Testimonio de un refugiado venezolano

“La pobreza aumentó del 48% en 2014 al 82% en 2016, según un estudio realizado por las tres universidades venezolanas de mayor prestigio. En este mismo estudio se descubrió que el 74% de los venezolanos había bajado un promedio de 8,6 kilos de peso de manera involuntaria. El Observatorio Venezolano de la Salud informa que en 2016 la mortalidad de los pacientes internados se multiplicó por diez, y que la muerte de recién nacidos en hospitales se multiplicó por cien. No obstante, el gobierno de Nicolás Maduro repetidamente ha rechazado ofertas de asistencia humanitaria.” Ricardo Hausmann, Project Syndicate, julio 31, 2017

José E. A. es un joven venezolano de 34 años que desde hace unos cinco meses salió huyendo del infierno venezolano y se refugió en República Dominicana con la esperanza de conseguir un trabajo para sostener su familia en Venezuela. No es la primera vez que José está en nuestro país; anteriormente, había venido como turista, acompañado de su esposa y de su hija. Ahora, lo hacía en una condición muy diferente... En los últimos años conseguir alimentos para su familia se había convertido para él –lo mismo que para decenas de miles de familias venezolanas- en una verdadera odisea. Atrás habían quedado los tiempos en los que Venezuela era uno de los destinos preferidos para la inmigración exploradora de nuevas oportunidades de trabajo. En algún momento del pasado, la nación sudamericana era segunda –después de Estados Unidos- en solicitudes de visas de trabajo entre los dominicanos.

Hoy, eso es parte de la nostalgia y de la frustración de los millones de venezolanos que de repente se han visto condenados a la pobreza, a la represión y a la desesperanza. Son interminables las filas para conseguir los alimentos. En la carta que me escribe, José dice que “cuando se ve un producto de primera necesidad usted logra ver la interminable fila para adquirirlo y ojalá tenga usted suerte que le toque el número de cédula, pues no puede comprar si su cédula termina en un numero diferente; por ejemplo, los lunes pueden comprar cuyas cédulas terminan en 1 o en 2; los martes, para las terminaciones 3 y 4; los miércoles, 5 y 6; los jueves, 7 y 8; los viernes, 9 y 0. Lo más triste del caso es que si logra coincidir con el terminal de su cédula, llega a la puerta del local y le dicen que se acabó, que no hay, después de estar desde las 5 de la mañana hasta las 10 am expuesto a que le roben en el trayecto o en la fila. Nadie se imagina lo que vivimos los venezolanos a diario para poder comprar comida cuando se logra tener el dinero.”

En este conmovedor relato, José agrega que “el gobierno [de Venezuela] con sus malas políticas y sus esbirros del odio (policía, guardia nacional y colectivos armados) mantienen más de 120 muertes violentas en protestas, miles de detenidos, miles de heridos, sin importar distinción de edad, sexo, color de la piel; ellos solo disparan y reprimen. Me da una impotencia saber que el que lo hace quizás no tiene comida, medicinas que ofrecerle a sus hijos o familiares, y aun así disparan contra el pueblo.”

José se queja de que “a lo largo de la historia el pueblo de Venezuela ha dado ayuda humanitaria a diferentes países, como Panamá, Ecuador, Chile, Colombia, Perú, República Dominicana, entre otros, dadas sus crisis políticas o sociales. En Venezuela existe un número de dominicanos. Tuve el placer de conocer a varios que compartimos muchos años, muchos de ellos están aquí en RD escapando de la crisis venezolana. Yo no recuerdo ver a autoridades de inmigración recogiendo en una guagua a extranjeros en las calles, como si fueran delincuentes; hoy, en día, esto ha afectado de tal manera a mis compatriotas venezolanos que han sido tomados en la calle y apresados como delincuentes y llevados a Haina a su sede de Migración, para luego deportarlos a Venezuela. No sé si se enteró de la huelga de hambre que mantuvieron unos venezolanos por 15 días en esa sede, presos como delincuentes.”

Y, agrega que “tengo dos amigos que los detuvieron, los llevaron a Haina y fueron puestos en libertad porque conocían a un militar y debieron dar una suma de dinero. Escapamos de la terrible situación de Venezuela, y tenemos suerte de estar aquí y miren lo que sucede, víctimas del sistema aquí también... qué tristeza siento al saber que no sienten empatía los funcionarios del Estado Dominicano por aquel que escapa del régimen y viene a probar suerte para poder mandar algo de dinero a la familia para ayudar.”

José despide su carta enviando un “un fuerte abrazo al bravo y noble pueblo dominicano que hasta un plato de comida me han ofrecido, y se me nubla la vista con lágrimas de emoción y con pena de decirlo; pero, la verdad, ante todo. Gracias, mil gracias, a los que se han solidarizado con nosotros y brindado esa mano amiga que es requerida. Léase bien, al pueblo dominicano.”

Ciertamente, los dominicanos hemos sido beneficiados con la inmigración venezolana que se ha originado como fruto del deterioro continuo de la calidad de la vida y del clima de negocios en Venezuela. Son cuantiosas las inversiones que hemos recibido de empresarios venezolanos que ha decidido reubicar sus capitales, dados los nexos económicos y culturales que siempre han existido entre ambas naciones. Existen razones más que suficientes para dar a los venezolanos refugiados un trato temporal y especial. Pero, para ello es necesario que el gobierno resuelva su dilema: o continúa dándole el apoyo moral y político a la dictadura de Maduro o, sencillamente, le otorga refugio humanitario a las víctimas de ese régimen que deciden migrar a nuestro país en un intento desesperado por sobrevivir. Esta es la verdadera solidaridad. Lo anterior es complicidad.

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