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En Dajabón, territorio es mucho más que una palabra

En Dajabón, territorio no es palabra que remita al espacio físico. Territorio es un concepto. En él resuenan todas las capacidades humanas que echan hacia adelante el desarrollo autosuficiente y solidario. En Dajabón, y en los labios de sus dirigentes sociales, territorio habla también de empoderamiento, ese neologismo tan en boga que describe el sentimiento de saberse el vulnerable dueño del propio destino.

La mañana en que Diario Libre se reunió con Manuela Rodríguez, dirigente de la Agencia de Desarrollo Económica y Territorial de Dajabón (Adetda) y responsable de la “cadena de valor de lácteos”, no había electricidad en la fábrica donde, bajo esta lógica territorial, se procesan quesos y yogures. Tampoco valía la pena encender la planta de emergencia para poner a andar un enorme rectángulo de metal provisto de aspas que homogenizan la leche con los fermentos. En su lugar, y en idéntico recipiente contiguo, dos trabajadores hacían manualmente la faena. Imagen placentera ver la leche hacer pequeñas olas impulsada por el movimiento preciso, constante, a que era sometida.

Todo muy pulcro. Todo muy “por el librito”. Todo cerrado para que no entre un solo insecto que dañe la inocuidad del producto. En una pequeña habitación, un laboratorio para comprobar la incontaminación de la leche. Más allá, un cuarto frío que espera ser estrenado cuando la capacidad de producción alcance su tope. Ahora no porque su consumo energético pondría en riesgo los beneficios de los pequeños y medianos productores agrupados en la Cooperativa de Procesadores Lácteos Fronterizos (Cooprolacfro). Un orgullo de la cadena de valor de lácteos impulsada por la Adetda que reúne a pequeños ganaderos, productores de leche y procesadores de lácteos.

Manuela Rodríguez es locuaz y precisa. No parece haber pregunta de la que no sepa la respuesta. Habla además con satisfacción de las razones que explican por qué la cadena de lácteos, de gran impacto socioeconómico, pasó a ser prioritaria entre sus iguales.

Conforme los datos suministrados, la provincia de Dajabón produce diariamente alrededor de cien mil litros de leche, el cincuenta y tres por ciento de los cuales se vende a las grandes procesadoras y resto es convertido en queso en unidades hasta hace muy poco tiempo –todavía no desaparecido del todo— sin el rigor que demanda el producto.

“En la provincia de Dajabón hay actualmente alrededor de diecinueve pequeñas y medianas queserías. Oíamos hablar de globalización, de competitividad, y nos preocupó darnos cuenta de que no estábamos preparados para hacer frente a esta nueva realidad del mercado. Fue entonces cuando con el apoyo de la Adetda comenzamos a alentar la inquietud por la asociactividad”, explica Manuela Rodríguez con gran dominio del tema.

El pasado 10 de enero se cumplieron seis años del comienzo del cambio de las cosas. Gracias al que califica de “proceso de acompañamiento y autogestión”, nació la cooperativa con dieciocho pequeños y medianos procesadores. Un total de 150 familias asociadas que abandonaban el aislamiento para construir juntas un destino promisorio. Sus apoyos externos fundamentales han provenido del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y la Agencia para el Desarrollo de los Estados Unidos. Pero también del propio Estado dominicano que, a través del Fondo Especial para el Desarrollo Agropecuario (FEDA), les financió la compra y puesta en marcha de la moderna planta procesadora. Veinte millones de pesos desembolsados, peso sobre peso, en la medida en que el proyecto iba demostrando su eficacia y transparencia.

La compra no es cosa que carezca de importancia; por el contrario, su relevancia va más allá de lo económico. Antes, la planta pertenecía a una sola familia, ahora a 150. Un logro que encandila los ojos de Manuela Rodríguez porque el beneficio obtenido llega a más gente. Le satisface notoriamente decir que la planta es una de las más modernas del país hoy día. Un acicate más para perseguir su sostenibilidad.

