El Toletero de la Novena de Béisbol
Este Amable del Castillo Rodríguez, que luce en la novena juvenil sancarleña con el bate recostado del hombro y la mirada sagaz -cual bateador vigilante a los lanzamientos señalizados por el cátcher Manuel Arturo Peña Batlle- era hijo de Luis Temístocles del Castillo García (mellizo de Francisco y hermano materno de Abelardo Piñeyro, hijo a su vez del febrerista Benigno del Castillo y de Brígida García) y de Dolores Rodríguez Reyes (hija del general, poeta e historiador Manuel Rodríguez Objío y de Rita Reyes). Del encaste de Luis, diputado, terrateniente (su finca Alameda, hoy reparto que va desde la Duarte y cruza la prolongación 27 de Febrero) y picapleitos, con la maestra normalista directora del colegio para niñas El Amparo, en San Carlos, nacieron Luis Conrado, educador, abogado, diputado y líder nacionalista durante la Ocupación Americana, orador electrizante de verba fácil que impresionara en Santiago al joven Joaquín Balaguer durante un mitin de la Semana Patriótica, fallecido en accidente automovilístico en 1927. Autor de una cartilla de educación cívica que sirvió de texto para la formación de valores ciudadanos.
Seguía en la línea de los varones Jesús, hacendado con propiedades regadas por el país -como la que hoy sirve de asiento al embalse de la presa de Hatillo y su área de influencia y terrenos en Manoguayabo y otras secciones rurales aledañas, engullidos por la voracidad de Trujillo para siembra de cañas y potreros del Central Río Haina-, con negocio de canteras de materiales de construcción. Con propiedades urbanas como la que aloja el Colegio Santo Domingo, hoy también Universidad Católica, en cuyo costado sur se explotaba una cantera de piedra. Secuestrado al salir de la oficina de abogados de mi padre Francisco (su hermano menor) y desaparecido por la tiranía. Junto a Francisco, el tío Mané Pichardo Sardá y otros involucrados en esa red clandestina, formó parte activa de lo que se dio en llamar el Frente Interno, contraparte de los proyectos expedicionarios de Cayo Confites y Luperón, encabezados desde Cuba y Guatemala por el hacendado Juancito Rodríguez y otros exiliados.
Jesús fue alma noble y generosa, un verdadero páter familia para los del Castillo. Casado con Charo Ginebra, dotada de un temple de acero y una dulzura sin par, procreó a Milagritos y a Jesús, mejor conocido como Chuchi, quien inició carrera académica en el Ejército. De otros enlaces, Bienvenido, Esperanza y Minetta, así como Rafaelito Almonte. A mediados de los 40, Jesús viajó varias veces a Cuba, reuniéndose con los líderes del exilio (Juancito Rodríguez, Juan Bosch, Chito Henríquez, Tulio Arvelo), así como a New York. En México recibió atenciones especiales del embajador Joaquín Balaguer y del primer secretario Frank Salcedo.
Luego venía Amable, quien nació en 1901 y desde los años 20 siguió la carrera de la milicia en la Guardia Nacional. Al iniciarse los años 30 figuraba en el cuadro de oficiales encabezado por Trujillo, como consta en una obra de la época. Me refiere su hijo Luis Conrado -nacido en el 30 e ingeniero civil con un balance extraordinario de carreteras, caminos, puentes, canales, cálculos estructurales como los realizados para el monumento que simboliza la Feria de la Paz, popularmente conocido como "la bolita del mundo", que cuando tenía 7 años pasó vacaciones junto a su padre, comandante del Ejército en Loma de Cabrera, asistido entonces por los tenientes Juan Tomás Díaz y Pedro Livio Cedeño, ambos compadres y amigos de toda la vida de su padre. Eran los días terribles del llamado Corte.
