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Crisis venezolana
Crisis venezolana

Venezuela se sube a una mesa que se tambalea

CARACAS. El fin de la confrontación y la crisis que hacen pasar a Venezuela por uno de los peores momentos de su historia centrará la mesa de diálogo a la que acudirán este domingo el Gobierno de Nicolás Maduro y la oposición, que se sentará con planes volátiles en la maleta.

Las dos principales fuerzas políticas del país vuelven por tercera vez en 17 años a una mesa de entendimiento, cada uno a exigir rendición.

Los dos intentos anteriores (el primero durante el Gobierno del fallecido Hugo Chávez en 2002 y el segundo durante el primer año del mandato de Maduro, en 2014) atomizaron a la oposición que, al agrupar a muchos grupos diferentes, le toma tiempo recomponerse en un solo bloque.

En 2002 y en 2014 la oposición abandonó la mesa sin conseguir los resultados esperados y obligada a reorganizarse para empezar de cero.

La alianza Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que une a los principales partidos de oposición, experimenta uno de sus mejores momentos políticos y reclama una vía electoral que le permita volver al poder ahora que es posible.

Por su parte el Gobierno de Maduro, que arrastra una contundente derrota electoral tras perder por primera vez el control del Parlamento, reclama el cese de los planes opositores y el camino libre para recuperarse de la crisis económica, que mantiene a Venezuela en recesión desde hace dos años.

Concretar el diálogo entre el Gobierno y la oposición ha demandado de la mediación del Vaticano y una docena de visitas de una delegación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), para buscar un punto medio en el que los actores estén dispuestos a encontrarse.

La MUD ha vuelto varias veces sobre sus propios pasos a lo largo de los casi seis meses de negociaciones exploratorias que comenzaron en mayo y solo esta misma semana ha cambiado de opinión al menos unas tres veces en relación con si aceptaba o no el diálogo.

En cualquier caso, ha dejado claro que su voluntad de mantenerse no depende de su determinación sino de su interpretación diaria del contexto y la capacidad de consenso del liderazgo compartido.

El grupo de poder del chavismo envía señales constantes de que no dará paso a ninguna exigencia opositora, insiste en que no habrá referendo revocatorio presidencial ni cambio de Gobierno ni tregua para sus detractores, dejando pocas ideas de lo que sí está dispuesto a negociar.

La oposición, que no ha sabido explicar por qué va al diálogo después de que el Poder Electoral dejó suspendido el referendo revocatorio, que era hasta hace una semana la primera condición para dialogar, ha preparado todos sus escenarios para hacer que Maduro tuerza el brazo.

Junto a la decisión de ir a la mesa después de haberlo perdido casi todo, los opositores intentan calentar la calle con la huelga general de 12 horas convocada hoy y la convocatoria de una marcha hasta el Palacio de Miraflores, sede del Gobierno, un lugar al que no han llegado nunca y al que la última vez que lo intentaron terminó en un golpe de Estado que sacó a Chávez brevemente del poder.

El Parlamento, único poder en manos de la oposición, prepara también sus movimientos, por un lado la declaración del abandono del cargo de Maduro, alegando que no cumple sus funciones constitucionales, y por otro la declaración de su responsabilidad política en la ruptura del hilo constitucional.

Ambas iniciativas legislativas son de previsibles consecuencias porque el Poder Legislativo fue declarado en desacato y sus actos son desconocidos por casi todos los poderes del país.

Con todo, esto no mella el poder del Parlamento sobre los detractores del Gobierno, que ven en la Cámara el último recóndito de democracia del país caribeño.

El liderazgo de la alianza antichavista tiene por delante el reto de mantener el doble juego para mostrar su fuerza en las conversaciones y que sus partidarios, buena parte en desacuerdo con el diálogo, se mantengan en la calle haciendo presión.

La calle no es un lugar ajeno para el chavismo que, con una capacidad de convocatoria innegable, mueve a su gente cada vez que siente que la oposición reta su popularidad, manteniendo al oficialismo -que no son pocos- movilizado.

Así las cosas, es difícil prever la estabilidad de esa mesa para los temas fundamentales del país y más aún la posibilidad de que ella pueda arribar a un acuerdo en buenos términos.

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