Macorís la provincia Cocola

A mediados de la década del 70 del siglo XIX arrancó el desarrollo de la industria azucarera moderna dominicana

A mediados de la década del 70 del siglo XIX arrancó el desarrollo de la industria azucarera moderna dominicana. Un flujo de inmigración empresarial cubana, norteamericana, francesa, alemana, italiana y puertorriqueña, junto a negociantes locales, se sumaron a la aventura. Aprovechando tierras vírgenes de llanura irrigadas por un generoso sistema fluvial, facilidades fiscales y disponibilidad de mano de obra. Y la cercanía del demandante mercado de Estados Unidos.

Cuba, la potencia azucarera bajo dominio español al igual que Puerto Rico y primera exportadora mundial, era presa de la Guerra de los Diez Años (1868/78), una de tres campañas en el último cuarto del siglo XIX en pro de su independencia. Este conflicto y sus derivaciones perturbadoras en la región oriental de la “Siempre fiel Isla de Cuba”, propició el traslado de capitales y personal técnico hacia nuestro país, tras oportunidades.

Los alrededores de Santo Domingo, Puerto Plata y Azua, escenificarían los primeros emplazamientos de ingenios modernos. Pero sería la “Gran Llanura del Este”, con la instalación de un conjunto de unidades industriales en San Pedro de Macorís, el factor que convertiría a esta aldea en un cosmopolita sugar town. Cruzadas sus calles por líneas férreas que conectaban el puerto con los ingenios. Dotado de grandes almacenes, manufacturas livianas, barrios étnicos, iglesias variopintas, logias, gremios de oficios, sociedades mutualistas y culturales.

Cubanos, boricuas, españoles, sirios, libaneses, norteamericanos, alemanes, italianos, súbditos de las Antillas Menores y más luego haitianos, se confundirían con el elemento local para fraguar el crisol multiétnico de Macorís del Mar, al cual le cantarían Domínguez Charro, Pedro Mir, Víctor Villegas y Norberto James.  

A partir de 1910, bajo la impronta de la South Porto Rico Sugar Company antes instalada en Guánica Central en la Isla del Encanto, se iniciaría la transformación productiva, en infraestructura y en el plano sociocultural de La Romana, con los trabajos de habilitación de los campos de caña del Central Romana que ya en sus primeras moliendas (1918/19, 19/20) desbancaría al ingenio Consuelo del liderazgo azucarero nacional.

Puerto Rico -gerentes, técnicos, personal administrativo, obreros calificados- se vaciaría demográficamente en La Romana trasladando su know how a este espacio virgen. Hasta la policía de San Juan, con el capitán Morales al frente, transfundió sus efectivos armados para conformar el cuerpo de guardas campestres. Desde entonces, La Romana sería un polo de atracción que no ha cesado de crecer.

Tan temprano como 1884, nuestra industria azucarera sufrió los efectos de la crisis de precios provocada por la expansión de los azúcares de remolacha europeos y el sistema de subsidios o bonificación a sus exportaciones fijado por los estados productores (bounty system). Lo cual, junto a la quiebra y cierre de unidades en operación, obligó a los ingenios sobrevivientes a su modernización tecnológica y a la contracción del salario real. Provocando el retraimiento progresivo de la mano de obra local y la importación de braceros para la zafra, tanto de las Antillas Menores como de Puerto Rico.

Ya en los inicios del siglo XX, la zafra dependía de la llegada masiva a San Pedro de Macorís de la llamada inmigración “golondrina” que llegaba en “balandros plagados de calamidades”, como reseñaba la prensa local. Una parte de la cual se fue residenciando en el país, formando familias, iglesias, escuelitas, sociedades mutualistas, bandas de música y removiendo prejuicios, al evidenciar sus niveles superiores de calificación, disciplina, sentido del orden y valores familiares.

Los genéricamente denominados cocolos, en especial los súbditos de posesiones inglesas caribeñas dominaban la lengua de los ingenios, eran angloparlantes, lo cual facilitaba la intelección de los manuales técnicos operativos de los rodillos de molienda, las salas de purga, de tachos y centrífugas de fabricación, de las máquinas locomotoras, de los laboratorios, así como la interlocución con la plantilla gerencial de origen anglo. Eran, además, cristianos no católicos, compartiendo credo con los blancos equivalentes de la plantación.

Los cocolos fueron ganando prestigio en la comunidad. Su sentido de cumplimiento en el trabajo, la autoestima en la vestimenta -pobre pero limpia e impecablemente planchada-, la lectura de la Palabra que requería alfabetización, el carácter asociativo (iglesia, logia, asociaciones mutualistas, culturales y musicales, deportes), la valoración de la labor magisterial en escuelitas y clases a domicilio, en especial en enseñanza del inglés, fueron sellos distintivos de un ethos que les generó respetabilidad y reconocimiento.

La Ocupación Militar Americana (1916-24) será coincidente con una expansión de la producción azucarera y el surgimiento de nuevas unidades gigantes como el Central Romana y el Central Barahona, atraídos los empresarios por la demanda generada durante la Primera Guerra Mundial (1914-18) que afectó los campos remolacheros europeos y tumbó la oferta de esos edulcorantes, incluyendo los dos primeros años de postguerra. Fueron los años locos de la llamada Danza de los Millones que convirtió a Macorís en un polo de atracción y extravagancias.

