Arquitecto José Enrique Delmonte desnuda la vulnerabilidad de Gascue

En una conferencia dictada en la Academia Dominicana de la Historia se refirió a la génesis, desarrollo, decadencia y transformación del barrio capitalino

El público llenó el salón de actos de la Academia Dominicana de la Historia. (Foto: ADH/Karina Valentín. )

SANTO DOMINGO. Con precisión y belleza expresiva propia de su condición de laureado poeta, el arquitecto José Enrique Delmonte expuso de manera minuciosa la situación actual de Gascue, luego de aportar detalladas informaciones sobre la forma en que surgió el sector en el que antes residía la clase alta de Santo Domingo.

Al exponer sobre “Gascue: génesis, desarrollo, decadencia y transformación”, dentro del ciclo “Miércoles de Gascue”, organizado por el comité del ICOMOS, que se desarrolla en la Academia Dominicana de la Historia, el profesional recordó que el barrio es el primer “constructo” de la dominicanidad manifestada en Santo Domingo.

Dijo que una de las características de Gascue que todavía persiste es su “unicidad” dentro de toda la geografía urbana de Santo Domingo y agregó que es un sector con “personalidad” y rasgos distintivos que no se asemejan a ningún otro, incluso a aquellos donde la presencia de árboles, baja densidad y niveles socioeconómicos por encima de la media puedan coexistir.

El conferencista, que elaboró su exposición con la colaboración especial de César Al Martínez, aseguró que no existe otro sector en el área metropolitana que reúna tanta arquitectura de calidad ni tanto sentido de urbe como Gascue.

No obstante, afirmó: “Hay ruidos que anuncian la avalancha de cambios poderosos que arrastrará esa personalidad sutil que ha definido a Gascue: hay pérdidas de suelo blando, disminución de lo verde, ocupación del vacío, aumento de densidad, transformaciones inesperadas, descontroles ambientales”.

Génesis del sector

Delmonte recordó que Gascue es un gran territorio que surgió indefinido y se perfiló como asentamiento suburbano muy a principios del siglo XX.

“Ocupa los terrenos disponibles hacia el oeste de la ciudad amurallada, una gran sabana ilimitada que se caracterizaba por una topografía poco accidentada, salvo por las dos cadenas de farallón que establecen las dos primeras terrazas que definen a toda la ciudad de Santo Domingo.

Recordó que a lo largo de la avenida Independencia, y en otras áreas de sus alrededores, existían con anterioridad numerosas construcciones usadas como residencias de veraneo o de descanso, donde los propietarios tenían pequeños huertos, árboles frutales, sembradíos de comestibles, animales de granja, producción de leche y carne, todas propiedades de la aristocracia capitaleña que residía en la zona intramuros.

Explicó que cuando el general Pedro A. Lluberes (1855-1919) decidió convertir sus prósperos terrenos, dedicados a potreros, en un sector suburbano para la ciudad, entre los años 1905 y 1915, se inició un nuevo período para la historia urbana de Santo Domingo.

“Era un ‘big bang’ hacia la ‘metropilización’ que caracteriza a la capital dominicana del presente. De acuerdo a datos encontrados, Lluberes viajaba con frecuencia a los baños termales de Caomo, en San Juan (Puerto Rico) y fue testigo de la rápida expansión de la ciudad promovida allí por la administración municipal y por el auge constructivo impulsado por la nueva era norteamericana en la isla”, expresó.

Contó que a su retorno al país, Lluberes encargó al agrimensor Arístides García Mella el diseño de una pequeña urbanización en una parte de sus terrenos, colindante al antiguo camino de Santa Ana, quien dispuso de ocho manzanas cuadradas para ser divididas en solares de mil metros cuadrados, con frentes de 25 metros y profundidad de 40 metros.

Afirmó que la venta de los solares se facilitó porque en 1908 llegaron los primeros automóviles a Santo Domingo y ya en 1914 fue inaugurada la avenida Bolívar que, “por coincidencia”, pasaba por el mismo borde de su nueva urbanización.

Dijo que también influyó el espíritu de modernidad que caracterizó a la sociedad dominicana desde las últimas décadas del siglo XIX, que motivó el deseo de residir en una nueva zona con características distintas a la tradicional.

Sostuvo que el nuevo asentamiento generó una competencia urbanizadora, y que entonces todas las áreas colindantes a la ciudad fueron proyectadas para áreas de expansión residencial, algunas cercanas a la propiedad de Lluberes y otras en la zona norte de la ciudad, justo al este de San Carlos.