Algunos frutos ya comienzan a verse en más de un ámbito. “Todos conocemos –dice Manuela Rodríguez— la manera de elaborar lácteos a pequeña escala que era la nuestra. Sin embargo, la cooperativa ha educado a los productores en buenas prácticas, manufactura, inocuidad y en muchos otros aspectos que inciden en una mejor calidad de nuestros productos, en la eficiencia y en la rentabilidad”.

En ocasiones no es fácil seguirle el hilo a Manuela Rodríguez. No es sin embargo su culpa. La asociatividad, el cooperativismo y la economía solidaria están tan lejos de la naturaleza egoísta del mercado neoliberal y es tan otro su discurso que obligan a desandar la conversación para entender algunas cosas. Y no, la planta no monopoliza la producción de quesos; la planta es, precisa, “una unidad de negocios de la cooperativa”. Para que nos entendamos: cada socio tiene “su pequeña plantita” y la grande, esa donde el acero inoxidable habla sin palabras de asepsia y conocimiento, es una especie de propiedad colectiva. Los beneficios monetarios que esta genera se reparten en estricto apego a la norma legal que rige el cooperativismo.

Hay una pregunta obligada: cuál es el peso femenino en este proyecto tan esperanzador. La dirigente cooperativista no edulcora la píldora. No son muchas las mujeres, apenas un veinte por ciento de quienes encabezan las pequeñas y medianas procesadoras de lácteos agrupadas en Cooprolacfro. Una cosa distinta son los procesos. Por ello no es infrecuente ver cómo las mujeres comparten con los maridos las diversas tareas del oficio. Hay casos en los que el hombre produce y ella comercializa. O al revés, todo depende, pero casi siempre entretejen sus capacidades para sacar el mayor provecho.

“Yo digo que este es un medio para que se articule y armonice la familia al emprender juntos. Ahora bien, la cooperativa fomenta y motiva proyectos que incorporen a la mujer. Por ejemplo, ganamos un concurso organizado por CE-Mujer para proyectos de igualdad de género. El nuestro involucra a quince mujeres, madres de familia, que sin abandonar sus labores domésticas, obtienen algún ingreso vendiendo nuestros productos puerta a puerta”, agrega Manuela Rodríguez.

El azar vino a refrendarla. Terminada la entrevista, y cuando el equipo de Diario Libre se disponía a visitar el área de producción de la planta, una de estas mujeres se acercó al local en procura de mercancía. Con el marido ganando un salario bajísimo, los ingresos no alcanzan para suplir las necesidades del hogar donde un hijo discapacitado, que pese a sus 33 años sigue llamando “mi niño”, es su mayor desvelo. No es mucho lo que obtiene con la venta de quesos y yogures pero, para ella, “algo es algo”.

A la espera de que comience a funcionar la comercializadora, y al margen de la venta directa a cargo de las mujeres, los productos elaborados en la planta son colocados en el mercado local y nacional por distribuidores con los que se han establecido relaciones formales. Esto corre parajo con el estímulo y apoyo formativo y técnico a miembros de la cooperativa, seleccionados por su más alto nivel productivo. Cita como ejemplo a Rodríguez Estévez, quien vende su queso a los supermercados del Grupo CCN con el nombre de “Corazón dominicano”.

“Estamos en condiciones de responder a la demanda del mercado no solo local, sino también nacional. Nuestra capacidad instalada permite procesar diariamente treinta mil litros de leche en dos turnos”, dice Manuela Rodríguez. El día de la visita solo se procesaban seiscientos.

Parecerá un sueño del que estos pequeños y medianos productores asociados podrían ser despertados a dentelladas por la competencia de los más poderosos: quieren, y trabajan para ello, exportar sus productos. De hecho, ya concretaron una primera pequeña exportación a los Estados Unidos. Una segunda no pudieron realizarla porque el departamento que en el Ministerio de Salud Pública expide los registros sanitarios es epítome de paciencia bíblica y el documento no fue renovado a tiempo. Un tropiezo que no los desanima, empero, porque las metas están claras.

“Todos los sectores estamos trabajando juntos porque lo que necesitamos es organizarnos, reeducarnos, para competir. Eso es lo importante”, dice con voz pausada, pero firme, antes de invitar al equipo de Diario Libre a que vean con sus propios ojos aquello de lo que es capaz quien se hace dueño del propio destino.

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