Amable del Castillo fue comandante en varias demarcaciones, una de ellas San Francisco. En una biografía de Porfirio Rubirosa se narra que antes de éste casarse con Flor de Oro Trujillo, receloso Trujillo de la relación, el pretendiente fue detenido y dado de baja del ejército. A la salida de la fortaleza, Amable le advirtió que Trujillo había dado órdenes a Ludovino para que lo desaparecieran, una alerta que le salvó la vida. Amable cerró sus días en el ejército con rango de capitán.
El nexo con Juan Tomás era tal que -conforme relata el doctor Antonio García Vásquez en su testimonio sobre los acontecimientos del 30 de mayo publicado por su hijo Eduardo García Michel- Amable se presentó en casa de aquél en La Vega cuando el general comandaba las operaciones militares contra los expedicionarios del 59 en Constanza. En presencia de García Vásquez preguntó a Juan Tomás si era cierto que un hijo suyo (residente en Nueva York) se encontraba entre los expedicionarios. Juan Tomás chequeó la lista a mano y le informó que no. Poco tiempo después, todavía García Vásquez de visita, llegó una relación actualizada en la que figuraba el nombre de Jesús del Castillo Díaz.
Este joven -según me relató Tulito Arvelo, uno de los jefes del Movimiento de Liberación Dominicana en Nueva York, quien operaba junto a Alfonso Canto una oficina de reclutamiento en esa urbe- fue enlistado allí, siendo uno de los de menor edad. Como otros, corrió la suerte del fusilamiento, tras la rutina escalofriante de torturas. Varios miembros de la familia -entre ellos mi madre, a quien acompañé al SIM para comparecer ante Candito Torres- fueron requeridos para establecer el grado de vinculación con el expedicionario.
Todos estos elementos, en especial la proximidad de compadrazgo y frecuentación de amistad con Juan Tomás Díaz y Pedro Livio Cedeño y otros conjurados del 30 de mayo, llevaron a que Amable fuera a parar a La 40 tras el ajusticiamiento del tirano -quien además era su compadre desde 1931-, sospechoso de pertenecer al grupo magnicida. Un hallazgo fortuito de Radhamés Trujillo -quien se sorprendió al verlo desnudo en una celda del centro de torturas: "Oh, don Amable, ¿y qué hace usted aquí?", a lo que el preso habría respondido: "Oh, dizque acusado de conspirar contra la vida de mi compadre"- y la gestión oportuna de Chuchi del Castillo Ginebra -quien en ese momento formaba parte de la escolta de María Martínez junto a Francis Caamaño- ante Ramfis Trujillo, alegando la inocencia de su tío, le libró de integrar la nomenclatura de los exterminados por la insania criminal del hijo del dictador. Ramfis dio órdenes para que lo liberaran y le devolvieran las reses confiscadas y un revólver de su pertenencia.
Una plácida tarde del 30 de mayo, hace apenas dos años, mientras celebrábamos en el Country Club un nuevo aniversario del ajusticiamiento de Trujillo, Chana Díaz me preguntó con esa dulzura contagiosa que le caracterizaba: "José, ¿qué tú eres de Amable del Castillo?". A lo que contesté: "Sobrino, él fue el único de los hermanos del Castillo que sobrevivió al régimen". Chana me abrazó y se le aguaron los ojos. Me dijo entonces: "Juan Tomás y yo le bautizamos dos hijos a Amable, éramos compadres por partida doble. Él era como un hermano para Juan Tomás y donde quiera que estábamos, allí se aparecía Amable".
A seguidas de Amable, en la línea masculina del hogar formado por Luis Temístocles y doña Lola, iban Fernando (Nando, asesinado por la dictadura) y Francisco (Francisquito, fallecido tras una controversial cirugía), para completar cinco varones. Entre las mujeres -quienes levantaron a sus hijos y a una parte de sus sobrinos- figuraban Aurita, casada con Braulio (Negro) Desangles, llamada cariñosamente Mamacita, una dama que escribía poesía, bordaba, de alma grande. Ejercía su autoridad desde la vieja casona de piedra, madera y zinc de la calle Benigno del Castillo, antigua quinta de la familia. Flor de Oro, casada con Luis Manuel Piantini (cuya finca, urbanizada por su hijo Guillermo, con la asistencia técnica de su colega de ingeniería Leonte Bernard Vásquez, dio origen al Ensanche Piantini), padres del ya mencionado, de César Augusto (Bon), Eunice y Leda.
