Espejismo de bienestar
El presidente Medina hizo referencia en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a la futilidad de las comparaciones internacionales en base al nivel del PIB por persona. Indicó que debido a esa forma de medir el desarrollo, la República Dominicana ha sido excluida de planes de asistencia, a pesar de que muchos dominicanos no se sienten partícipes del supuesto bienestar que hemos alcanzado.
Ese planteamiento sobre los peligros de los promedios y las comparaciones coincide con lo expresado en esta columna en torno a la presión tributaria, calculada también en base al PIB. De hecho, la mala calidad del gasto y los servicios públicos hace que el Estado sea parte integral del espejismo de bienestar, pues su porción del valor monetario del PIB no mide la satisfacción de necesidades sociales.
Aparte de la distorsión causada por los promedios, que ocultan las desigualdades, otro problema es que el PIB es realmente un estimado del que escapan muchas actividades, algunas ilícitas, lo que hace necesario aplicar ajustes mediante imputaciones de ingresos no monetarios, correcciones de redundancias y formas de tomar en cuenta el autoconsumo y el trueque de productos.
Pero otra dificultad es que para comparar países hay que convertir monedas y se cuestiona si los tipos de cambio nominales son adecuados para ese fin. Por eso se usan tipos corregidos, usualmente por medio del poder de compra de las monedas.
Y otras correcciones son más radicales, como sucede con el Índice de Felicidad que el gobierno de Bhután calcula para medir el nivel de vida.
En el fondo el problema de las comparaciones es insoluble porque involucra divergencias culturales. Si un país prefiere las discotecas a la educación, el alcohol a la leche, el tabaco a la salud, el juego a la inversión, la depredación a la ecología, los vehículos de lujo a los equipos industriales, o la delincuencia al trabajo, puede que tenga igual PIB que otro que prefiera lo opuesto.