Tras la subida de precios del azúcar sobrevino la caída de estos en noviembre de 1920 y la llamada mini depresión 1920-21 en Estados Unidos, que llevó a la ruina a dueños de ingenios, colonos, bodegueros, endeudados bajo el auge de la Danza. Y a la formación de grandes corporaciones multinacionales con operaciones en Cuba, Puerto Rico y República Dominicana con base en NYC, vinculadas al capital financiero y a los refinadores del Sugar Trust.

Durante la Ocupación Americana a ambos lados de la isla y a modo de triangulación el flujo de braceros haitianos se viabilizó, tanto para su empleo en la zafra cañera como para nutrir las brigadas de peones del Departamento de Obras Públicas, que emprendió la construcción de carreteras, puentes y edificaciones, como lo revelan los permisos otorgados a los ingenios y al propio ente oficial, así como el registro de esos nacionales por el Censo de Población de 1920.

De este modo, a la presencia de los trabajadores cocolos en el corte de la caña, en las líneas de transporte y factoría, se sumaría en el corte el componente haitiano. Convirtiéndose ya en la década del 20 en un factor que permitiría a la plantación azucarera reajustar a la baja sus costes laborales, con el empleo incremental de esta nueva mano de obra, debilitando la capacidad negociadora alcanzada por los cocolos y desplazándolos progresivamente en la zafra.

Sorteando así, junto a una mayor integración vertical del negocio, los ciclos depresivos característicos, agravados por demás por la imposición de barreras arancelarias. Que afectarían a los azúcares dominicanos, forzándolos a venderse en el lejano Reino Unido, en lugar del cercano Estados Unidos que privilegiaba a los dulces cubanos y borincanos.

Garveyismo y Racismo en el Caribe: el caso de la población cocola en la República Dominicana, de Humberto García Muñiz y Jorge L. Giovannetti, publicado recientemente por el Instituto Nacional de Migración y prologado por este columnista, nos ofrece una estimulante aproximación más que exploratoria de una dimensión poco estudiada de la fructífera presencia cocola en nuestro país. Al abordar su dinámica participación en una multiplicidad de organizaciones religiosas, mutualistas, sindicales, de odd fellows, culturales y deportivas.

Centrada la obra en la formación y vicisitudes de la mítica Black Star Line -como popularmente quedó registrada en la memoria local la Universal Negro Improvement Association y la African Communities League (UNIA-ACL). Nombre casi mágico que escuché por vez primera en los bancos del parque central de Macorís en los 70 del siglo pasado, de labios de Juan Niemen. Un sindicalista y periodista colaborador de Mauricio Báez en la Federación Local del Trabajo y en su órgano de prensa El Federado. Fuente testimonial empleada por los autores.

Llevado primero de la mano de los petromacorisanos Rafael Kasse Acta y Guillermo Vallenilla, y luego en incursiones con Justino José del Orbe junto a mi colega Walter Cordero, en ocasiones con la antropóloga norteamericana Patricia Pessar, a veces con el artista Nadal Walcot, me acerqué hace casi medio siglo al estudio de esta comunidad multiétnica azucarera y portuaria. Acogido generosamente por los Hazim, Musa, Alan, Acta Fadul, Antún, Zaglul, Gual, Pires, Serrat, Iglesias, Armenteros, Jarvis.

Estas indagaciones darían origen a la monografía La inmigración de braceros azucareros en la República Dominicana, 1900-1930, publicada en 1978 por el Centro Dominicano de Investigaciones Antropológicas (CENDIA), de la UASD, dirigido por mi caro Marcio Veloz Maggiolo.

En aquellos días, la mención de la Black Star Line y de Marcus Garvey obraba como disparador entre los viejos petromacorisanos. Garvey (Jamaica 1887-Reino Unido 1940) fue un activista, ideólogo e impresor jamaiquino afrodescendiente que derivó en leyenda al fundar en Kingston (1914) y NYC (1917) la UNIA, una organización panafricanista favorable al progreso socioeconómico de los afrodescendientes, que preconizaba la unificación de la diáspora y también la descolonización de África.

Creó en el corazón de Harlem el semanario Negro World (1918-33), la Negro Factory Corporation (tiendas de provisiones, restaurantes, lavandería, sastrería, fábricas de sombreros y muñecas e imprenta) y la naviera Black Star Line, alcanzando una enorme matrícula de seguidores en los años 20. Instaló los llamados Liberty Halls para sus veladas, en Harlem para 6 mil, en ciudades de EE. UU., Canadá, Costa Rica, Panamá, Belice, las Antillas. Incluida San Pedro de Macorís.

En 1920 UNIA operaba en 40 países en el América, África, India y Australia y realizaba su convención en el Madison Square Garden con 20 mil asistentes, proclamando los Derechos de la Gente Negra del Mundo. Nacía la leyenda.


José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.