El pragmatismo político dominicano
El pragmatismo es la religión de los principales partidos políticos dominicanos, y sus oficiantes la utilizan para alienar a sus militantes, de manera que no sean capaces de cuestionar el asalto al erario, y para que aquellos que se benefician del mismo se liberen de los cargos de conciencia y vivan la vida loca. El dogma es categórico: el poder por encima de todo, sin importar los medios para alcanzarlo o mantenerlo. El que lo ponga en duda es un hereje.
Quien ejerce la política solamente para alcanzar y retener el poder como dé lugar se convierte en prisionero de los cálculos, de los órganos del partido, de las encuestas, de los grupos de presión y del populismo. Se veda a sí mismo todo lo que huela a riesgo y evita las acciones audaces. Termina inmovilizado en una celda mental, no transforma nada y se aleja de la misión asignada de trabajar por el bien común.
En todas partes, la actividad política requiere de sentido práctico, pero no a cualquier precio. El pragmatismo nuestro es primitivo, solo se concentra en el poder y en el robo, y por eso sus resultados son mediocres para nuestro país. Su característica primitiva se explica porque se desenvuelve en el campo del delito, violando leyes, constituciones, normas, regulaciones, programas y principios, en un ambiente de absoluta impunidad y de estimulada degradación moral.
En otros países se hace más, se piensa en el largo plazo, se logran importantes consensos y se hacen transformaciones significativas. Nosotros, en cambio, nos engolosinamos con nuestras altas tasas de crecimiento económico y nos quedamos idiotizados en medio del fango viendo cómo otras naciones nos han ido dejando atrás en la superación de la pobreza.
El modelo corrupto que nos rige desde hace décadas es la máxima expresión de nuestro pragmatismo primitivo, cuyos predicadores afirman que dicho modelo es necesario para ser exitosos en la conservación del poder. Se proclama de esa manera, sin decirlo, no solamente que nos han hecho perder cuantiosos recursos que pudieron haberse destinado al desarrollo, sino también que nuestra ineficiencia como país será siempre sistémica, a no ser que nos gobiernen partidos y líderes con otros criterios.
Si ese pragmatismo es la brújula, la guía y el faro, todo lo demás es secundario. Así, no es pragmático tener instituciones que puedan atacar al modelo corrupto porque se arriesgaría la conservación del poder. Tampoco se puede aplicar la ley a todos por igual, pues puede ser políticamente peligroso. La autoridad solamente existe para proteger a los grandes desfalcadores y para abusar de los demás ciudadanos. Las instituciones se debilitan y se convierten en mercados. Reina entonces el desorden y el país pierde las herramientas institucionales necesarias para progresar verdaderamente.
El pragmatismo es también una buena excusa para los políticos cobardes. Como saben que hacer cosas trascendentes implica riesgos, se escudan en él para no emprender las tareas heroicas que el país requiere.
Nuestro pragmatismo no tiene moral, pues explícitamente la excluye. Por tanto, bajo su paraguas caben cómodamente todos los que no la tienen. No es una ingenuidad de los pragmáticos que con ellos terminen trabajando tantos truhanes. Tiene que ser así, pues cuando se establece que todo vale con tal de alcanzar y mantener el poder para robar y continuar robando, no se puede esperar estar acompañado por santos. Es ahí cuando se advierte que el pragmatismo de los partidos que nos han gobernado en las últimas décadas no es más que un basurero.
El pragmatismo político dominicano ha sido así, pero eso no quiere decir que no pueda ser de otra manera. Si los objetivos se modifican y los gobiernos deciden ser agentes de cambio y no de retraso, otra será su naturaleza. Actualmente, la realidad del país le está ofreciendo al Gobierno una oportunidad para usar el pragmatismo con el fin de iniciar el proceso de transformación que requerimos para desarrollarnos y vencer la pobreza. Las fuerzas sociales para hacerlo están ahí, un poco calladas, pero están. Todavía hay tiempo para tomar las decisiones que permitan a la historia decir en el futuro que el presidente Medina usó esas fuerzas para hacer lo que había que hacer.
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Quien ejerce la política solamente para alcanzar y retener el poder como dé lugar se convierte en prisionero de los cálculos, de los órganos del partido, de las encuestas, de los grupos de presión y del populismo. Se veda a sí mismo todo lo que huela a riesgo y evita las acciones audaces. Termina inmovilizado en una celda mental, no transforma nada y se aleja de la misión asignada de trabajar por el bien común.
En todas partes, la actividad política requiere de sentido práctico, pero no a cualquier precio. El pragmatismo nuestro es primitivo, solo se concentra en el poder y en el robo, y por eso sus resultados son mediocres para nuestro país. Su característica primitiva se explica porque se desenvuelve en el campo del delito, violando leyes, constituciones, normas, regulaciones, programas y principios, en un ambiente de absoluta impunidad y de estimulada degradación moral.
En otros países se hace más, se piensa en el largo plazo, se logran importantes consensos y se hacen transformaciones significativas. Nosotros, en cambio, nos engolosinamos con nuestras altas tasas de crecimiento económico y nos quedamos idiotizados en medio del fango viendo cómo otras naciones nos han ido dejando atrás en la superación de la pobreza.
El modelo corrupto que nos rige desde hace décadas es la máxima expresión de nuestro pragmatismo primitivo, cuyos predicadores afirman que dicho modelo es necesario para ser exitosos en la conservación del poder. Se proclama de esa manera, sin decirlo, no solamente que nos han hecho perder cuantiosos recursos que pudieron haberse destinado al desarrollo, sino también que nuestra ineficiencia como país será siempre sistémica, a no ser que nos gobiernen partidos y líderes con otros criterios.
Si ese pragmatismo es la brújula, la guía y el faro, todo lo demás es secundario. Así, no es pragmático tener instituciones que puedan atacar al modelo corrupto porque se arriesgaría la conservación del poder. Tampoco se puede aplicar la ley a todos por igual, pues puede ser políticamente peligroso. La autoridad solamente existe para proteger a los grandes desfalcadores y para abusar de los demás ciudadanos. Las instituciones se debilitan y se convierten en mercados. Reina entonces el desorden y el país pierde las herramientas institucionales necesarias para progresar verdaderamente.
El pragmatismo es también una buena excusa para los políticos cobardes. Como saben que hacer cosas trascendentes implica riesgos, se escudan en él para no emprender las tareas heroicas que el país requiere.
Nuestro pragmatismo no tiene moral, pues explícitamente la excluye. Por tanto, bajo su paraguas caben cómodamente todos los que no la tienen. No es una ingenuidad de los pragmáticos que con ellos terminen trabajando tantos truhanes. Tiene que ser así, pues cuando se establece que todo vale con tal de alcanzar y mantener el poder para robar y continuar robando, no se puede esperar estar acompañado por santos. Es ahí cuando se advierte que el pragmatismo de los partidos que nos han gobernado en las últimas décadas no es más que un basurero.
El pragmatismo político dominicano ha sido así, pero eso no quiere decir que no pueda ser de otra manera. Si los objetivos se modifican y los gobiernos deciden ser agentes de cambio y no de retraso, otra será su naturaleza. Actualmente, la realidad del país le está ofreciendo al Gobierno una oportunidad para usar el pragmatismo con el fin de iniciar el proceso de transformación que requerimos para desarrollarnos y vencer la pobreza. Las fuerzas sociales para hacerlo están ahí, un poco calladas, pero están. Todavía hay tiempo para tomar las decisiones que permitan a la historia decir en el futuro que el presidente Medina usó esas fuerzas para hacer lo que había que hacer.
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