Valoración lunática
Sin tener aún quince años de edad, ha merecido reconocimiento internacional
Algunas cosas que suceden en el ámbito económico parecerían ser obra de lunáticos. Los imaginamos tomando decisiones bajo una influencia astral que confunde su raciocinio, llevándolos a abrazar quimeras irrealizables. Y eso se aplica a inversionistas usualmente cuerdos que ponen su dinero a riesgo por cuestionables promesas de beneficios futuros.
La empresa Tesla, fabricante de vehículos y paneles solares, cuenta con un admirable equipo técnico y un innovador estilo gerencial. Sin tener aún quince años de edad, ha merecido reconocimiento internacional por los avances logrados en el desarrollo de baterías y vehículos eléctricos. Su principal accionista individual, Elon Musk, es un excéntrico visionario involucrado también en la construcción de transportes espaciales, cuyo sueño cumbre es la colonización de otros planetas por los seres humanos, comenzando por el vecino Marte.
Que Tesla tenga perspectivas futuras interesantes es una cosa. Pero otra muy diferente es que una compañía que aún no ha generado beneficios haya llegado a valer más que Ford o General Motors, esas legendarias empresas que son parte integral de la historia del transporte terrestre. El 3 de abril pasado, Tesla superó a Ford, y una semana después dejó a General Motors atrás, llegando su valor a más de US$50 mil millones. Un asunto de locos, cabría pensar.
Pero cuando estamos a punto de pasar el análisis del caso desde la esfera de la economía a la de la psiquiatría, una observación suaviza nuestro parecer. Ese valor de Tesla no significa que los inversionistas pagaron realmente 49 mil millones de dólares por las acciones que poseen. Es un valor resultante de multiplicar la cantidad de acciones en circulación por el precio a que se están comprando y vendiendo ahora, al cierre de la última jornada bursátil. Y así como subieron como la espuma, pueden desplomarse ante cualquier noticia que enfríe el entusiasmo acerca de su futuro.