Normas de conducta
En el Parlamento británico existe un código de reglas, algunas no escritas pero que se respetan con igual o más fuerza que si lo fueran, que norman la conducta de los parlamentarios y que buscan evitar situaciones como las que se presentan con demasiada frecuencia en el Congreso dominicano.
Una de ellas, por ejemplo, prohíbe llamar “cobarde” a un colega para evitar que este tenga que demostrar que no lo es y los calificativos de orden moral están estrictamente prohibidos y son severamente castigados con los consejos disciplinarios tanto de los partidos como de la cámara.
Esto no quiere decir, sin embargo que los debates no sean ardorosos y las sesiones ruidosas, pero ha tenido una ventaja para el debate: los legisladores tienen que ser creativos en el uso del lenguaje y resulta una delicia escucharlos.
Un ejemplo: en el calor de una discusión, Winston Churchill, refiriéndose a la actitud pusilánime del primer ministro con respecto a Alemania antes de la guerra (recuérdese que no se puede usar la palabra cobarde), exclamó: “Nuestro primer ministro parece un guineo, amarillo por fuera y tembloroso por dentro”. Se dice de todo pero sin poner en entredicho el prestigio de la institución, el Congreso, al que sirven.
Y esa es la cuestión. La conducta individual de los legisladores no debe dañar al cuerpo legislativo. Si los legisladores, por pequeñeces o rencillas personales, no ponen por encima a la institución, después que no se quejen si los llaman “perros” o si tienen muy poco aprecio en la comunidad, y de poco vale la labor de presidentes de las cámaras o de destacados legisladores para salvar el prestigio de la cámara que integran. Ayuden a que ser diputado no sea un insulto más en la calle.
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