Ocupación Americana de 1916
El 14 de abril de 1916 se verificó uno de los alzamientos que con frecuencia alteraban la vida política del país en los albores del siglo XX. Desiderio Arias, secretario de Guerra y Marina, se rebeló frente al presidente Jimenes, a causa de la destitución de dos de sus partidarios que ocupaban puestos de mando militar. El Congreso, dominado por seguidores de Arias y por opositores al anciano mandatario, se aprestaba a interpelarlo.
Los episodios que seguirían -desembarco de tropas de infantería naval, renuncia de Jimenes, elección del doctor Francisco Henríquez y Carvajal como presidente interino, nunca reconocido por Wilson- desembocarían en la Primera Ocupación Militar Americana. Tras siete meses de presiones para que el gobierno dominicano aceptara la designación de un experto financiero con poderes para manejar las finanzas públicas y un comandante americano que reestructurara los cuerpos castrenses en una sola entidad profesional.
El 29 de noviembre, desde el buque insignia Olympia, el capitán Harry S. Knapp proclamó que el país quedaba bajo “estado de ocupación militar, sometido al gobierno militar y al ejercicio de la ley militar.” Como le diría el coronel Pendleton a Francisco J. Peynado: “la ley marcial quiere decir que si Ud. pone la cabeza o el dedo en el camino del Gobierno, esa cabeza o ese dedo desaparecerá.”
Serían ocho años, tras los cuales, el país no volvería a ser el de antes. Los cambios implantados por los marines dejarían honda huella en la sociedad y las instituciones.
Desintegrados los cuerpos armados existentes, dieron paso a la Guardia Nacional que tendría el monopolio de la fuerza. Se procedió al desarme general de la población y a la liquidación de las bandas armadas. Originándose la resistencia, más en el Este, de grupos irregulares señalados por el interventor como gavilleros o bandidos.
En la Guardia, un Trujillo ingresante como segundo teniente en 1919 hizo carrera hasta convertirse en su comandante en jefe. Abriéndose camino hacia el poder político e imponiéndose durante tres décadas.
Se instauró un sistema de mensura y registro de la propiedad inmobiliaria mediante la Ley de Registro de Tierras de 1920. Su aplicación durante la depresión que afectó a la industria azucarera en los 20, facilitó la concentración de la propiedad a favor de las empresas americanas. Fue el capítulo de los desalojos, el avance del capitalismo corporativo que movió la pluma de Moscoso Puello en Cañas y bueyes, la de Manuel Amiama en El terrateniente y dio alas al canto épico de Pedro Mir en Hay un país en el mundo.
Se impulsó la educación en las áreas rurales (85% de la población), con mejoras salariales y se construyeron planteles en algunas ciudades siguiendo diseños del Sur de EEUU, como la Escuela Brasil en San Carlos.
El Código Sanitario de 1920 reguló la práctica médica y farmacéutica, el control epidemiológico y el saneamiento ambiental. Surgieron la Secretaría de Sanidad, el Laboratorio Nacional y las escuelas de enfermería. Dos nuevos hospitales y un leprocomio, renovándose otros cinco: de 100 a 450 camas.
Los marines dejaron una red vial moderna, enlazando regiones antes comunicadas por el tráfico de cabotaje y las líneas férreas del Cibao. Con las carreteras vino el automóvil y el trabajador haitiano, importado por Obras Públicas y los ingenios. Agregaron puentes, depósitos aduanales y otras infraestructuras. Una polémica reforma arancelaria y mejoras burocráticas.
La literatura sobre la Ocupación no ha sido abundante. The Americans in Santo Domingo (1928) es el clásico, de la autoría de Melvin M. Knight, encomendado ese estudio por el American Fund for Public Service, parte de una serie acerca del papel de las inversiones de EEUU en el exterior. De allí saldrían Nuestra Colonia de Cuba de Leland Jenks y Nuestros Bancos en Bolivia de Margaret Marsh. Primeras monografías sobre el “imperialismo económico”.
Publicado en 1939 por la Universidad de Santo Domingo, Los Americanos en Santo Domingo permaneció sin parangón. Hasta que el historiador Bruce J. Calder culminó su tesis sobre la Ocupación, editada por la U. de Texas: The Impact of Intervention (1984). Que presenta un balance más equilibrado de la gestión del gobierno militar. Afirmando que buena parte de sus ejecutorias se inspiraba en la ideología progresista, en boga en EEUU, que preconizaba reformas económicas y sociales con sentido de equidad.
Calder relativiza la leyenda negra sobre la Ocupación, alentada por el enfoque radical de Melvin Knight, el nacionalismo de nuestros intelectuales de los años 20 y el maniqueísmo marxista o neo marxista en la joven generación de estudiosos de las ciencias sociales, proclive a ver intencionalidad maquiavélica en todos los actos del consignado imperialismo. Existen tres ediciones en español de esta obra, la última de 2014 por cuenta de la Academia Dominicana de la Historia: El Impacto de la Intervención. La República Dominicana durante la ocupación norteamericana de 1916-1924.
Por el lado académico dominicano, como un meritorio estudio comprensivo, figura la obra del sociólogo Wilfredo Lozano La dominación imperialista en la República Dominicana, 1900-1930, que se concentra en los cambios estructurales que la intervención provocara en la economía. Publicada por la UASD en 1976, con prólogo de José del Castillo, la Comisión de Efemérides Patrias tiene en carpeta su reedición con motivo del Centenario de la Intervención del 16.
Contemporánea a la Ocupación, Los yanquis en Santo Domingo (1929) está escrita en esmerada prosa modernista por Max Henríquez Ureña, Secretario de la Presidencia del efímero gobierno de su padre Pancho, a quien acompañara en su campaña por América Latina, EEUU y Europa para reclamar la restitución de la soberanía. Es un cuidadoso relato documentado de los hechos que antecedieron a la intervención.
Documentos Históricos (1922), de Antonio Hoepelman y Juan A. Senior, recoge testimonios de personalidades dominicanas ante la Comisión Investigadora del Senado de los Estados Unidos que nos visitara en diciembre de 1921. Hoepelman —diputado cuando la intervención— publicó Páginas dominicanas de historia contemporánea (1951), ofreciendo su visión de ese proceso.
Con intención de denuncia, el publicista venezolano Horacio Blanco Fombona –encarcelado y censurado por su actitud nacionalista- editó en México Crímenes del Imperialismo Norteamericano (1927), libro que glosa excesos cometidos por los marines en el ejercicio de la autoridad militar.
En La Ocupación Militar de Santo Domingo por Estados Unidos (1916-1924), Sócrates Nolasco —cónsul dominicano en Puerto Rico— recoge sus artículos en la prensa puertorriqueña y cartas de personalidades dominicanas empeñadas en la campaña diplomática contra la intervención.
Muchos opúsculos y artículos de prensa registran la recia actitud de la intelectualidad dominicana ante la Ocupación. Resaltan Américo Lugo, Tulio M. Cestero, Fabio Fiallo, los Henríquez (Francisco, Federico, Max, Enrique Apolinar), Rafael C. Tolentino, Luis Conrado del Castillo.
Algunos títulos al azar: La Comisión Nacionalista Dominicana en Washington, del poeta Fiallo; Lo que significaría para el pueblo dominicano la ratificación de los actos del Gobierno Militar Norteamericano, del jurista Lugo; El Problema Dominicano, del escritor y diplomático Cestero; Medios adecuados para conservar y desarrollar el nacionalismo en la República, del jurista y orador del Castillo.