillas Mayores.

Nuestro Manuel Sánchez Acosta tiene en su rico repertorio un jazzeado Mango Jam, que ejecuta al piano diestro junto al virtuoso cubano Marco Rizzo, fraguado en los Nuevayores donde se generó entre rascacielos una fructífera hermandad caribeña, especialmente entre músicos. Y es compositor de un pregonero pambiche que ofrece mangos mameyitos, “que son de Santiago/ y también del país”, preferido del cantante agrónomo manguero Expedy Pou Pichardo.

El magnífico decimero Juan Antonio Alix –vivaz cronista cibaeño de la historia nacional- nos reservó Los mangos bajitos, un crudo retrato del oportunismo en la cultura dominicana: “Dice don Martin Garata,/persona de alto rango,/que le gusta mucho el mango/ porque es una fruta grata./ Pero treparse en la mata/ y verse en los cogollitos,/ y en aprietos infinitos.../ Como eso es tan peligroso,/ él encuentra más sabroso/ coger los mangos bajitos”. Balaguer –antólogo por excelencia de Alix- le habría dicho a Bosch en un encuentro celebrado en La Habana durante la Era de Trujillo, que para coger el mango había que estar debajo de la mata, en respuesta a una propuesta para que se uniera al exilio antitrujillista. Un mango que le gotearía fugazmente en 1961 y que en 1966, catapultado desde New York por la Ocupación Americana, atraparía con garra insaciable.

El trovador santiaguero (de los Caballeros) Piro Valerio nos obsequió Los Mangos, un tema que resuena en mis oídos en la voz de Rafaelito Martínez, acompañado por el conjunto rítmico de Ramón Gallardo en el ambiente bullanguero dominical de la Feria de la Paz, cuyo estribillo reclamaba: “Menéame los mangos/ menéamelos más”. Que remataba: “Sabiendo que te quiero/ tú siempre me maltratas/ Te pido y no me das/ un mango de tu mata”.

En los inicios de los 60, Joseíto Mateo grabó un álbum bajo el título Menéame los Mangos para Gema Records, junto al Gran Combo de Puerto Rico. Víctor Víctor, en tándem memorable con Francis Santana en el LP En Son de Felicidad, dio impulso sinfónico a los mangos de Valerio. Con el respaldo del maestro Jorge Taveras y la producción de Nandy Rivas.

Todo ello, para gloria del mango en la cultura criolla.