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Desigualdad
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La familia que cena en Nochebuena por caridad

El crecimiento económico en la República Dominicana no ha sido tan inclusivo como en el resto de la región, según el Banco Mundial

SANTO DOMINGO ESTE. Margarita Rodríguez sale desde el interior de una casucha revestida de hojas de zinc. “Pasen, pasen”, dice la mujer de canas y voz ronca. A sus 59 años camina lento. No trabaja. Está enferma de diabetes y de la presión. Su esposo también sale de la vivienda y se le une. Llama la atención la nariz reconstruida del hombre; al rato explica que se le afectó por una enfermedad y posee un implante. Además, que a sus 64 años tiene una hernia y sus problemas de salud le impiden trabajar desde hace 10 años.

En la morada no hay vestigios que delaten que es la época de Navidad; lo que hay es escasez, en especial de alimentos. En una vieja estufa se cuecen vegetales a los que en breve se les añadirá el polvillo de una sopa de sobre. Será el almuerzo, no han desayunado. La nevera está dañada. Margarita espera que pase por el barrio algún comprador de chatarras para vendérsela.

Es un domingo de diciembre; para ellos es un día cualquiera. Sentada frente a su casa, Margarita comenta que no recuerda la última vez que cocinó una cena de Nochebuena. Este año hará lo mismo que los anteriores: se quedará a esperar con su esposo, y ahora con sus dos nietas de 12 y tres años, y su hija de 32 -embarazada de siete meses-, a que como resultado de la caridad, les lleven algo de cenar para el 24 de diciembre.

Margarita llegó a quinto curso de la primaria. Su esposo Bienvenido Eusebio es analfabeto. Se inscribió en el Plan Nacional de Alfabetización, pero se retiró. Su casa se vislumbra desde un callejón, al que se accede por la calle Pantera, una vía sin asfalto del sector Brisas del Este de Santo Domingo Este, donde residen desde hace 15 años.

Arribaron a la capital desde Samaná. Trabajaban y conseguían ingresos hasta que las condiciones de salud los incapacitaron. La gente los ayuda voluntariamente; vecinos y de la iglesia Adventista a la que Margarita asiste, por ejemplo. “No puedo hacer fuerza”, dice Bienvenido. “Él tiene cáncer de próstata”, lo interrumpe su esposa.

Ambos necesitan medicamentos para sus dolencias y comentan que pasan tiempo sin comprarlos. “Voy a donde mis amigos por ahí y me dan”, dice Bienvenido para explicar cómo subsiste la familia. “Me dan la libra de arroz, me dan cien pesos, cincuenta pesos...”.

No pagan alquiler -afirman que la maltrecha vivienda es propia-, tampoco la energía eléctrica. Tienen el compromiso con la tarida del servicio de agua de RD$250, según indican, y al final de diciembre deberán tres meses.

La familia vive del fiado y de una ayuda que recibe del Gobierno a través de sus programas de subsidios sociales, señala Margarita. En el colmado deben más de RD$1,000, otros RD$1,000 a un vecino que les prestó para comprar medicina, RD$1,000 más a otra vecina... “Tengo un tanque de gas empeñado que ya está por 900 pesos, tengo mi plancha empeñada que está por 400 pesos”, dice la mujer cuando repasa las cuentas de la casa.

Las dificultades económicas son como una barrera que no deja pasar el espíritu navideño al hogar. “Yo tengo un amigo que está en la política y cuando consigue a veces me da una caja (en Navidad)”, dice Bienvenido. “Este año no se ha sentido la Navidad como antes, que se sentía el meneo”.

Por caridad, la familia al menos espera cenar algo especial en Nochebuena. “El año pasado nos suplieron los hermanos de la iglesia, algunos amigos, algunas vecinas, nos suplieron la cena, el pollo, nos mandaron para hacer ensalada”, dice Margarita haciendo un esfuerzo para que su débil voz sea audible.

En el interior de la vivienda está Keidy, la nieta de 12 años. Sentada en un pequeño comedor al que le faltan sillas, hace la tarea de una de las materias del séptimo grado que cursa. “Quisiera que aquí también esté (la Navidad), porque por aquí algunas veces esta es la única casa que no tiene nada de cosas navideñas”, dice.

Detrás de una pared de plywood que divide la sala de la cocina, su abuela lava repollo para echarlo en el caldero donde hace la sopa. “Nunca nos hemos acostado sin cenar, gracias a Dios y a los hermanos de la iglesia. Hay veces que no nos desayunamos, pero cocinamos aunque sea arroz con huevo”, dice Margarita.

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Infografía
Margarita lava el repollo que agregará a la sopa que cocina para almorzar. (DIARIO LIBRE/NEHEMÍAS ALVINO)

Cuando llega el 31 de diciembre y hay un jolgorio por el Año Nuevo, para la familia de Margarita y Bienvenido significa la llegada de otros 365 días de necesidades. “(Ese día) yo me acuesto temprano”, dice ella, compungida, mientras recoge las lágrimas.

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