La imprenta no es una editorial

El desafío de las editoriales dominicanas en un mercado globalizado

Biblia de Gutenberg de la Biblioteca Pública de Nueva York. (CC)

Poco después de que la Era digital entrara en los hábitos, usos y costumbres del ciudadano de a pie, las máquinas de la imprenta se redujeron a un simple ordenador doméstico Mac o PC, según necesidad, que junto a una impresora láser color o blanco y negro puede hacer la edición limitada de una obra literaria, científica o artística con todas las características que se le exige al libro impreso; sin embargo, este tipo de publicación no se puede considerar como la de una casa editorial aunque contenga todas las exigencias que requiere una empresa editorial: publicación de más de 500 ejemplares y que ostente un flamante international standard book number (ISBN), con los 13 dígitos del código de barra e incluso aparezca registrada como editorial con pignon sur rue, pues debería tener, además de una historia, un variado catálogo de publicaciones.

Si la historia de la imprenta está estrechamente ligada a la del libro no quiere decir que la de la edición vaya de par con el prodigioso invento de Johannes Gutenberg. La invención de la imprenta a mediados del siglo XV, junto a otros acontecimientos históricos del ocaso del referido siglo: la proeza del genovés Cristóbal Colón al no vacilar en trasgredir el horizonte y, camino al Oriente, descubrir fortuitamente un Nuevo Mundo. Estos eventos pusieron punto final a la Edad Media y abrió las puertas al Renacimiento italiano aquel período de esplendor de las artes, la ciencia y la cultura.

Los primeros libros, los que siguieron a la Biblia de Gutenberg y que se dieron a la estampa antes del siglo XV se conocen hoy como incunables. De los 21 ejemplares completos de esa Biblia uno se encuentra en la biblioteca del Congreso de Estados Unidos; los demás en bibliotecas de prestigiosas universidades e instituciones europeas.

En esa época y durante décadas, fueron las librerías las que se convirtieron, en pleno siglo de las Luces y antes de la Revolución de 1789, en las primeras casas editoriales. Como esas librerías pertenecían además a los propietarios de imprentas se dieron a la tarea de reproducir con fines comerciales grandes cantidades de libros dando inicio a las casas editoriales. La novedad de ese negocio consistía en pagar por adelantado a los escritores el derecho a imprimir con un variable porcentaje de los beneficios sus obras sacando ellos, los libreros naturalmente, provecho de la venta. La empresa del libro fue regulada y promulgada años antes de la ley de derecho de autor que protege a los artistas y escritores.

En República Dominicana, según escribe Moreau de Saint-Méry en su Descripción de la parte española de Santo Domingo consigna que la primera imprenta comenzó a funcionar en Santo Domingo en 1783, precisando que “sólo se emplea en la impresión de periódicos, registros, resúmenes y otras cosas del mismo género para las diferentes ramas de la administración” (Ciudad Trujillo, Editora Montalvo, 1944, p.349).

Tanto Pedro Henríquez Ureña en La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo, como Emilio Rodríguez Demorizi en La imprenta y los primeros periódicos de Santo Domingo, refieren que el libro más importante que llegó a imprimirse en Santo Domingo fue el Tratado de lógica de Andrés López de Medrano en 1814, pero, como consigna Henríquez Ureña, “su Tratado de lógica se ha perdido”. Una pérdida que implica que ese lugar se lo disputan entonces Esteban Pichardo Tapia y Javier Angulo Guridi.

Vetilio Alfau Durán, en el prólogo a La fantasma de Higüey señala que Javier Angulo Guridi en “1843 publicó en Puerto Príncipe, Cuba, su primer libro de versos en la Imprenta de Gobierno y Real Hacienda, bajo el título de Ensayos poéticos. Contiene unas cuarentas composiciones en las cuales añora la patria ausente. Se ha dicho que es el primer libro de versos publicado por un autor dominicano”.

Todo parece indicar que República Dominicana sólo Santuario es la única editorial dominicana con pignon sur rue en Santo Domingo. También existen algunas españolas como Alfaguara y Planeta que con la crisis económica de España hace unos años redujeron su radio de acción y Alfaguara se concentró en la elaboración y venta de textos escolares al Ministerio de Educación (Minerd) y colegios privados. Otras cambiaron su fusil de hombro y escogieron el viejo y disimulado sistema de “por cuenta de autor”, sin ocuparse del aspecto más importante del libro además de la calidad de la obra: ¡la distribución! Y aunque en el registro de comercio aparezcan como “Editoras”, no son más que “Imprentas”.

Me parece absurdo que en un país en donde nunca haya existido una casa editorial como Aguilar de Madrid y Barcelona, entre otras; o Siglo XXI editores con sucursales en México, Argentina y España. Es extraño pues que en República Dominicana aparezcan, porque la ley de la libre empresa lo permite, casas editoriales que despiertan cada primavera para proporcionar al Minerd los textos escolares del año próximo.

En la prensa nacional de los últimos meses se ha ventilado lo que parece ser un conflicto que ha llegado a los tribunales entre el Minerd y algunas de esas “editoras de cliente único” porque el Ministerio haya decidido cambiar las reglas de juego designando universidades, así como la Academia de la Lengua y la de Ciencia para la elaboración de los textos escolares obviando ostensiblemente ciertas “editoras ocasionales”. Esta medida ha sido interpretada como cosa de país totalitario. ¡Qué absurdo!

Si la historia de la imprenta está estrechamente ligada a la del libro no quiere decir que la de la edición vaya de par con el prodigioso invento de Johannes Gutenberg. La invención de la imprenta a mediados del siglo XV, junto a otros acontecimientos históricos del ocaso del referido siglo: la proeza del genovés Cristóbal Colón al no vacilar en trasgredir el horizonte y, camino al Oriente, descubrir fortuitamente un Nuevo Mundo. Estos eventos pusieron punto final a la Edad Media y abrió las puertas al Renacimiento italiano aquel período de esplendor de las artes, la ciencia y la cultura.

Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.

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