Rita Indiana, de fina sensibilidad poética como su hermana Flor de Oro, matrimoniada con el experto azucarero cubano Luis Felipe Haza, administrador de ingenios en el Este, cuya prole comprende a Felo, Orlando, Lillian, Yolanda e Ivonne. Mencía, valiente, indómita y responsable, de cuya unión con Manuel Valverde Gazán nacieron Manolo, Luis Ernesto (Neneto) y Lourdes. Y la más pequeña, laboriosa, hermosa y cariñosa, Consuelo, quien por temporadas residió en mi hogar para mi bien. Casada con Juan Ortega Frier, tuvo descendencia en Roberto y Lilian, una de mis madrinas, muy querida. Quien al igual que su madre, heredó el don de la laboriosidad y un gran talento. La verdadera historiadora de la familia.
Hacendado con propiedades en Angelina, Cotuí, Amable fue el más pródigo de los hermanos del Castillo. Siguiendo el mandato bíblico que reza "creced y multiplicaos", dejó huella fecunda donde puso su planta. Casado con Francisca González Hernández, una apreciada dama de una prestigiosa familia de Salcedo (la González Pantaleón), procreó con tía Pancha a Luis Conrado, Lourdes, Flor, Sagrario y Scarlett, todos meritorios. Con otras damas dejó descendencia, como Consuelito, Aurita, Kenia, Esperanza, Ramón (Chapa) y Lindbergh, quien residiera en los últimos años de vida de mi madre en nuestro hogar. A Frank, un economista inteligente, e Ingrid, una hermosa y talentosa arquitecta, los conocí en los 70 en la UASD, siendo yo profesor y ellos estudiantes.
Al tío Amable lo traté poco, no así a los hijos de Pancha. Siendo mozuelo llegó a mi casa un señor alto y fornido, vestido impecable de dril presidente. Era un día caluroso y el señor, con sombrero y pañuelo en mano, lucía sudoroso. Ya en la galería, donde me encontraba, se dirigió a mí: "¿Cómo se dice?" Yo respondí: "Saludo". Repitió varias veces la oración y yo hice lo propio. Al percatarse mi madre de su presencia se apersonó a la galería. "Fefita, cómo tú estás criando a este muchacho que no reconoce a su tío". Hechas las presentaciones, yo le dije: "Ción, tío". Me habría gustado tratar más al último varón de esa generación, el único que conocí.
Seguía en la línea de los varones Jesús, hacendado con propiedades regadas por el país -como la que hoy sirve de asiento al embalse de la presa de Hatillo y su área de influencia y terrenos en Manoguayabo y otras secciones rurales aledañas, engullidos por la voracidad de Trujillo para siembra de cañas y potreros del Central Río Haina-, con negocio de canteras de materiales de construcción. Con propiedades urbanas como la que aloja el Colegio Santo Domingo, hoy también Universidad Católica, en cuyo costado sur se explotaba una cantera de piedra. Secuestrado al salir de la oficina de abogados de mi padre Francisco (su hermano menor) y desaparecido por la tiranía. Junto a Francisco, el tío Mané Pichardo Sardá y otros involucrados en esa red clandestina, formó parte activa de lo que se dio en llamar el Frente Interno, contraparte de los proyectos expedicionarios de Cayo Confites y Luperón, encabezados desde Cuba y Guatemala por el hacendado Juancito Rodríguez y otros exiliados.
Jesús fue alma noble y generosa, un verdadero páter familia para los del Castillo. Casado con Charo Ginebra, dotada de un temple de acero y una dulzura sin par, procreó a Milagritos y a Jesús, mejor conocido como Chuchi, quien inició carrera académica en el Ejército. De otros enlaces, Bienvenido, Esperanza y Minetta, así como Rafaelito Almonte. A mediados de los 40, Jesús viajó varias veces a Cuba, reuniéndose con los líderes del exilio (Juancito Rodríguez, Juan Bosch, Chito Henríquez, Tulio Arvelo), así como a New York. En México recibió atenciones especiales del embajador Joaquín Balaguer y del primer secretario Frank Salcedo.
