Una buena semilla
Don Enrique Armenteros sembró en tierra fértil
A cuatro años de su partida, su legado crece
Con la creación de la Fundación Progressio, hace ya unos cuarenta años, don Enrique Armenteros dispuso de un instrumento para canalizar respuestas a su profunda preocupación por el hombre y la mujer dominicanos desde la perspectiva del medio ambiente y los recursos naturales.
Sobre esa plataforma se concibieron y pusieron en marcha proyectos, cuya pertinencia y relevancia han sido avaladas en el tiempo. Entre ellos estuvieron el programa de reforestación Alianza del campesino con el árbol, ejecutado en San José de Ocoa, a través del cual se sembraron más de cuatro millones de árboles; el programa de educación ambiental, por el que se dictaron múltiples charlas y conferencias y se publicaron unos 17 títulos sobre temas relacionados con el área; iniciativas como la creación de los bosques de la vida, para fomentar el tributo al árbol y el respeto a la naturaleza; el apoyo a entidades hermanas con propósitos similares como Salvemos El Camú, en La Vega, y la Fundación Quita Espuela, en San Francisco de Macorís; la promoción de la declaratoria de unos terrenos en Casabito, Constanza, como área protegida a la que se denominó Reserva Científica Ébano Verde y la adopción del compromiso de administrarla y desarrollarla.
Los beneficios de todas estas iniciativas no se pueden cuantificar, ni creo que interese hacerlo. Basta con saber que están ahí y que real y efectivamente todas ellas han ido contribuyendo al mejoramiento de la calidad de vida de dominicanos en distintos puntos del país. En unos casos ha sido mediante el mejoramiento de la calidad del aire que se respira y la provisión de agua para consumo doméstico, agrícola o hidroeléctrico; en otros, salvando especies en peligro de extinción o mejorando las condiciones para su supervivencia, y, finalmente, proveyendo espacios para el aprendizaje, la recreación y el relajamiento interior.
El hecho de que la Fundación Progressio haya logrado vivir todos estos años - desde hace cuatro sin la presencia de su fundador - superando cuantos obstáculos de una u otra forma lo han dificultado, constituye un logro que se debe reconocer. Y el que lo haya realizado dando frutos para la sociedad y de que, al día de hoy, bajo la responsabilidad de los descendientes de su fundador, siga con fidelidad la huella que el comportamiento ético y responsable que él trazó, es un motivo para mantener la fe.
En el país no somos dados a reconocer méritos ajenos, con la excepción de aquellos casos en que se trata de personas de mucha exposición pública, sobre todo si son artistas o políticos. Pero aquí tenemos muchos ‘héroes sin nombres’, hombres y mujeres que han hecho una labor trascendente, pero que poco a poco vamos dejando en el olvido. Don Enrique Armenteros es uno de ellos, pero no el único. ¿Qué decimos de Héctor Mateo Martínez, de Mary Pérez, de Abraham Hazoury, de Huberto Bogaert, de Hugo Mendoza, de Sergio Bencosme, de José de Jesús Jiménez Almonte, entre otros?
Gente de esa estirpe da razones para que se mantenga viva la esperanza de que aun es posible construir un futuro mejor para todos, de que - como los jóvenes de otros tiempos y otros lugares del mundo - esperemos con ilusión la llegada de otra primavera.
En un ambiente de discreción y fuera de los focos de la publicidad, en la Republica Dominicana ha habido y hay gente que no busca aplausos ni votos y piensa en el país, más allá del figureo mediático o del protagonismo que pueden generar acciones puntuales. Aunque se perciba como un gesto demodé, ante ellos, es preciso quitarse el sombrero y hacer una reverencia. Honor al que honor merece.
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