Leonard Bernstein, el genio

Unir la música clásica y la popular fue una de sus metas y acercarla al gran público, que la conocieran los jóvenes y que la amaran los mayores

Leonard Berstein, la gloria estadounidense de la batuta. (Paul de Hueck/Courtesy of The Leonard Bernstein Office, Inc.)

El pianista Arthur Rubinstein sintetizó con una frase lo que representa Leonard Bernstein en la historia de la música: “El mejor pianista entre los directores, el mejor director entre los compositores, el mejor compositor entre los pianistas, un genio universal”.

Una vida frenética, narcisista, con una personalidad más arrolladora y creativa que la propia vida, Bernstein se dedicó en cuerpo y alma a la música; unir la música clásica y la popular fue una de sus metas y acercarla al gran público, que la conocieran los jóvenes y que la amaran los mayores; dirigió las mejores orquestas, fue un pianista de renombre, un compositor polifacético y un gran divulgador musical siempre que tenía ocasión. Dueño absoluto de un talento y creatividad abrumadores, a la vez que una expresividad asombrosa con la batuta y una energía inimitable en sus clases magistrales.

Adquirió fama mundial al frente de la Orquesta Filarmónica de Nueva York, pero sin duda fue la composición del musical de Broadway West Side History, que le encumbró como referente musical.

De familia judía, procedente de Ucrania, nació en Lawrence, Massachusetts, un 25 de agosto. Durante su vida Bernstein sufrió el hecho de ser un judío neoyorquino comprometido con la izquierda de su país al que investigó durante años el FBI.

Estudios sobresalientes

Bernstein asistió a la Boston Latin School, donde conoció a su primera maestra y mentora de toda la vida, Helen Coates. Tras graduarse, estudió en la Universidad de Harvard. En 1937 su vida cambió al asistir a un concierto de la Boston Symphony, y conocer a  Dimitri Mitropoulos: ver al director griego en acción conquistó al joven. Al día siguiente, Mitropoulos escuchó a Bernstein interpretar al piano una sonata; asombrado de sus habilidades, el director lo invitó a asistir a sus ensayos, ya Bernstein estaba convencido de que la música era el centro de su vida.

Al finalizar sus estudios en Harvard (1939), Leonard ingresó en el Curtis Institute en Filadelfia, donde se destacó y recibió el único sobresaliente que el legendario Fritz Reiner concedió en sus clases de Dirección. Bernstein se benefició de la disciplina de esas clases, pero creía en algo más que en la mecánica, siempre buscando algo más, también continuó sus  estudios de piano con grandes maestros del momento.

En 1940, a los 22 años, el Berkshire Music Center en Tanglewood invitó a Bernstein junto con otros 300 talentosos estudiantes y músicos profesionales a un verano musical. Leonard fue uno de los cinco estudiantes aceptados en la clase magistral de Dirección del exigente director ruso Serge Koussevitzky, quien se convirtió en una figura paterna para Lenny.

Luego de ese verano en Tanglewood pasó un tiempo sin un trabajo estable. Entonces le ofrecieron el puesto de director asistente de la Orquesta Filarmónica de Nueva York.

En los albores de la guerra muy pocos músicos de calidad se quedaron en Estados Unidos y la recomendación de un asistente nacido en el país norteamericano fue bienvenida. El 14 de noviembre de 1943 el destino de Bernstein dio un vuelco cuando le avisaron que el director invitado de la Filarmónica ese día, el famoso Bruno Walter, estaba enfermo y debería sustituirlo. Bernstein sorprendió al público y a los músicos por su acertada dirección de la obra sin apenas haber ensayado. El concierto fue retransmitido para todo el país, su fama se disparó a la vez que lo hicieron los aplausos.  El New York Times publicó un artículo en la portada sobre su actuación y Leonard Bernstein, de un golpe, se convirtió en un director admirado y respetado, dirigiendo la Filarmónica 11 veces más hasta el final de esa temporada.

