El mito de los pleitos de Colón
Aquellos a los que siempre se llamó “pleitos colombinos”, no fueron tales; esto es: ni fueron pleitos ni fueron varios, sino un solo conflicto que, eso sí, habría de poner en un brete primero al rey Fernando el Católico y luego al emperador Carlos V.
Esta es la firme conclusión a la que han llegado, después de diez-años-diez de trabajo los historiadores de América Anunciada Colón de Carvajal --descendiente directa del Gran Almirante-- y José Manuel Pérez-Prendes, quienes presentaron, en la Real Academia de la Historia de la capital de España, cuatro impresionantes tomos bajo el título “La herencia de Colón. Estudio y colección documental de los mal llamados pleitos colombinos (1492-1541)”.
“Los Reyes Católicos -explica a EFE el profesor Pérez-Prendes, especialista en Derecho indiano- habían concedido a Colón un régimen de Derecho privilegiado, personal y transmisible a sus sucesores por vía de mayorazgo -iba directamente al primogénito varón-, así que cuando el Almirante muere, en 1506, su hijo mayor, Diego, reclama los derechos que correspondían a su padre”.
Este catedrático de Historia del Derecho por la universidad Complutense de Madrid quiere dejar claro de qué está hablando: “En Derecho estricto, no hay tal pleito y, muchos menos, pleitos, en plural. En todo caso, hay un solo conflicto”.
Doctora en Historia de América, también por la Complutense, Anunciada Colón de Carvajal, hermana de Cristóbal, heredero de los títulos, comentó a EFE que su motivación para bucear en el “conflicto” de la familia fue “dar la versión completa de un proceso muy citado pero poco conocido”.
Más de tres mil seiscientas páginas han necesitado para aclarar la controversia que Cristóbal Colón presintió y que, efectivamente, enfrentó a la Corona española con sus dos inmediatos herederos, su hijo Diego y su nieto Luis.
La obra, publicada gracias al patrocinio de la Fundación Mapfre y la colaboración inicial del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), aporta datos fascinantes sobre una disputa cuyo antecedente cierto está en las históricas Capitulaciones de Santa Fe (1492), por las que Isabel de Castilla y Fernando de Aragón otorgan a Colón una serie de concesiones.
Fernando el católico: “Yo por vos bien lo faría”
Diego Colón, que está en la Corte, insiste, una y otra vez, en que a él corresponden los títulos de Virrey de las Indias, Almirante de la Mar Océana y Gobernador General desde el momento mismo en que falleció su padre, dos años después de que muriera la reina Isabel (1504).
Fernando el Católico le escucha, le llama “almirante”, pero ve que cumplir lo acordado con su padre (recordemos, antes de su viaje) supone para la Corona poner América en manos de un hombre y, ay, en las de todos los varones que le sigan generación tras generación.
Y así -cita de memoria Pérez-Prendes-, le dice a Diego: “Yo por vos bien lo faría (sic), más non lo fago por vuestros hijos y sucesores”. A lo que el aludido responde: “Señor, ¿es justo que sufra y pene yo por unos hijos que ni siquiera sé si llegaré a tener?”.
Para complicar la disputa, en 1508 interviene el II Duque de Alba, Fadrique Álvarez de Toledo, quien ha casado a su sobrina María con Diego por sugerencia del propio monarca, así que le dice: “Me habíais dicho, majestad, que este casamiento era una gran honra para mi casa, ¿y ahora le negáis los títulos de su padre?”.
El Rey, hábil y astuto como siempre fue Fernando II, se quita de encima a Diego Colón mandándolo de gobernador a la isla de La Española, por entonces base nodriza para la conquista de lo que entonces dio en llamarse “Tierra Firme”. Pero con el hijo del gran almirante va un grupo de gentes que le hacen la vida imposible. Cinco años de broncas y es destituido.
Diego vuelve a la Corte y continúa presentando memoriales para reclamar sus derechos. Muere Fernando el Católico en 1516 y le toca a Carlos I de España lidiar con el problema.
“La desdichada virreina”
En 1520, el emperador reenvía a Diego a La Española, donde vuelve a ser mal recibido, se queda otros tres años y regresa por última vez a España, donde muere en febrero de 1526. Su viuda, María Álvarez de Toledo, continúa la lucha (se llamaba a sí misma “la desdichada Virreina”) en nombre de su hijo Luis.
La historia acaba en 1541, una vez que, en nombre de Carlos V, el cardenal Juan García de Loaysa ha “fabricado” dos laudos para resolver el contencioso.
Luis, de acuerdo con su madre y sus seis hermanos acepta los siguientes títulos: Duque de Veragua (hoy territorio de Panamá), Marqués de Jamaica, Almirante de la Mar Océana y, años más tarde, Duque de la Vega.
Colón de Carvajal resume en cinco las novedades de la colección documental. Primero, más de doscientos documentos añadidos; segundo, el resumen del contencioso; tercero, el gran memorial, un amplio desarrollo de los argumentos en favor de la herencia; cuarto, dos memoriales del propio Descubridor, “los últimos que escribió en su vida al Rey” –subraya-, y quinto, la evidencia de que el hermano de Diego, Fernando, fue el gran cerebro, el verdadero constructor intelectual de la reclamación.
Ambos profesores están de acuerdo en que la Corona debió tratar mejor a Diego Colón. Pérez-Prendes es tajante: “Las razones de Estado que podía haber alegado el Rey para incumplir su palabra podían haber revestido formas menos mezquinas”.
Y, en fin, el último mensaje de estos dos investigadores para aquellas naciones, nacionalidades y hasta provincias que afirman ser la cuna del Gran Almirante, es que Colón no era español; vale decir que “no era súbdito de ninguno de los reinos que integraban la Corona de los Reyes Católicos. Era extranjero, genovés para más señas, y se formó como marino en Portugal”.
Por Fernando Pajares
EFE/Reportajes