Los bosques primarios no son recursos renovables
La estrategia mundial para la conservación de la biodiversidad propone conservar los seres vivos y los ambientes en que estos viven, porque, entre otras razones, en esos seres vivos, muchos de los cuales no han sido ni siquiera estudiados, puede estar la solución a los problemas de salud y alimentación que agobian a la humanidad.
El factor que más contribuye a la desaparición de la biodiversidad es la destrucción de los hábitats, sobre todo cuando se trata de bosques primarios, formados hace miles de años y cuya restauración es imposible. Este tipo de bosque no es, como pretenden algunos partidarios de la tan cacareada “reforestación”, un recurso renovable. Yo puedo reproducir una planta por medios artificiales y conservar la especie indefinidamente. Pero no puedo hacer lo mismo con un bosque primario.
Una hectárea arrasada en el Parque Sierra de Bahoruco, por ejemplo, es irrecuperable. Todos los esfuerzos humanos por restaurarla serían inútiles, porque las relaciones que se dan entre sus diferentes componentes son tan complejas y sutiles que resultan irrepetibles. Además, cuando destruimos un bosque primario, desaparecen con él un sinnúmero de especies que sólo existían en ese hábitat y que no lograrían restituir millones de años de recuperación espontánea. Un bosque primario es un ser vivo, diverso y complejo, y su extinción, como la de los otros seres vivos, es también para siempre.
Por eso es más importante detener la deforestación que tratar de “reforestar” las áreas destruidas, tarea casi siempre inútil y en algunos casos peligrosa, porque crea la ilusión de que los programas de “reforestación” son una alternativa a la destrucción de los bosques primarios. De hecho, algunos “especialistas” hablan de “Tasa de deforestación” (área deforestada), y “Tasa de reforestación” (área reforestada), considerándolo un indicador confiable de la conservación de la cobertura boscosa. Se atreven incluso a afirmar que si en un año se deforestaron 10 hectáreas y se reforestaron 100, el balance fue positivo para los bosques, pues hubo una ganancia neta de 90 hectáreas. Esa comparación es ridícula y perniciosa. Una hectárea deforestada es un hecho consumado y, en el caso de un bosque primario, irreversible. Una hectárea “reforestada” es, en el mejor de los casos, una promesa. Un grupo de plántulas sembradas, algunas de las cuales tal vez sobrevivan. Cuántas plantas de los cuantiosos millones que se siembran en las publicitadas “reforestaciones” sobreviven es un misterio inescrutable.
Otro error común es creer que el aumento de la cobertura vegetal es una buena noticia para la conservación de la biodiversidad y un indicador de que nuestros bosques están creciendo. Ese incremento de la mancha verde que se observa en las fotos de los satélites, puede ser consecuencia indirecta de la deforestación: al destruir la vegetación natural, prosperan especies invasoras (muchas de ellas extranjeras) que, al no tener competencia, se extienden más allá del área alterada, creando la falsa impresión de que aumentó la superficie boscosa. El colmo es atreverse a decir (lo leí en un informe de la Cepal del 2015 y lo he oído varias veces en el país) que los bosques primarios están aumentando. Un bosque primario es un bosque que no ha sido destruido, que se conserva como estaba a la llegada de los europeos hace 5 siglos. El número de bosques primarios sólo puede disminuir o mantenerse pero nunca crecer. Nadie puede crear un bosque de 500 años. De la misma manera que el Patronato de la Ciudad Colonial no puede anunciar la inauguración de nuevos monumentos coloniales. Las edificaciones antiguas sólo las puede construir el tiempo.
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