Un carrera meteórica

Entre 1945 y 1947 Bernstein dirigió la orquesta de Nueva York, siendo también invitado por las orquestas más importantes del país y Europa. Su vida personal frenética, desorganizada, plagada de escándalos, llevó a su mentor Mitropoulos a aconsejarle que se casara, ya que las especulaciones sobre su sexualidad iban en aumento y podían hacer peligrar su carrera sin importar su talento. Después de un turbulento noviazgo, se casó con la actriz costarricense Felicia Cohn Montealegre en 1951. La pareja tuvo tres hijos, pero él continuó manteniendo relaciones extramatrimoniales con hombres jóvenes y acabó por confesar su bisexualidad años después.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la carrera de Bernstein continúo de forma meteórica a desarrollarse en el panorama internacional. En 1949 dirigió el estreno mundial de la Sinfonía Turangalila, de Oliver Messiaen, y en 1951 asumió la jefatura de los departamentos orquestal y de dirección de Tanglewood, siendo nombrado también director titular de la Filarmónica de Nueva York en 1958.

En 1952 fundó el Creative Arts Festival en la Universidad de Brandeis, y allí también descubrió su pasión por la enseñanza. A través de la televisión llegó a un público nuevo y joven con programas como Omnibus y los exitosos y didácticos Conciertos para jóvenes, transmitidos a nivel nacional por la CBS. En uno de esos conciertos invitó a participar a un joven André Watts, quien se convertiría en uno de los más destacados pianistas norteamericanos de todos los tiempos.

Dos semanas después, Bernstein pidió a Watts que sustituyera en último minuto a Glenn Gould, quien canceló por enfermedad, en la interpretación del Concierto para piano y orquesta nº 1 de Liszt con la Filarmónica de Nueva York, lanzando así su carrera a nivel internacional, lo demás es historia. Watts acaba de fallecer de un cáncer el 12 de julio, su memoria siempre estará con nosotros y en sus memorables grabaciones de Liszt, Brahms, Schubert, Gershwin, Beethoven, Rachmaninov o Chopin, entre otros. Dos libros de ensayos, La alegría de la música (1959) e Infinita variedad de música (1966), fueron productos directos de sus presentaciones televisivas. En 1954 compuso su única banda sonora para el cine, en la película, La ley del silencio, de Elia Kazan.

Como entusiasta de la música clásica y pop que fue siempre, Bernstein escribió su primera opereta, Candide, en 1956. Su segundo trabajo fue una colaboración con Jerome Robbins, Arthur Laurents y Stephen Sondheim, el aclamado musical West Side Story. Cuando se estrenó, obtuvo críticas unánimes muy favorables, que más tarde fueron igualadas por la versión en el cine en 1961.

Como compositor, Bernstein fue una figura alabada, pero a la vez controvertida. Sus grandes obras, incluidas las sinfonías Jeremías (1943), Age of Anxiety , que fue grabada por Philippe Entremont dirigido por el propio Bernstein (1949), y Kaddish (1963), quizás muchos no las consideran obras maestras, sin embargo, tienen una gran sensibilidad y muestran pequeños cambios de variedad musical. Recibió, en cambio, más elogios por sus musicales de Broadway, como On the Town (1944) y Wonderful Town (1952) Candide (1956) y West Side Story (1957).

En opera dirigió el estreno estadounidense de Peter Grimes (1946). En La Scala de Milán a María Callas en Medea, de Cherubini y La sonnambula, de Bellini. También un Tristán e Isolda, en Múnich. En 1966 debutó en la Ópera estatal de Viena dirigiendo Falstaff, de Verdi, producida por Luchino Visconti, solo por nombrar algunas. En 1986 dirigió su propia obra: A Quiet Place. Se despidió de la ópera en 1989 después de una representación de la Khovanshchina, de Mussorgsky. De repente, entró en el escenario y abrazó al director de orquesta Claudio Abbado ante una audiencia sorprendida pero divertida.

Sorprendente fue también cuando dos décadas antes, en 1967, Bernstein renunció como director musical de la Filarmónica. Pero, de acuerdo con su naturaleza y la continua creatividad en sus múltiples actividades, buscó nuevos canales de expresión artística.

