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Huracanes
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En el ojo del huracán histórico

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En el ojo del huracán histórico (ILUSTRACIÓN: RAMÓN L. SANDOVAL)

Seguida por muchos y abominada por todos, Irma se ha marchado hacia el noroeste luego de ensañarse en el Caribe de siempre, ensangrentado y con destrucciones masivas una vez más. Deja una estela de muertes, desesperanza, incertidumbre y, en fin, el mismo cuadro aterrador que se repite a lo largo de la historia. Ensayan sus pasos José y más allá, Katia, un desgrane del abecedario tormentoso cuya única gracia radica en la incorporación igualitaria, intercalada, de nombres femeninos y masculinos. Menos mal que esta violencia natural no viste marca de género.

No que a la tempestad fenomenal se le hayan mermado las fuerzas y, en consecuencia, disipado el interés colectivo. Por el contrario, el nuevo rumbo, lento más incesante, apunta hacia tierras desarrolladas que concentran riquezas e intereses multinacionales, lo que la hace más atractiva en términos mediáticos y singularmente peligrosa. De aplicar el término, diríase que doña Irma no es tonta porque compite ya con Corea del Norte y del Sur, China y Japón en la atención de la gran potencia norteamericana y del resto del mundo. Lejanía y cercanía son relativas en estas temporadas de la globalización.

Cuando a Donald Trump se le preguntó sobre este ciclón comprobado ya como de potencia histórica, inició la descripción del recorrido huracanado con Puerto Rico, obviamente; eludió la pifia geográfica con un “otras islas” y con aplomo mencionó posteriormente la Florida. Seré agnóstico pero líbranos, ¡Oh, Señor!, de caer en la tentación de afirmar peregrinamente que esta vez la naturaleza asemeja a un vengador errante. Por un plumazo trumpiano, 3115 “dreamers” corren el riesgo de ser expulsados de los Estados Unidos, dominicanos entre ellos. En ese inventario de propiedades dañadas o destruidas por la furia de la naturaleza —no la prometida a Kim Jong Un—, figura Le Château des Palmiers, una mansión principesca en la parte francesa de la isla de San Martín y donde hasta el 70 por ciento de las edificaciones fueron afectadas o reducidas a escombros por los fuertes vientos. Amenaza doña Irma con aposentarse en Mar-a-Lago, otra de esas propiedades de fantasía que bordean la costa floridiana a la altura de Palm Beach. Ambas comparten como dueño al inquilino de la Casa Blanca.

El cambio climático y la preocupación por el medio ambiente, materia del Acuerdo de París del año pasado y del cual ha renegado la administración republicana, abandonaron Washington. Se les echó a un lado a fuer de dudas alejadas de la ciencia y medidas revisionistas. Sin embargo, el antecesor de Irma, Mr Harvey, redujo al caos la parte sur del centro de Texas con inundaciones nunca vistas que, incluso semanas después, mantienen sumergidas grandes extensiones. Houston, la capital petrolera del mundo, acusó embates y pérdidas materiales y humanas de los que no se recuperará por mucho tiempo. Añádase el cierre temporal de refinerías importantes y un oleoducto vital para el abastecimiento de carburantes, y se entenderá el porqué del encarecimiento de los combustibles, como acabo de comprobarlo al repostar.

Muchas otras maldades nos han llegado al Caribe por vía del Atlántico, cuna de la familia de huracanes que entre el verano y el otoño asuelan el archipiélago que servía de eco a las querellas intraeuropeas; lugares que, como nos lo ha recordado doña Irma, conservan la huella metropolitana en forma de territorios de ultramar. Del costado africano cuyas aguas cálidas se acomodan a leyes físicas inverosímiles para mutar en siniestros terroríficos, provenían los barcos cargados de esclavos con que se poblaron las plantaciones caribeñas. Esas estampas de color y humanidad, más el bagaje cultural anejo, caracterizan estas islas en las que la tragedia se ha enseñoreado en estos días. Nadie sabe con certeza cuántas vidas se perdieron en el largo trayecto de la libertad a la esclavitud. Eran vidas baratas pero que producían fortunas con las que se financiaron expediciones, conquistas y más abyección y sojuzgamiento.

