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El FMI o nosotros

Los acuerdos con el Fondo sirven de pararrayos político para gobiernos de todo el mundo. Se les atribuye imponer medidas impopulares como condición para sus desembolsos y para dar luz verde a que otras organizaciones e inversionistas desembolsen sus recursos. Diplomático e impersonal, el FMI comprende que parte de su trabajo es desviar culpabilidades.

La RD acude a él de nuevo en medio de una situación fiscal apremiante. El gobierno enfrenta las naturales expectativas que un cambio de administración genera, pero encuentra que no puede ni siquiera mantener el nivel de gastos con que su predecesor concluyó su mandato, con la desventaja de un incumplimiento previo y de haber utilizado gran parte de los recursos a que el país tenía acceso.

Hay temor sobre el efecto de un acuerdo sobre los programas sociales, pero es esencial admitir que nada de lo que tengamos que hacer debido al acuerdo será diferente de lo que tendríamos que hacer sin él.

El Fondo se fija en políticas y balances. En cuanto a políticas se opone a las que interfieren con el comercio, el clima de inversiones, la competitividad, la libre operación de los mercados, el sistema de precios, la iniciativa privada y el pago puntual de las deudas. En cuanto a balances persigue que los compromisos no excedan a las disponibilidades, se corrijan los déficits y se opere en base a esquemas sustentables.

Si un gobierno usa sus ingresos para subsidiar la energía eléctrica, electrodomésticos, vehículos, parques de diversiones, empleos improductivos o lo que fuese, el Fondo podría deplorar que lo hiciese. Podría decir que el dinero se puede utilizar de otro modo, con mejor efecto sobre la productividad, el nivel de vida o el clima de negocios. Pero no podría impedirlo, siempre que gobierno en cuestión tuviese el dinero para hacerlo. Es cuando no tiene el dinero que ese gobierno tiene que acudir al Fondo y oír sus opiniones.