El modelo “americano”
Esos ejemplos de visión y desprendimiento adquirieron tal fuerza moral que, sin estar constitucionalizadas, aquellas restricciones se convirtieron en elementos distintivos del presidencialismo norteamericano.
La organización del Estado en tres poderes, con la representación del Estado y el control del Poder Ejecutivo delegado en un ciudadano “electo por periodo fijo” fue inicialmente concretada en Estados Unidos. Y en la versión americana, un presidente no puede beneficiarse de reformas constitucionales y legislaciones aprobadas durante su mandato. Ni gobernar por más de dos periodos. Y un expresidente jamás retorna al poder.
La aplicación de esas simples restricciones ha tenido consecuencias dramáticas. Tómese este ejemplo baladí. Entre 1873 y el 2017 el salario del Presidente, que es el más alto en el Gobierno Federal, ha sido modificado cuatro veces, en 1909, 1949, 1969 y 2001. Como no puede beneficiarse de reformas o legislaciones aprobadas durante su administración, un presidente tiene poco incentivo para tocar el tema. Igualmente tiene poco incentivo para luchar por una reforma constitucional para incrementar el tiempo que un mandatario podría desempeñar el cargo. De hecho, la única reforma en ese sentido fue para establecer constitucionalmente la restricción de no más de dos periodos de cuatro años.
Por otro lado, la Constitución permite que un ciudadano que ejerció la presidencia por solo un periodo, opte por un segundo. Pero la cultura política establece que el que salió de la presidencia no regresa. Durante el primer periodo, el Presidente trabaja con su reelección en mente. Pero gane o pierda, después de las elecciones, la fecha de su jubilación está definida. Ya no tiene que trabajar para acumular recursos y adeptos para sus luchas personales dentro o fuera de su propio partido. Y al dejar de ser contendientes, también deja de ser un blanco importante en las refriegas políticas.
Como la presidencia se ejerce por hasta dos periodos y el que salió no regresa, las aspiraciones presidenciales fluyen sin necesidad de esperar señales de expresidentes o del presidente. Eso estimula el desarrollo de nuevos liderazgos y afianza la esperanza en la posibilidad de cambiar el rumbo sin ruptura institucional.
Si bien el llamado “modelo americano” ha sido un comodín al servicio de los intereses coyunturales y cambiantes de los presidentes, el modelo americano surgió de los esfuerzos por evitar que esos intereses dislocaran el Estado y la nación. En efecto, desde el principio, los hombres que le dieron forma constitucional intuían que el sistema presidencialista daba para una buena democracia o mil formas de dictaduras, pues al delegar la representación del Estado y la autoridad del Poder Ejecutivo en una sola persona, el equilibrio entre los poderes y la institucionalidad de toda la nación dependerían en gran medida de la institucionalidad de la presidencia.
En su preocupación por esa institucionalidad, muchos consideraban que modificar la constitución o legislar en beneficio propio era un abuso del poder delegado, el cual podía prestarse a cualquier cosa; que el eventual retorno de los expresidentes obstaculizaría el surgimiento de nuevos líderes y generaría luchas políticas que afectarían la eficacia del Estado y de los partidos; y que fuese de manera continua o discontinua, una presidencia extendida conduciría inevitablemente a la corrupción y al autoritarismo.
Limitar el tiempo en el cargo fue considerado un elemento esencial para minimizar los peligros de una presidencia sublevada. Pero resulta que la Constitución no contenía restricciones a la reelección consecutiva o no consecutiva. Dejando abiertas todas las posibilidades. Y ahí se produce uno de esos periodos definitorios de Estados Unidos. Ellos podían defender “el derecho constitucional” de presidentes y expresidentes a postularse indefinidamente. Pero uno tras otro, los primeros presidentes optaron por defender el derecho de la nación a una alternabilidad que consideraban fundamental para sostener la democracia y el desarrollo. Esa defensa no se hace a través de complejas reformas constitucionales. Se hace de manera muy simple. Los presidentes, negándose a postularse para un tercer periodo. Los expresidentes, negándose a postularse otra vez.
Esos ejemplos de visión y desprendimiento adquirieron tal fuerza moral que, sin estar constitucionalizadas, aquellas restricciones se convirtieron en elementos distintivos del presidencialismo norteamericano. De hecho, a pesar de lo despiadada que ha sido siempre la lucha política en Estados Unidos, y de los diferentes talantes de sus presidentes, en más de dos siglos no se ha producido una sola ruptura institucional. En paz o en guerra, cada cuatro años se han celebrado elecciones presidenciales. Solo un expresidente ha vuelto al poder. Solo un presidente ha permanecido en el poder por más de 2 períodos. Y dicen que al país le ha ido bien.