Si los navíos esclavistas contratados en Bristol y otros puertos europeos eran ya de por sí un torrente de desgracias, otros más poderosos desencadenaban desde sus bordas tronadas de pólvora y metales; huracanes de dolor y muertes. También piratas y corsarios se desplazaban por la ruta marina que nos conecta con el norte y, como Irma, dejaban una secuela de desastres, sangre derramada, destrucciones y tormentos. Ya no la naturaleza que nadie controla y castiga sin distingos a mansos y cimarrones, a Trump, a nuestra gente de Nagua o a los amigos de Antigua, Barbuda y San Martín, sino la humana. La vesania pertenece al hombre y también a este, la capacidad de discriminar en la empresa destructiva y sacar provecho de las ruinas. En el orden natural, solo nosotros matamos sin que medie la urgencia alimenticia.

En la ruta de los huracanes hay huellas históricas simpares. Abatidos han quedado los ventarrones de malquerencias e intereses que atizaban luchas implacables en el Viejo Continente y se reflejaban con igual violencia en la frontera imperial a que aluden en sus magnas obras el trinitario Eric Williams y el dominicano Juan Bosch. Vecinos desde siempre y buenos amigos ahora, Holanda y Francia sufren las malas nuevas que llegan desde San Martín, sus posesiones desprovistas de línea divisoria desde mucho antes de advenir Schëngen. En poco menos de 40 kilómetros cuadrados, dos países europeos se reproducen en el Caribe. Es una isla cercana a nosotros en afectos, porque han acogido allí a decenas de familias dominicanas en ese intercambio de poblaciones que ha caracterizado el archipiélago caribeño desde que se escribe la historia. Como los huracanes, los indígenas se movían con libertad. El tránsito insular obedecía a razones de supervivencia, además de propósitos bélicos engendradores de odios y temores.

El Reino Unido también ha enlutecido por Irma. Las islas Vírgenes británicas fueron de las primeras en comprobar la fiereza del huracán histórico y enviar noticias calamitosas a la metrópolis. En una segunda jornada de destrucción y ensañamiento, a las islas Turcas y Caicos les ha tocado la mala suerte de estar situadas en el mismo trayecto fatídico de Irma. Temprano para reportes acabados, nada bueno augura ser mirado desde arriba por el ojo del huracán.

Paradójicamente, al país que lo comenzó todo le resta nada de los muchos territorios caribeños que una vez poseyó. Suya era también la Florida hacia donde se encamina Irma con altivez mortífera y donde afortunadamente Ponce de León, recordado con una importante avenida en la capital puertorriqueña e incluso una ciudad, nunca dio con la fuente de la eterna juventud. Puerto Rico y Cuba cuentan como las últimas colonias españolas de importancia, o ganancias independentistas, en el Nuevo Mundo. En el Caribe, azotado por piratas, ciclones, terremotos, conquistadores inescrupulosos y crueles, corsarios, ejércitos imperiales, pestes y mazmorra de almas africanas, se plegaron las banderas del país que abrió a Europa una fuente sorprendente de riquezas, experimentos sociales y nuevos campos de batalla.

En cambio, Francia, que perdió a nuestro vecino Haití en un episodio cuasi catastrófico para sus finanzas, continúa como el país europeo con más tierras, casi todas caribeñas, en las Américas. Bueno o malo, ¡quién sabe! Porque en la Guyana francesa, por ejemplo, se destapó poco ha un huracán social que también cerró aeropuertos y paralizó la economía. Demanda: más atención desde París. Condenado el Caribe a ser noticia.

adecastro@aol.com

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