La huella del carbono que todavía queda por explorar en los océanos
El carbono azul, atrapado en los mares, aun no es conocido a fondo por la ciencia
ROMA. Lo llaman carbono azul porque se ha quedado atrapado en los mares y, aunque todavía no se conoce a fondo, los científicos no dudan del potencial que tienen los ecosistemas marinos para combatir el cambio climático.
En el océano se almacenan cantidades de dióxido de carbono hasta cincuenta veces más que en la atmósfera y veinte veces más que en las plantas terrestres, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Partiendo de esos datos, ¿por qué no se hace más por aprovechar esos recursos y contrarrestar las emisiones de CO2?
Steven Lutz, coordinador del programa Carbono Azul del centro noruego GRID-Arendal, admite a Efe que aún se necesita investigar más y evaluar la acción de los ecosistemas marinos y costeros frente al calentamiento global.
Cuando se preservan, sostiene, terrenos como los manglares sirven de hogar a las especies marinas y les dan las condiciones para la vida, mientras que si se degradan, el carbono acumulado se lanza de nuevo a la atmósfera y puede tener un “impacto significativo en los gases de efecto invernadero”.
Tanto se ha hablado de los mercados de bonos de carbono y de la utilidad de los bosques como moneda de cambio en su papel de sumideros que el interés se ha extendido a otras formas de absorción como las de la propia costa.
El reciente acuerdo de París sobre cambio climático reincide en esta idea: es importante conservar y aumentar sumideros y reservorios de los gases de efecto invernadero, así como garantizar todos los ecosistemas, incluidos los océanos.
Entre las nuevas oportunidades, Lutz destaca que se puede mejorar la gestión de los ecosistemas, utilizar ese carbono para lograr objetivos de política nacional y compromisos internacionales, o ayudar a las comunidades locales en la conservación ambiental y dotarlas de medios para efectuar el canje de emisiones.
Ya hay proyectos en países como Ecuador, República Dominicana, Mozambique o Indonesia que, a distintos niveles, buscan el reconocimiento de esa clase de servicios.
Y es que la inmensidad del océano puede ser una mina de oro con sus pastos marinos, marismas o arrecifes de coral, y con especies de gran valor biológico como el alga marina Sargassum o el krill, un pequeño crustáceo antártico, que intervienen en el secuestro de carbono.
“Para que el carbono sea almacenado a largo plazo, necesita acabar en el suelo del océano. Mediante el proceso de la cadena trófica marina, el carbono es capturado por las plantas, ingerido por los animales, arrastrado hacia el suelo y almacenado allí”, relata el fundador de la iniciativa Global Ocean Trust, Torsten Thiele.
Por eso, recalca, cuanto más estresado se encuentre el océano por daños como la estratificación, la sobrepesca o la contaminación, peor podrá absorber el carbono a la larga.
“La pregunta es cómo se pueden proteger mejor los mares”, afirma Thiele, que destaca los avances para medir y verificar las reservas de carbono azul.
La responsable para Océanos y cambio climático de la UICN, Dorothee Herr, coincide en que, aun no siendo fácil, los instrumentos para cuantificarlas están a la mano y muchas universidades han recogido los datos de distintos ecosistemas costeros.
Otra dificultad añadida entraña la medición del carbono en los sedimentos del fondo oceánico, si bien la experta insiste en que los números se están perfeccionando en general para poder incluirlos en los inventarios nacionales de gases de efecto invernadero.