Luego venía Amable, quien nació en 1901 y desde los años 20 siguió la carrera de la milicia en la Guardia Nacional. Al iniciarse los años 30 figuraba en el cuadro de oficiales encabezado por Trujillo, como consta en una obra de la época. Me refiere su hijo Luis Conrado -nacido en el 30 e ingeniero civil con un balance extraordinario de carreteras, caminos, puentes, canales, cálculos estructurales como los realizados para el monumento que simboliza la Feria de la Paz, popularmente conocido como "la bolita del mundo", que cuando tenía 7 años pasó vacaciones junto a su padre, comandante del Ejército en Loma de Cabrera, asistido entonces por los tenientes Juan Tomás Díaz y Pedro Livio Cedeño, ambos compadres y amigos de toda la vida de su padre. Eran los días terribles del llamado Corte.
Amable del Castillo fue comandante en varias demarcaciones, una de ellas San Francisco. En una biografía de Porfirio Rubirosa se narra que antes de éste casarse con Flor de Oro Trujillo, receloso Trujillo de la relación, el pretendiente fue detenido y dado de baja del ejército. A la salida de la fortaleza, Amable le advirtió que Trujillo había dado órdenes a Ludovino para que lo desaparecieran, una alerta que le salvó la vida. Amable cerró sus días en el ejército con rango de capitán.
El nexo con Juan Tomás era tal que -conforme relata el doctor Antonio García Vásquez en su testimonio sobre los acontecimientos del 30 de mayo publicado por su hijo Eduardo García Michel- Amable se presentó en casa de aquél en La Vega cuando el general comandaba las operaciones militares contra los expedicionarios del 59 en Constanza. En presencia de García Vásquez preguntó a Juan Tomás si era cierto que un hijo suyo (residente en Nueva York) se encontraba entre los expedicionarios. Juan Tomás chequeó la lista a mano y le informó que no. Poco tiempo después, todavía García Vásquez de visita, llegó una relación actualizada en la que figuraba el nombre de Jesús del Castillo Díaz.
Este joven -según me relató Tulito Arvelo, uno de los jefes del Movimiento de Liberación Dominicana en Nueva York, quien operaba junto a Alfonso Canto una oficina de reclutamiento en esa urbe- fue enlistado allí, siendo uno de los de menor edad. Como otros, corrió la suerte del fusilamiento, tras la rutina escalofriante de torturas. Varios miembros de la familia -entre ellos mi madre, a quien acompañé al SIM para comparecer ante Candito Torres- fueron requeridos para establecer el grado de vinculación con el expedicionario.
Todos estos elementos, en especial la proximidad de compadrazgo y frecuentación de amistad con Juan Tomás Díaz y Pedro Livio Cedeño y otros conjurados del 30 de mayo, llevaron a que Amable fuera a parar a La 40 tras el ajusticiamiento del tirano -quien además era su compadre desde 1931-, sospechoso de pertenecer al grupo magnicida. Un hallazgo fortuito de Radhamés Trujillo -quien se sorprendió al verlo desnudo en una celda del centro de torturas: "Oh, don Amable, ¿y qué hace usted aquí?", a lo que el preso habría respondido: "Oh, dizque acusado de conspirar contra la vida de mi compadre"- y la gestión oportuna de Chuchi del Castillo Ginebra -quien en ese momento formaba parte de la escolta de María Martínez junto a Francis Caamaño- ante Ramfis Trujillo, alegando la inocencia de su tío, le libró de integrar la nomenclatura de los exterminados por la insania criminal del hijo del dictador. Ramfis dio órdenes para que lo liberaran y le devolvieran las reses confiscadas y un revólver de su pertenencia.