“Este fenómeno tomó por sorpresa al Ayuntamiento, el cual no tenía en sus manos un plan de urbanización ni reglas claras para controlar el proceso. Las únicas exigencias establecidas a los promotores se limitaron a la presentación de un plano general, trazar los perfiles y las rasantes, pagar 100 pesos por cada kilómetro de calle y fijar los linderos de los solares (Delmonte, 1988: 490)”, enfatizó.

Afirmó que entonces no había exigencia de servicios de infraestructura, iluminación ni espacios públicos, disposición de servicios comunitarios (bomberos, salud, iglesias, comercios, escuelas, etc.) sino que se trató de la creación de parcelas para la venta a particulares.

“Cada propietario debía abastecerse de aljibes para agua potable y disponer de sus desechos sólidos. La velocidad de los urbanizadores era más rápida que la de las autoridades, que ha sido la característica de Santo Domingo hasta el presente”, añadió.

Acotó que, no obstante, García Mella estableció linderos suficientes en los laterales y un área para jardín frontal, lo que se convirtió en el sello distintivo del nuevo sector en comparación con la colindancia existente en la zona intramuros ya cargada de edificaciones anexadas unas a otras.

Dijo que esto permitió promover el nuevo tipo de vivienda como garante de un espíritu de tranquilidad, libertad para el disfrute de los vientos y la iluminación natural en todas las áreas de las viviendas, condiciones de la imagen de un nuevo estatus social desconocido hasta entonces en la ciudad de Santo Domingo.

“La competencia no se hizo esperar. Enrique Henríquez contrató al mismo García Mella para que le urbanizara sus terrenos al sur de la Av. Bolívar con la condición de que “mis calles no coincidan con las de Pedrito” en alusión a la urbanización de Lluberes”, añadió.

Manifestó que entonces el diseñador dispuso el mismo esquema de manzanas organizadas en cuadrículas con vías de 20 metros de ancho y una avenida diagonal con una rotonda que no llegó a prosperar y que el ancho de las calles fue reducido a 14 metros de ancho por exigencia del Ayuntamiento, porque las vías no podían igualar al ancho de la Av. Independencia.

Igualmente, dijo que posteriormente el ciclón de San Zenón, del 3 de septiembre de 1930, marcó la manera de hacer arquitectura en el sector, pues la inmensa mayoría de las casas habían sido construidas en madera o tapia con techos de cinc o de tejas, y los vientos del huracán las destruyeron o las lesionaron en alto porcentaje.

“A partir de aquí, la presencia de edificaciones más acordes con el contexto tropical que estaba representado por el uso de modelos pre-modernos y de materiales ligeros se hizo cada vez más escaso. Se dio paso a la era del hormigón armado en Gascue de manos de ingenieros y arquitectos que sustituyeron a los tradicionales maestros constructores”, enfatizó.

Situación actual

Dijo que todas estas inserciones han ampliado hoy su radio de influencia y provocan distorsiones en sus alrededores por la necesidad de estacionamientos, pequeños negocios de servicios al personal que labora en ellos, inseguridad, contaminación visual y auditiva, así como desequilibrio ambiental por la reducción de la huella verde, la creación de “islas de calor” y deficiencia en servicios públicos.

Afirmó que la decadencia de Gascue se aceleró con la llegada de la democracia, período en el que Santo Domingo se ha convertido en una metrópolis de complejidades extremas, con altas deficiencias en sus servicios, grandes procesos migratorios, expansión de los espacios vulnerables, etcétera.

El arquitecto Delmonte manifestó que en el caso de Gascue, hay condiciones internas desde temprano que atentaron contra la preservación de su ambiente residencial de baja densidad y escala menor.

Aseguró que, con el crecimiento de la administración del Estado dominicano bajo la dictadura, la demanda de localidades para los distintos organismos gubernamentales produjo la construcción de edificios de cierta escala sin antecedentes en la ciudad.

Agregó que Gascue fue víctima de inserciones de uso de suelo conflictivo con su origen residencial.

“La distribución de edificios como el Banco Central, el cuartel general de la Policía Nacional, Rentas Internas (hoy DGII), Educación y otras dependencias del gobierno, marcaron una ruta para la diversidad en el uso de suelo sin responder a ningún sistema claro de ordenamiento del territorio. Un edificio como la Maternidad Nuestra Señora de la Altagracia sorprende aun por su ubicación fuera de las zonas a las cuales les ofrece servicio”, puntualizó.