Rafa Rosario leyendo a Soledad
Nuevos horizontes para la poesía, rompiendo barreras y llegando a las masas
Algunos poetas amigos los descubro sorprendidos y escépticos cuando les hablo de los poetas que, en España principalmente, venden miles de sus poemarios y llenan estadios con sus lecturas. Les digo que los he leído y que son fenómenos a ser tomados en cuenta, por diversas razones. Casi me parece ver en sus rostros la decisión, que callan, de llamarme chiflado o algo que se le parezca.
Sólo un ejemplo. Un tal Defreds, así sin más, reedita sus libros con rapidez y congrega miles de fan a las lecturas de sus poemas. Hombres y mujeres. Los llamados “poetas versátiles” hablan del amor sin cortapisas, no tienen freno en la lengua para decir lo que les plazca, están hasta la yugular con la ideología de género, el cambio climático, los ardores del cuerpo y el discurso medioambiental. Pero, no nos perdamos en lo claro. No surgieron para esas coordenadas de moda. Se instalaron en la poesía que asumen para llevar el poema a su narrativa personal. Dilemas propios, búsquedas individuales, procurarse un decir que rompa esquemas. Y la multitud estalla en aplausos, en gritos de asombro, en celebración espontánea, como si lo que escucharan se llamase Catulo, Allen Ginsberg, Gregory Corso o Charles Bukowski, camino a la taberna, rumbo al Greenwich Village o hacia Woodstock.
No se crean que me complace mucho esta poesía construida en los andamios epocales tan cambiantes, tan epidérmicos, tan zigzagueantes, como los de este siglo. Pero, la he leído, me mantengo al tanto. Soy de mi tiempo y no evado sus signos. Son hombres y mujeres jóvenes que acaparan el decir, el sentir y el desvelo de la mayoría, siendo como ha sido siempre la poesía -dirán que la de “a verdad”, la canónica- consumida por una inmensa minoría.
Yevgueni Yevtushenco, el poeta siberiano que se fue a morir a Oklahoma, llenaba el Estadio Lenin, en Moscú, y era tan popular que sus recitales se anunciaban en grandes vallas y las autoridades soviéticas llegaron a temerle. Su fama surgió a la muerte de Stalin y en la era de Nikita Jrushchov, quien estuvo a punto de enviarlo a la Siberia -de donde era oriundo- cuando el poeta de masas comenzó a desprenderse del sistema y a disentir de los agravios a compañeros escritores. En la etapa Gorbachov se fue a Estados Unidos y allí repitió lo del estadio moscovita: llenó a totalidad el Madison Square Garden. Terminó instalándose en Norteamérica donde murió, cansado y casi olvidado, en 2017, a los 84 años de edad.
¿Cuántos poetas logran asistencia superior a los mil oyentes en sus recitales, que por cierto son escasos? El mundo que vivimos, del modo que deseemos llamarle (líquido, sólido o gaseoso) exige otras aristas, demanda nuevos modos, apremia por el levantamiento de columnas menos rígidas. Queremos decir, es hora de que la poesía busque nuevas fuentes de contacto, destruya muros que impiden el paso de la multitud, se convierta en un aparato de reconocimiento múltiple. ¿Quién dijo que debe ser para públicos cortos? ¿Dónde se afirmó, y se afincó, esa bobada? He visto recitales de poetas poco dados a leer sus poemas en público y, sin embargo, jóvenes escolares o adultos profesionales reciben la lectura con agrado, complacidos. La poesía, dije alguna vez, anda rebelada, tras revelaciones que formulen regocijos y aguijones.
A través de los tiempos, la poesía ha emparentado con otras fórmulas para proyectarse, aún cuando no siempre ese haya sido el propósito del poeta. Por ejemplo, la poesía cantada, el regreso al juglar del siglo doce. Ana Belén cantando los poemas de Lorca. Serrat reviviendo a Machado y elevando a Benedetti. Paco Ibáñez a Bécquer. Piazzola a Borges. Juan Luis Guerra homenajeando a Neruda, inspirado en versos de “El libro de las preguntas”. Julieta Venegas, Pedro Guerra, Nacha Guevara, Jorge Drexler, Pablo Milanés, Alberto Cortez, Joaquín Sabina: los juglares. Zurita, Goytisolo, Góngora, Gil de Biedma, Espronceda, Nicolás Guillén, Rosalía de Castro: los poetas cantados. Y nada se hizo añicos. Por el contrario, el poeta surcó nuevos espacios y la poesía abrió nuevos apetitos.
