Venezuela y la propagación de la malaria
Según un estimado, el colapso del sistema de salud contribuyó a un millón de casos el año pasado
Hubo una época durante la que Venezuela lideraba a Latinoamérica en la batalla contra la malaria, también conocido como paludismo. Ese ya no es el caso. El colapso de la economía y del sistema de salud del país, combinado con el auge de la minería ilegal en su región sur plagada de malaria, ha provocado un resurgimiento de la enfermedad, la cual se está propagando a través de las fronteras de Colombia y de Brasil.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha indicado que, entre 2010 y 2017, Venezuela experimentó un aumento de nueve veces en el número de casos confirmados de malaria, aumentando a 412,000. Esa fue la tasa de crecimiento más rápida del mundo entero, según el diario “The Lancet “.
La propagación de la enfermedad no se está desacelerando. Entre 2016 y 2017, el número de casos confirmados aumentó un 70 por ciento. Otro estudio, publicado este mes por las destacadas científicas venezolanas Adriana Tami y María Eugenia Grillet, estima que los nuevos casos alcanzaron 1 millón en 2018.
“Hace diez años solía ver 20 o 30 casos de paludismo al año en mi laboratorio”, comentó Oscar Noya, un profesor del Instituto de Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela en Caracas. “El año pasado vi 3,500”, él agregó.
La lucha mundial contra la malaria, conmemorada el 25 de abril de 2019 durante el Día Mundial de la Malaria, sigue centrada en África, en donde se encuentran nueve de cada 10 casos. Pero países como Venezuela demuestran que la batalla está lejos de ser ganada. El progreso en la eliminación de la enfermedad ha decaído. Sin embargo, los avances científicos están alentando la esperanza de que la iniciativa pueda recuperarse.
Venezuela ha elevado la tasa de malaria en las Américas en general. Según datos de la OMS, en 2017 representó la mitad de todos los casos de la región. Brasil, con una población siete veces mayor y con una vasta zona de paludismo en la cuenca del Amazonas, representó alrededor de un quinto de los casos.
Al comienzo de esta década, las Américas estaban ganando la batalla contra la enfermedad. Entre 2010 y 2014, el número de casos registrados en el hemisferio se redujo en un 42 % a 391,000.
Pero, desde entonces, la tendencia se ha revertido, y en sólo tres años el número de casos casi se ha duplicado, alcanzando los 774,000. Según la OMS, Venezuela representó el 84 por ciento de este aumento entre 2016 y 2017.
Esto dista mucho de la situación durante las décadas de 1950 y 1960, cuando Venezuela acogió con entusiasmo la fumigación con DDT, y con otros insecticidas, y erradicó la malaria de sus ciudades y comenzó también a derrotarla en su vasta selva del sur.
“Nosotros lideramos orgullosamente al mundo tropical en la eliminación del paludismo”, recuerda Carlos Chaccour, un experto venezolano en malaria del Instituto de la Salud Global en Barcelona, España. “El radical cambio de hoy día es extremadamente dramático”, comentó el Sr. Chaccour.
El colapso de la economía venezolana y la desintegración de su sistema de salud son en parte responsables. El Banco Mundial ha indicado que el producto interno bruto (PIB) real cayó un 18 por ciento el año pasado y que caerá un 25 por ciento este año. Eso se suma a una impactante caída acumulativa del 60 por ciento desde 2013.
Es la mayor crisis económica en la historia reciente de Latinoamérica. Esto ha afectado la financiación de los programas antipalúdicos, señalan los observadores. La OMS ha indicado que, en 2017, Venezuela gastó menos en cada persona expuesta al riesgo de contraer malaria que cualquier otro país en las Américas, aparte de Perú. Los médicos han dejado el país, parte de un éxodo de 3 millones de personas durante los últimos tres años, según una estimación de la ONU.
Hasta la semana pasada, el gobierno de Nicolás Maduro se había mostrado reacio a permitir la entrada de ayuda humanitaria al país, negando que hubiera una crisis y culpando a las sanciones estadounidenses de la escasez de medicamentos.
La minería es la otra significativa razón para el aumento de la malaria. En 2016, el Sr. Maduro anunció la creación del “Arco Minero del Orinoco” (AMO) en una vasta área rica en minerales que se extiende entre las fronteras con Colombia y Guyana.
Los mineros se han adentrado en el área en busca de oro, coltán — un mineral metálico que se usa en los teléfonos móviles y condensadores en equipos electrónicos — y diamantes, pero estas tierras están controladas, en gran parte, por grupos criminales y guerrilleros con escasa consideración por la salud pública.
“Las minas deforestadas llenas de aguas estancadas son excelentes lugares de cría para los mosquitos portadores de la malaria”, reportó el International Crisis Group (ICG) en un estudio reciente sobre el área.
Un grupo de campaña local descubrió que hasta una quinta parte de todas las muertes en comunidades indígenas fueron causadas por la malaria. Con la atención médica casi inexistente, los mineros pagan por las tabletas contra el paludismo con oro en un próspero mercado negro.
Es desde estas áreas que la malaria se ha extendido a Colombia y a Brasil. En Colombia, el número de casos de malaria disminuyó de 115,000 a 62,000 entre 2016 y 2018, según su Instituto Nacional de Salud. Pero los casos importados de Venezuela se triplicaron a 1,734. Es un problema pequeño pero que está creciendo.
Brasil también ha hecho grandes avances en la erradicación de la malaria de origen doméstico. Pero en el estado norteño de Roraima, el número de casos entre los migrantes venezolanos aumentó de 2,470 a 4,402 entre 2016 y 2018.
Afortunadamente, estos números siguen siendo pequeños en términos absolutos. Pero la preocupación es que si el estancamiento político continúa en Caracas, si la economía se complica aún más y si el éxodo se intensifica, el empeoramiento de la situación pudiera desencadenar una crisis de salud más allá de las fronteras de Venezuela.
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