Deslealtad en la “conspiración de la pólvora”
La vileza entronizada en el poder ha estado presente hasta en el más diminuto reducto del globo terráqueo. Desde África, cuna de la Humanidad; en Europa, el viejo continente; en Asia, donde habitan los “pieles amarilla”, y en América, el nuevo mundo, se sucedieron hechos de villanería tal, que son hazañas protagonizadas por personajes de ingrata recordación.
La incapacidad de aceptar las ideas y opiniones de los demás lleva a mucha gente, mareadas de poder, a reaccionar con autoritarismo, en el afán de aplastar al contrario. La situación es más compleja, cuando esa actitud se asume desde instancias superiores, sean estas políticas, gremiales, sindicales, deportivas o religiosas, pero que vende la imagen de ser más papistas que el propio Papa.
Las religiones no escapan a esto, aunque parezca absurdo; encontramos momentos donde se han escenificado hechos vergonzantes; las iglesias son los conglomerados en los cuales su jerarquías llevó a cabo persecuciones atroces contra sus contrarios, una especie de aniquilación, como si se tratase de ejércitos enemigos.
Los ataques contra la libertad de religión estuvieron presentes en el pasado, entre protestantes y católicos, que cuando tuvieron de aliados al poder político, sus acciones han sido letales. Hay un hecho singular al que me voy a referir, ocurrido entre los siglos XV y XVl en Inglaterra, que a pesar de que buena parte de la Época Medieval se distinguió por su fidelidad al Papa, a partir del año 1534 se promulgó el Acta de Supremacía que declaró a la corona británica como única cabeza de la iglesia en ese país, desconociendo la autoridad del Vaticano.
Ese desafío de la corona inglesa al papado, llevó a Tomás Moro y a Juan Fischer, obispo de Rochester, a enfrentarla, por lo cual los dos fueron ejecutados en 1535. Otros fueron igualmente sacrificados por manifestar su fidelidad religiosa a Roma, como sucedió con Margaret Pole, una viuda de cinco hijos, acusada de organizar una conjura contra el Rey, y que terminó decapitada. Se suprimieron los monasterios y los cultos católicos.
Eduardo Vl, tras la muerte de su padre, asumió el trono a la edad de nueve años, pero la gestión del reinado estuvo en manos de su tío, el duque de Somerset, que duró seis años, suficientes para introducir la doctrina protestante.
El Acta de Supremacía, sin embargo, fue suprimida posteriormente por la Reina María l (María Tudor), hija de Enrique Vlll, quien restableció la lealtad al Papa. Ese estado de cosas duró solo cinco años. En tan corto tiempo, los anglicanos fueron perseguidos, y no pocos terminaron sus vidas en la hoguera, lo que motivó a que tiempo después, durante el reinado de Isabel l, se editara el “Libro de los mártires”, de John Foxe. La historia de las persecuciones volvió a su origen y el “Acta de Supremacía” fue rescatada nuevamente. Entre 1559 y 1569 se calcula que Isabel l ordenó ejecutar a 800 católicos, se prohibió la misa, y se expulsaron a los sacerdotes de Inglaterra.
Toda esa hostilidad contra los católicos se perpetuó hasta el siglo XVll. Varias acusaciones contra ellos exacerbaron la discriminación en las instancias de poder y en la población contra los fieles al Papa.
El azote anticatólico provocó que un grupo de ellos organizara un atentado en el Parlamento, que pretendía llevarse no sólo al Rey y a los parlamentarios, sino a las familias de la aristocracia protestante, en una acción que se conoce como la “Conspiración de la pólvora”, en la que Guy Fawkes, especialista en explosivos, intentó fallidamente volar el Parlamento.
Ahora, ¿por qué falló la operación? Fracasó por la traición que aflora en muchos seres humanos, que se pone de manifiesto en el momento menos esperado, por múltiples razones, desde la falta de compromiso, temor, afán de lucro, entre otras flaquezas humanas. Esta se puso en evidencia entre algunos de los conjurados, a la cabeza de Robert Catesby, pero agarraron con las manos en la masa a Guy Fawkes, quien fue seleccionado para la misión más delicada, y falló o le hicieron fallar.
Treinta y seis barriles de pólvora que se iban a utilizar para el plan, asustaron a unos que otros del grupo. El 26 de octubre de 1605, lord Monteagle recibió una carta anónima, advirtiéndole que se mantuviera alejado del Parlamento, que lo iban a volar, misiva que mostró al Rey. Fawkes fue encontrado guardando la pólvora y, tras ser torturado, terminó revelando los nombres de sus compañeros, por lo que fue llevado a la horca.
Guy Fawkes, cuya motivación era asesinar al Rey, simboliza desde entonces la traición, hecho por el que muere ahorcado, pero aun así no se le pudo aplicar el ritual reservado a los traidores, que consistía en cortarles los testículos, y sacarles las vísceras aún con vida. Prefirió saltar al vacío con la soga al cuello.
Desde entonces, ese evento es recordado como uno de los símbolos de la traición, pues algunos propiciadores decidieron tirar la máscara con la que ocultaban sus falsos rostros en el objetivo de la defensa de su iglesia.
El Rey Jacobo, la víctima de este histórico drama, en cambio, tuvo la iniciativa de ordenar la redacción y edición de una nueva Biblia, a los fines de acallar la disputa de años entre puritanos y protestantes contra los católicos. La corona terminó ganando la batalla, para que su versión del sagrado libro fuera el más leído y sustituido por otro que se redactó y editó en Ginebra.
Desde aquel fallido atentado, en Inglaterra se celebra el 5 de noviembre el Día de Guy Fawkes, símbolo de traición, y también conocido como el Día de la Máscara, convertida ésta en ícono mundial por “Anonymous”, el grupo rebelde de ciberguerrilleros, que usa como uno de sus lemas “no olvidamos”.