La Constitución inexistente o pedazo de papel de Finjus y el Conep
Cuando un partido cartel es incorporado al esquema y toda la partidocracia se une al festín, entonces estalla el escándalo y los pueblos empiezan a darse cuenta de que la globalización es la gran estafa contemporánea.
A Ferdinand Lassalle se atribuye la autoría de la frase: “la Constitución es un pedazo de papel”, este autor alemán relata las vicisitudes del derecho constitucional del siglo XIX, en varias naciones europeas, experiencia que Latinoamérica conoció en el siglo XX, pero que en el siglo XXI, la República Dominicana, se empeña en seguir manteniendo vigente. Esta afirmación no es un invento, es el resultado de la reflexión que produce la publicación simultánea, pero por separado, que han hecho la Finjus y el Conep. En efecto, a la Fundación Institucionalidad y Justicia (Finjus), se la tiene como el brazo jurídico del Consejo Nacional de la Empresa Privada (Conep), y hechos como el que comentamos alimentan esa opinión. Así, los mismos que fueron capaces de librar recientemente una batalla legal y constitucional contra el supuesto monopolio de los choferes empresarios, son los que ahora llaman a la prudencia respecto al caso Odebrecht. Es más, han planteado que el tema sea sacado del debate público.
Así, llegamos a la teoría de Ferdinand Lassalle, de la Constitución inexistente, a la constitución pedazo de papel, a la seudo-constitución. En pocas palabras: a la farsa constitucionalidad. Lassalle dice que esto ocurre: “allí donde la Constitución escrita no se corresponde con la real, estalla inevitablemente un conflicto que no hay manera de eludir y en el que a la larga, tarde o temprano, la Constitución escrita, la hoja de papel, tiene necesariamente que sucumbir ante el empuje de la Constitución real, de las verdaderas fuerzas vigentes.” De modo que nuestro autor llama a diferenciar la constitución escrita, el pedazo de papel, de la constitución real, pero ¿qué es una constitución real escrita o no escrita? Nuestro autor responde: “la verdadera Constitución de un país sólo reside en los factores reales y efectivos de poder que en ese país rigen, que cuando dan expresión fiel a los factores de poder imperantes en la realidad social: he ahí los criterios fundamentales que deben ustedes retener.” Algo así ocurre entre nosotros, tenemos una Constitución escrita pero ésta solo es respetada en la medida no interfiere con el poder real, es decir con los poderes fácticos que son el verdadero poder conformado por empresarios del frente oligárquico en alianza con multinacionales.
Entonces ¿el constitucionalismo es una farsa? Nuestro autor señala que la solución al dilema consiste en ajustar la Constitución escrita al poder real, efectivo, concreto, esto es: haciendo que el poder real obedezca al derecho contenido en la Constitución. Es el caso que, al parecer, la República Dominicana está lejos de poseer una Constitución real y ajustada a derecho, pues otros factores y no el derecho, son los que determinan su aplicabilidad. Es como se dice en el Cibao, la Constitución se aplica “asigún”, porque no es el pueblo quien manda.
Obvio, se ha dicho que el neoliberalismo es el secuestro del poder por las multinacionales, que las multinacionales se han apropiado de los recursos naturales y económicos del planeta, es decir de las naciones débiles, desregularizando, haciendo relativo el derecho y la Constitución: pues allí donde saber y poder van a la par, lo único que acontece, es que las mayorías son despojadas de toda dignidad personal, solo hay espacio para el hombre light. Cuando un partido cartel es incorporado al esquema y toda la partidocracia se une al festín, entonces estalla el escándalo y los pueblos empiezan a darse cuenta de que la globalización es la gran estafa contemporánea. Es cuando aparecen las reacciones de todo tipo en Corea del Sur como en Latinoamérica y hasta en la vieja Europa, casos de Grecia, Inglaterra, Italia, Francia, España, etc., e incluso, en el propio Estados Unidos, pues la elección de Donald Trump no es más que eso.
Por tanto, queda sobre el tapete, si los neoliberales se ajustarán al derecho constitucional o si preferirán que el mundo se repueble de gobiernos totalitarios y populistas. El descrédito de la democracia conduce inexorablemente a ello. Claro, algunos países han estado aprovechando estos acontecimientos para profundizar y estabiliza el Estado de Derecho y la democracia constitucional. Por tanto, como nuestro autor, entendemos que a la Finjus como al Conep, les conviene abrazar la Constitución escrita y tenerla por Constitución real, antes de que sea demasiado tarde, pues queda dicho que el populismo y el autoritarismo crecen allí donde los poderes fácticos son los primeros en burlarse de la Constitución, convirtiéndola en simple pedazo de papel.
Si tenemos a la oligarquía –aun en alianza con el capital internacional, como revolucionaria, dados los tumbos de nuestra pequeña burguesía-, debemos esperar la rectificación de esos exabruptos o una crisis de gobernabilidad. Ahora que sus ideólogos están envueltos en la patas de los caballos, una reflexión sana, consistiría en no temerle a la Constitución ni al Estado de Derecho, pues después de todo y ante todo, tanto la partidocracia como el partido cartel, son los que deben amoldarse a las reglas del Estado Constitucional y democrático de Derecho, pues el capital, aunque se haya beneficiado, como siempre, de actividades ilícitas, es el que no debe perecer.
La noción de Constitución inexistente enlaza con nuestros comentarios sobre la opinión de Ferdinand Lassalle, pero a quien pertenece es a Mario Jori, jurista italiano que fue capaz de analizar el proceso mediante el cual, las sociedades superaron los totalitarismos y los populismos de entre guerras y fueron capaces de construir Estados Constitucionales estables donde la democracia pasó a ser el bien jurídico cardinal de sus actuaciones.