Novela contra Trujillo ignorada en el país
En todas las literaturas importantes hay algún ensayista o crítico que se dedica apasionadamente a determinados temas o autores. En Moca, Puerto Rico, vive el profesor Roberto Fernández Valledor (1939), un auténtico iberoantillano: nació en Las Tunas, Cuba, de donde emigró su familia en1959 a Borinquen y se ha dedicado a escribir sobre la literatura de nuestros tres países hispani-caribeños, amén de ser, profundamente conocedor de Enrique A. Laguerre (1906-2005), el más grande novelista de la vecina isla, de quien fue confidente hasta su muerte, acaecida precisamente en su vecindad.
Consecuente como mocano de adopción, nos hace llegar, además de sus libros, noticias y textos de los antillanos y en especial, referentes a Laguerre. Entre esos valiosos regalos nos envió una novela sobre Trujillo que ha sido ignorada en el país y de la cual muy pocos han dado noticias, al extremo de que nunca imaginamos que el admirado autor de La Llamarada (agosto de 1935, con 35 reimpresiones de la primera y una última revisada y comentada de 2008), su mejor obra, clásica en el género de la protesta contra los abusos cometidos por los dueños de ingenios azucareros (cuatro años antes que nuestra Over (1939) de Ramón Marrero Aristy, un empleado de una empresa cañera en La Romana, que por su relación con los trabajadores boricuas, pudo haber leído), se hubiera interesado en nosotros.
Pues bien, como una demostración de lo mucho que nos ignoramos hasta en el nivel de las élites culturales de nuestras tres islas, cuya unión ha sido el sueño de prominentes figuras que van desde José Martí, Eugenio María de Hostos a Pedro Henríquez Ureña, tres cumbres antillanas, desconcierta que la novela El Laberinto (256 pp), publicada en 1959, que fue elegida por el Club Internacional del Libro en Londres, como su “Libro del Mes” y con cinco ediciones para 1965, dos fechas que coincidencialmente titilan en el patriotismo nacional, no haya sido objeto de comentarios de críticos o historiadores nuestros o alguna edición clandestina.
Nos place dar esta vieja noticia. Reducidos al espacio periodístico, citamos un ensayo en particular, de Estelle Irizarry, profesora norteamericana de la Universidad Georgetown de Washington: “La novelística de Enrique A. Laguerre - Trayectoria de su historia y literatura” (Editorial Cultural, Río Piedras, 1987), quien dedica el Capítulo Siete a la citada novela, con el título de “El guarda de su hermano. Un laberinto caribeño”, ofreciendo un resumen apretado del texto, que más adelante comentaremos.
Para entrar en materia señalamos que la historia misma de la novela es una narración dramática, un poco trágica, de acuerdo con Enrique Laguerre, una conversación, San Juan 2000) una entrevista que le hiciera Marithelma Costa en la cual este relata las persecusiones que padeció del sicariato internacional trujillista.
El año de la publicación fue uno de los que más dolores de cabeza produjo al dictador. Basta mencionar el 14 de Junio para que todavía nos estremezcamos hasta nosotros mismos por la audacia y la valentía de que somos capaces los dominicanos. Bien, don Enrique, sensible a lo antillano, tenía noticias de lo que pasaba en nuestro país y sin haber pisado nuestra tierra hasta 1963, luego de la desaparición del tirano, se enfrascó en esa laudable y peligrosa misión de denunciar la más sangrienta satrapía antillana que tantas ha padecido a través de su historia.
Escribir contra aquel monstruo de los mil sicarios, no era empresa inocente y Laguerre por poco lo paga con su vida, como veremos a continuación.
¿Y si pasamos a la séptima novela, El laberinto (1959)? preguntó MTC, y él respondió: “Tiene que ver con Trujillo. Cuando me la publicaron estaba en Nueva York, en la Universidad de Columbia. Allí conocí a Andrés Iduarte y nos hicimos amigos. Yo me hospedaba en un halls de Columbia y un viernes Andrés me dice: “Sal de ese dormitorio, que Trujillo tiene agentes que te vigilan”. A mí me parecían fantasías de Andrés. Al otro día fui donde vendían boletos para regresar a Puerto Rico y recuerdo que en unas escaleras alguien me llama: “Laguerre, Laguerre”. Lo miro y no lo reconozco, pero me pregunta que dónde me hospedaba porque tenía que hacerme una entrevista para el periódico La Prensa. Enseguida recordé que acababa de leer que Trujillo había comprado muchísimas acciones de ese periódico y le respondí que en esos días estaba por mudarme, que me diera su teléfono y lo llamaría. Todavía me estará esperando.”
Más adelante, a la intervención de la periodista, de si se salvó de milagro, le contó esto: “Si, y Andrés me convenció para que me fuera al Hotel París, donde él vivía porque allí estaría más seguro. Así que me mudé al París y poco después volví a Puerto Rico. Aquí sucedieron dos incidentes más. Había muerto el padre de Augusto Rodríguez, quien era muy amigo mío –yo vivía en el Barrio Jagüeyes de Aguas Buenas, donde tenía como seis mil metros de terreno y una casa– y volvía tarde de la capilla ardiente. Cuando entré por el camino hacia Aguas Buenas había un carro terciado con tres hombres fuera. Yo iba solo, toqué el claxon y aceleré, los hombres saltaron a la cuneta y tuve la suerte de poder dar la vuelta, enderezar el carro y salir de aquella especie de encerrona.
“Otra noche llegaron a la casa unas personas a procurarme, yo entonces tenía un perrito lanudo, pues siempre he sido muy amigo de los perros y el perro les salió ladrando y los individuos desaparecieron. Fueron tres incidentes diferentes. Me salvé de Trujillo, porque ese mismo año lo asesinaron.”
A la pregunta de cómo hizo para escribir de la República Dominicana sin ir allí, le dijo: “Es que los dictadores están en cualquier sitio. He tenido jefes que han sido dictadores y he aprendido cómo funcionan.”
Luego de hablar de las Antillas, concluye sobre la pregunta del por qué lo hizo: “Porque un país así, con esa historia, no se merece un dictador como Trujillo. Y yo quería denunciar esa dictadura. Trujillo hizo de la República Dominicana una finca privada, y los dominicanos de más valor tuvieron que huir del país, También había pasado antes, en tiempos de dictadores como Lilís y Buenaventura Báez, quienes hicieron huir a grandes personalidades del país”.
Hemos empezado por esta relación, para que el lector sepa de qué estamos hablando y por qué vamos a comentar con más detalles en una próxima entrega el contenido de ese laberinto en el cual estuvimos perdidos treinta y un años hasta que alguien encontró el Hilo de Ariadne.
Nota: El Laberinto, Quinta Edición, Editorial Cultural, impreso en Colombia, 1969.