Una plácida tarde del 30 de mayo, hace apenas dos años, mientras celebrábamos en el Country Club un nuevo aniversario del ajusticiamiento de Trujillo, Chana Díaz me preguntó con esa dulzura contagiosa que le caracterizaba: "José, ¿qué tú eres de Amable del Castillo?". A lo que contesté: "Sobrino, él fue el único de los hermanos del Castillo que sobrevivió al régimen". Chana me abrazó y se le aguaron los ojos. Me dijo entonces: "Juan Tomás y yo le bautizamos dos hijos a Amable, éramos compadres por partida doble. Él era como un hermano para Juan Tomás y donde quiera que estábamos, allí se aparecía Amable".
A seguidas de Amable, en la línea masculina del hogar formado por Luis Temístocles y doña Lola, iban Fernando (Nando, asesinado por la dictadura) y Francisco (Francisquito, fallecido tras una controversial cirugía), para completar cinco varones. Entre las mujeres -quienes levantaron a sus hijos y a una parte de sus sobrinos- figuraban Aurita, casada con Braulio (Negro) Desangles, llamada cariñosamente Mamacita, una dama que escribía poesía, bordaba, de alma grande. Ejercía su autoridad desde la vieja casona de piedra, madera y zinc de la calle Benigno del Castillo, antigua quinta de la familia. Flor de Oro, casada con Luis Manuel Piantini (cuya finca, urbanizada por su hijo Guillermo, con la asistencia técnica de su colega de ingeniería Leonte Bernard Vásquez, dio origen al Ensanche Piantini), padres del ya mencionado, de César Augusto (Bon), Eunice y Leda.
Rita Indiana, de fina sensibilidad poética como su hermana Flor de Oro, matrimoniada con el experto azucarero cubano Luis Felipe Haza, administrador de ingenios en el Este, cuya prole comprende a Felo, Orlando, Lillian, Yolanda e Ivonne. Mencía, valiente, indómita y responsable, de cuya unión con Manuel Valverde Gazán nacieron Manolo, Luis Ernesto (Neneto) y Lourdes. Y la más pequeña, laboriosa, hermosa y cariñosa, Consuelo, quien por temporadas residió en mi hogar para mi bien. Casada con Juan Ortega Frier, tuvo descendencia en Roberto y Lilian, una de mis madrinas, muy querida. Quien al igual que su madre, heredó el don de la laboriosidad y un gran talento. La verdadera historiadora de la familia.
Hacendado con propiedades en Angelina, Cotuí, Amable fue el más pródigo de los hermanos del Castillo. Siguiendo el mandato bíblico que reza "creced y multiplicaos", dejó huella fecunda donde puso su planta. Casado con Francisca González Hernández, una apreciada dama de una prestigiosa familia de Salcedo (la González Pantaleón), procreó con tía Pancha a Luis Conrado, Lourdes, Flor, Sagrario y Scarlett, todos meritorios. Con otras damas dejó descendencia, como Consuelito, Aurita, Kenia, Esperanza, Ramón (Chapa) y Lindbergh, quien residiera en los últimos años de vida de mi madre en nuestro hogar. A Frank, un economista inteligente, e Ingrid, una hermosa y talentosa arquitecta, los conocí en los 70 en la UASD, siendo yo profesor y ellos estudiantes.
Al tío Amable lo traté poco, no así a los hijos de Pancha. Siendo mozuelo llegó a mi casa un señor alto y fornido, vestido impecable de dril presidente. Era un día caluroso y el señor, con sombrero y pañuelo en mano, lucía sudoroso. Ya en la galería, donde me encontraba, se dirigió a mí: "¿Cómo se dice?" Yo respondí: "Saludo". Repitió varias veces la oración y yo hice lo propio. Al percatarse mi madre de su presencia se apersonó a la galería. "Fefita, cómo tú estás criando a este muchacho que no reconoce a su tío". Hechas las presentaciones, yo le dije: "Ción, tío". Me habría gustado tratar más al último varón de esa generación, el único que conocí.