Mc. - Es tarde
Al Partido Revolucionario Dominicano se le ha hecho tarde para solventar con éxito los conflictos internos que hoy lo alejan de su histórica primacía política. Su horizonte inmediato está despoblado de buenos augurios. Las cosas han llegado demasiado lejos para intentar recomponerlas a último minuto.
Lo peor es la persistencia en visiones y acciones que en lugar de beneficiar los intereses del perredeísmo, los menoscaban. Nada mejor para demostrarlo que los malhadados proyectos de ley de lemas, primero, y después el del voto preferencial presidencial que hoy deberán poner en agenda los diputados.
Controvertido, el proyecto que aparece de pronto patrocinado por entusiastas pepehachistas, está plagado, conforme especialistas en la materia, de flagrantes contradicciones con la Constitución. Cuestión básica ésta, porque aunque el Estado de derecho sea aún en el país más figura jurídica que realidad, el respecto a las normas constitucionales sigue siendo una legítima aspiración ciudadana. A esto se agrega su pernicioso impacto en un proceso electoral al que apenas faltan cuatro meses para concluir.
Más allá de estos aspectos está, empero, el significado político intrínseco del método de elección ahora propuesto. Mucho de lo dicho para adversarlo es hipocresía de coyuntura. O sofisma que busca hacer pasar por defensa de la democracia lo que sólo es particular interés político. La democracia no es matemáticas exactas, aunque los números cuenten de manera decisiva.
Si este método es nocivo para la democracia, lo es porque fomenta la conversión de los partidos políticos en corporaciones electorales, alrededor de las cuales orbitan, potencial o efectivamente, negociantes de la política desprovistos de todo otro fin que no sea la ganancia. Ni principios, ni programas, ni propuestas, ni proyectos. Mucho, eso sí, proxenetismo político-electoral y tráfico con las influencias y las posibilidades, reales o ilusorias.
No es, como se pretende, la democratización del voto interno, sino la instrumentalización del espacio electoral público en beneficio de facciones o grupos con intereses -y propuestas, se supone- divergentes o contradictorias. Porque al final, aunque no se diga explícitamente, en el llamado "voto preferencial presidencial" hay una sumatoria indirecta de votos que termina por anular la diferenciación que se dice pretender con la pluralidad de candidaturas. La democracia es vencida por el subterfugio.
Si de democratizar el voto partidista interno se trata, lo que es deseable y plausible, habría que comenzar por democratizar las estructuras y la participación de la militancia para impedir que las cúpulas secuestren la organización y que la voluntad mayoritaria sea pervertida mediante la corrupción o la coacción.
Más allá de estos aspectos está, empero, el significado político intrínseco del método de elección ahora propuesto. Mucho de lo dicho para adversarlo es hipocresía de coyuntura. O sofisma que busca hacer pasar por defensa de la democracia lo que sólo es particular interés político. La democracia no es matemáticas exactas, aunque los números cuenten de manera decisiva.
Si este método es nocivo para la democracia, lo es porque fomenta la conversión de los partidos políticos en corporaciones electorales, alrededor de las cuales orbitan, potencial o efectivamente, negociantes de la política desprovistos de todo otro fin que no sea la ganancia. Ni principios, ni programas, ni propuestas, ni proyectos. Mucho, eso sí, proxenetismo político-electoral y tráfico con las influencias y las posibilidades, reales o ilusorias.
No es, como se pretende, la democratización del voto interno, sino la instrumentalización del espacio electoral público en beneficio de facciones o grupos con intereses -y propuestas, se supone- divergentes o contradictorias. Porque al final, aunque no se diga explícitamente, en el llamado "voto preferencial presidencial" hay una sumatoria indirecta de votos que termina por anular la diferenciación que se dice pretender con la pluralidad de candidaturas. La democracia es vencida por el subterfugio.
Si de democratizar el voto partidista interno se trata, lo que es deseable y plausible, habría que comenzar por democratizar las estructuras y la participación de la militancia para impedir que las cúpulas secuestren la organización y que la voluntad mayoritaria sea pervertida mediante la corrupción o la coacción.
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