En el país dominicano, Sonia Silvestre se encargó de elevar la poesía nuestra a rangos no reconocidos, tal vez, hasta entonces. Juan José Ayuso, poeta, y Yaqui Núñez del Risco, hicieron lo memorable: aquel inolvidable concierto de hace ¡47 años! Y entonces, Pedro Mir, Aída, Fabio Fiallo, Federico Bermúdez, René, Norberto James, Avilés, Domínguez Charro, Franklin Mieses, Deligne, Manuel del Cabral, y más, llegaron a miles, a la multitud que conoció por primera vez los poemas de nuestros grandes hacedores de versos fundamentales, y corrió la voz de Sonia tras ellos, y la gente tras Sonia tarareando lo que antes, y siempre, fue, y ha sido, escritura, escritura poética, sólo que desde entonces, y para siempre, recordada como canto, como expresión de la certeza y los valores del poema hecho canción. No olvidemos que otros poemas, de poetas de generaciones recientes, han sido musicalizados. Y recordemos que Ricardo Bello hizo un LP único en su género, con los poemas de Joaquín Balaguer, interpretados por las voces más representativas de aquel momento y llevados al pentagrama por arreglistas nuestros de alta gama. Lo sigo escuchando.
Esta es, sin embargo, tan solo una posibilidad entre muchas que urge desvelar. No todos los poetas leen con sensibilidad y aplomo su poesía. En verdad, no es necesario. Lo que se demanda es que escriban buena poesía. Y basta. Bastaría. Pero, no. Hay que facilitar nuevas avenidas. Rafa Rosario ha mostrado una. Sí, Rafa, el de los Hermanos Rosario. No se de quién fue la idea. Pero, en un reciente homenaje que le rindió la Asociación de Cronistas de Arte a la poeta Soledad Álvarez -en la cresta de la ola- Rafa leyó, por cierto con muy buen tono y matiz, un poema de la ganadora del Premio Nacional de Literatura y Premio Casa de América, de Madrid. No asistí al acto, pero me facilitaron el video. ¿Por qué la hazaña de Rafa Rosario no puede repetirse con Romeo Santos, Milly, Fernandito, Wason Brazobán, Héctor Acosta, Maridalia, Fefita, Sergio Vargas, Toño Rosario, el propio Juan Luis? Como aquel disco de “Sonia canta a los poetas de la Patria”, tan necesario hoy que suene y resuene como en sus primeros días, deberíamos organizar recitales de poesía, en fechas, lugares y encuentros específicos, con lecturas de nuestros poetas, de la poesía dominicana de ayer, de hoy, de mañana, de pasado mañana. Leer a Moreno, a Mármol, a Incháustegui, a Fernando Cabrera, a Mateo Morrison. A Jeannette Miller, a Plinio Chahín, a Frank Báez, a Sánchez Lamouth, a Chiqui Vicioso, a Ylonka Nacidit, a Neronessa, a Jorge Piña, a León Félix, a Basilio Belliard, a tantos otros, a tantas otras, y de nuevo a Mir, a Aída, a Cabral. Alguna vez lo hacía Tomás Castro, mejor poeta que el Defreds español, por los predios uasdianos, y tenía seguidores, seguidoras. Rafa Rosario leyó a Soledad hace unos días y triunfó. Sigamos intentándolo. A ver si llenamos estadios, teatros, plazas.
- La tierra escrita
Aída Cartagena Portalatín, Ediciones Brigadas Dominicanas, 1967, 95 págs. “…lloran por las tres hermanas/ que el Jinete de la Muerte/ lanzó en Noviembre al abismo/En un caballo de hierro/ viajó esa noche la muerte/ El Jinete era el Tirano/ ¡Música, tambor, bandera!/ ¡No muere la libertad!/ Levantadas para siempre/ cayeron mártires: PATRIA/ MINERVA, MARÍA TERESA”.
- Libro de las preguntas
Pablo Neruda, Seix Barral, 1977, 154 págs. “Si se termina el amarillo/ ¿con qué vamos a hacer el pan?/ ¿Qué dirán de mi poesía/ los que no tocaron mi sangre?/ ¿No será nuestra vida un túnel/ entre dos vagas claridades?/ ¿O no será la vida un pez/ preparado para ser pájaro?”
- Fukú
Evgueni Evtushenko, Fundación Cultural Dominicana, 1988, 144 págs. “Y así llegué a las calles de Santo Domingo/…mientras una ventisca siberiana/ como un aliento de bruja me perseguía y me rebasaba/…¡Vaya opción! Volar desde un infierno con esperanza/ y aterrizar en un infierno distinto y sin esperanza”.
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