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La calle El Conde: Un reanimado mosaico bizantino

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La calle El Conde: Un reanimado  mosaico bizantino
La calle El Conde. (FOTO: MARVIN DEL CID)

SANTO DOMINGO. Come all, come all cheap! Look at these precious items! Venez tous, venez tous pas cher! Regardez ces objets précieux!

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Los “marchantes” de la emblemática calle El Conde se han visto obligados a apender idiomas para poder atender debidamente a los miles de turistas que frecuentemente visitan la Zona Colonial. Esa vía peatonal parece haberse convertido en un mosaico bizantino por sus múltiples coloridos, cobrando una mayor animación en los últimos tiempos, quizás por la apertura de nuevos restaurantes y otros negocios y por la creciente necesidad de esparcimiento en un sitio casi totalmente seguro, todavía bajo una remodelación que parece no tener fin.

Ese espacio, también conocido como La Zona, por encontrarse en la Zona Colonial, siempre ha servido como punto de encuentro de amigos y amigas, para fortalecer relaciones y hacer otras nuevas. Se logra además el re-encuentro con viejas amistades, entre las cuales de vez en cuando aparecen viejos revolucionarios, periodistas, escritores, empresarios, abogados, artistas plásticos, músicos, cantantes y hasta “locos”, estos últimos no porque hayan perdido la razón, sino por sus genialidades a la hora de teorizar sobre diversos temas, especialmente políticos.

El Conde, como ha sido tradicional, se exhiben pinturas al aire libre, las tiendas de regalos muestran sus mercancías en las mismas puertas de entrada; los turistas, cámaras al hombro, engalanan el ambiente con sus vestimentas de variados colores, chicas en pantaloncitos cortos, madres con bebés en sus carritos, jóvenes enamorados que caminan con las manos agarradas, músicos populares que transmiten alegría a través de sus rítmicas canciones y, en el parque del Almirante, miles de palomas que entretienen a los visitantes, nacionales o extranjeros, que les echan maíz adquirido en algún puesto de venta del mismo parque.

Son palomas mansas, blancas, turquesas, negras o de plumas moradas, que picotean el maiz incluso en las manos de niños y adultos que se los echan, momentos de ternura que queda plasmado en fotos de aquel momento encantador.

La paloma siempre ha sido identificada como el símbolo de la paz. La Biblia, texto sagrado, la menciona en repetidas ocasiones, lo que también sucede en numerosos poemas, canciones, novelas y cuentos.

La paloma ha sido asociada a acontecimientos políticos y religiosos, lo que en más de una ocasión ha despertado curiosidad y estimulado la imaginación popular.

En Cuba, en 1959, cuando Fidel Castro hizo su entrada en La Habana el primero de Enero, tras el triunfo de su revolución, una paloma blanca se posó sobre sus hombros y en ellos permaneció hasta que terminó su kilométrico discurso. Los periodistas teorizaron sobre el espectáculo, sobre el cual se hicieron variadas interpretaciones, entre ellas la de que la paz había llegado definitivamente a Cuba.

En la República Dominicana, el día del sepelio del líder José Francisco Peña Gómez, fallecido el 10 de mayo de 1998, una paloma blanca se posó sobre su féretro mientras era conducido por la multitud, en la avenida Leopoldo Navarro, suceso que levantó numerosos comentarios y que llamó la atención de fotógrafos y camarógrafos.

Una paloma blanca se posó sobre el féretro del obispo Bernardo de Balbuena, en plena Catedral de San Juan de Puerto Rico, el 10 de octubre de 1627, lo que también ocurrió en 1648 cuando se celebraban los funerales del obispo López de Haro.

En una época más reciente, en 1935, mientras se celebraban los oficios religiosos a propósito del fallecimiento de la señorita Pilarcita Blásquez de Jesús, en Higuey, “una paloma blanca que había estado posada momentos antes en el rojizo techo de la casa de donde murió la joven, penetró al interior del templo y voló tres veces cerca del féretro y luego se posó en uno de los cruceros de la nave central”, según testimonio del fallecido historiador Vetilio Alfau Durán.

“Cuando terminados los oficios fue conducido el cadáver al cementerio, los concurrentes vieron con sorpresa que la paloma estaba asentada sobre la cruz que remata el panteón donde se iba a dar sepultura a la infortunada joven, fallecida a la temprana edad de 17 años. Esto se comentó mucho y las viejas beatas que viven y moran en la iglesia, murmuraron:”Era una santa”.

En muchas iglesias dominicanas abundan las palomas, a veces fomentadas por los propios sacerdotes. También en Higuey, durante el ejercicio del presbítero Mariano Herrera Saviñón, en los primeros años del siglo 20, era costumbre recoger palomas y colocarlas en una jaula cerca del Altar Mayor, para soltarlas en el momento del Gloria in excelcis.

En muchos casos ha ocurrido que las palomas han desaparecido por las travesuras de la muchachada, aunque ahora hay más conciencia acerca de la necesidad de no molestar a esos pajaritos, mucho menos cazarlos, lo que está prohibido por la Ley.

En los parques, como por ejemplo en el Mirador del Norte y en la barriada de San Antón, las palomas son alimentadas por niños y adultos, pero además por los turistas que a menudo recorren la zona.

Es un hermoso y agradable espectáculo ver a las palomas volar libremente, sin que nadie las moleste, como auténticos símbolos de libertad y de paz...

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