A finales de la década de los 60 el compositor norteamericano también se vio afectado por la agitación cultural que reinaba en aquel momento. Afirmó que toda la música, aparte del pop, parecía pasada de moda y eso le puso en contra de muchos. También le llovieron las críticas cuando su esposa organizó, en 1970, una recaudación de fondos para los Panteras Negras (grupo político afroamericano de ideología extrema) y fue acusado de antisemitismo, o con su postura contra la Guerra de Vietnam.

Desde 1970 Bernstein dirigió en muchas ocasiones a la Orquesta Filarmónica de Viena, y con ella grabó muchas de las obras que ya había registrado con anterioridad con la Filarmónica de Nueva York, entre ellas la grabación integral de las sinfonías de Beethoven, de Mahler, de Brahms y de Schumann. En 1973 de la Universidad de Harvard le solicitaron que impartiera una serie de seis clases sobre música. Tomando el título de una obra de Charles Ives, llamó a esta serie de conferencias The unanswered question (La pregunta sin respuesta), y en ellas analizó la evolución de la música clásica occidental hasta ese momento, pudiendo verse estas clases en la actualidad tanto en libro como en video.

Su obra Mass, una pieza de teatro para cantantes, jugadores y bailarines, estrenada en el Kennedy Center en Washington en 1971, supuso su creación más próxima a lograr la síntesis que perseguía entre Broadway y la música de cámara, acercar lo clásico a lo popular con un elenco de canciones en estilos que iban del rock al blues y al góspel.

En los años 80 Leonard Bernstein fue el director y comentarista de una serie especial sobre la música de Beethoven que presentaba a la orquesta Filarmónica de Viena interpretando las nueve sinfonías del músico alemán, varias de sus oberturas, y la Missa Solemnis. Continuó con su apretada agenda internacional y dedicó su apoyo a causas sociales: dio conciertos para conmemorar el cuadragésimo aniversario del bombardeo de Hiroshima y en beneficio para la investigación del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (Sida).

El día de Navidad de 1989 Bernstein dirigió la Novena Sinfonía de Beethoven en el Schauspielhaus de Berlín, como parte de una celebración por la caída del Muro de Berlín. El concierto fue retransmitido en directo para más de veinte países, teniendo una audiencia estimada de cien millones de personas. Para la ocasión, Bernstein parafraseó el texto de la Oda a la alegría de Friedrich Schiller, diciendo “libertad” en lugar de “alegría”. “Estoy seguro de que Beethoven nos hubiera dado su consentimiento”, aseguró el director en aquel momento.

Leonard Bernstein alcanzó su mayor reconocimiento como director de orquesta. Sus apariciones en el extranjero producían gran expectación y finalizaban casi en excitación por la energía y emoción que transmitía al frente de las orquestas que dirigía y que convertían cualquier interpretación en apoteosis.

El último concierto

A pesar de los problemas de salud, Bernstein continuó recorriendo el mundo en 1990 antes de regresar a Tanglewood para su último concierto el 19 de agosto. Había dirigido allí una orquesta profesional en 1940, y en esa ocasión, cincuenta años más tarde, iba a ser la última, con la Orquesta Sinfónica de Boston, con la que interpretó Four Sea Interludes, de Britten, y la Séptima Sinfonía, de Beethoven.

Fumador durante muchos años, Leonard combatió un enfisema desde su juventud y llegó a sufrir un ataque de tos en medio de una interpretación de Beethoven que casi le obligó a suspender el concierto. El 14 de octubre de 1990, cinco días después de anunciar su retirada, Bernstein falleció como consecuencia de un infarto de miocardio. En la comitiva de su funeral por las calles de Manhattan los obreros de la construcción se quitaron los cascos y saludaron el féretro al tiempo que gritaban “Goodbye, Lenny”.

Controversial, genial, excitante la energía que transmitían sus apariciones al frente de las orquestas que dirigía y que convertían cualquier interpretación en apoteosis, la gloria estadounidense de la batuta tiene nombre: Leonard Bernstein. Así será recordado siempre.

Estudió artes liberales. Es curiosa y le encanta escribir. La lectura y la música son su pasión. Esa pasión le ha llevado a estudiar y tratar de profundizar en un océano lleno de notas inacabables y pleno de placer.

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