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Buena vida

Un espacio a la altura del malecón capitaleño

El interiorismo de este apartamento desafió la imponencia del Mar Caribe con un estilo ´urban-chic´.

En la Torre Veiramar II, y de cara al Malecón capitaleño, el interiorismo de este apartamento se atrevió a desafiar la imponencia del Mar Caribe al dotar a sus espacios de un estilo ‘urban-chic’, relegando el tema marino.

Con el mar de frente y flanqueada por otras torres que a lo lejos dominan las alturas de la capital dominicana, Veiramar II optó por un estilo urbano y contemporáneo, con un toque de elegancia en su decimoprimer piso.

Para su diseñador de interiores, Andrés Aybar Abud, las vistas panorámicas que se aprecian desde este inmueble debían integrarse a sus espacios interiores sin apoderarse del protagonismo que cobraría el aire cosmopolita, que con toques de sobriedad y distinción, le llevaron a bautizar como ‘urban-chic’ al estilo de este proyecto residencial.

 

Bajo el diseño y la construcción de la firma Sánchez & Curiel Construcciones S. A., la distribución de las estancias, el manejo de las perspectivas y el trazado de los ángulos permitieron que la arquitectura, tanto a lo interno como a lo externo de este apartamento, lo tornasen contemporáneo, dinámico y hasta un poco atrevido. Asimismo, sus puertas y zócalos -presentados en roble natural-, el porcelanato blanco de sus pisos y otros detalles de terminación, hicieron de éste un espacio más ligero, moderno y propicio para su ambientación.

Aunque las áreas están integradas de forma general, contaron con la debida distribución y demarcación, como para irlas descubriendo en la medida en que fueran transitadas. “Es como si se tratase de un laberinto”, explica su diseñador de interiores.

 

Vanguardismo, viveza y glamour

Con 190 metros cuadrados de extensión, un par de dormitorios con sus baños y orientados hacia el mar; con un medio baño, un área de servicio y otra de lavandería; con una terraza y un amplio balcón, este inmueble también integra a la sala, al comedor y a la cocina como un todo, permitiendo así el vivo disfrute del Mar Caribe y el impulso de un ambiente abierto, cómodo y funcional. 

Al ingresar a este piso, el área vestibular aguarda al visitante con una pared empapelada que, ubicada a la izquierda, exhibe una llamativa composición de figuras zigzagueantes; mientras que otro papel tapiz, al fondo, se muestra a base de formas geométricas cuadradas, indicando que Andrés Aybar quiso interconectar la estancia a través del print estampado de estos wallpapers (de la línea Romo) al prodigar un toque ‘retro’ y al evocar la tendencia de los años 60 y 70.

Allí, las piezas mobiliarias ornamentales, que también fungen como elementos propicios para el almacenaje, marcan un equilibrio asimétrico por su colocación escalonada en una trilogía de tramos enmaderados de la pared izquierda, y por un ritmo basado en la repetición (a través de esos tres elementos de madera y de los cuatro jarrones dispuestos sobre estos).

 

Más adelante, otra pared (del mismo lado) es presidida por un tramo flotante, que está centralizado, luce simple y sirve de soporte a unos accesorios plateados, que van muy de la mano con el concepto que el diseñador quiso conferirle a la entrada; bajo estas unidades decorativas se apostan tres stools, que permiten acomodar a los invitados, siendo decorativos y funcionales.

En el muro del fondo, la combinación de 24 espejos circulares dispuestos simétricamente a modo de un collage organizado, le aportan volumen y un matiz diferente al uso clásico y acostumbrado de los espejos.

 

Lo que sí impera en este vestíbulo es la presencia del rojo y el uso de luminarias empotradas y dirigidas. En cuanto a la iluminación, cada rincón fue trabajado y enfocado de forma diferente; el umbral cuenta con su propia luminosidad, y los spotlights de superficie, orientados hacia los cuadros, los espejos y los revestimientos de pared, se encargan de prodigar diversos niveles de dramatismo al recibidor.

Una vez en el área social, se desvela la cocina con una composición totalmente modular y con un estilo italiano, donde el mobiliario combinó el  laqueado en rojo y la madera en wengé. Los acentos en rojo de esta zona se extendieron de una manera armónica, tanto a la sala como al comedor; en la primera se hizo a través de un par de cojines aterciopelados y de unos detalles decorativos (en forma de huevos de resina natural) sobre una de las mesas, y en la segunda, por medio a las pinceladas carmesí de dos obras de Perdomo.

En el estar familiar, Aybar trabajó una paleta cromática muy sobria y neutral. Las tonalidades marrones, como el achocolatado del wallpaper, el taupe del sofá, el nácar de los cojines y el champán de la alfombra. Todos son colores derivados de la misma familia y armonizan a la perfección.

Para escoger el sofá de esta área se tomó muy en cuenta que su textura fuese encubridora, al igual que la de las butacas, y se previó que fuese amplio, cómodo y duradero. Sobre esta pieza mobiliaria hay cuatro cuadros idénticos, que iluminados directamente y dispuestos de diferentes maneras, crean un interesante efecto óptico de movimiento.

Como mesas de centro, dos piezas en cristal flotante procuran aligerar el ambiente, ante la fuerte presencia de la madera, y combinan con el resto de espejos de las áreas circundantes.

El salón principal no sólo funge como el estar familiar del matrimonio que habita en este apartamento, sino como el cuarto de estudio donde se ubica el centro de entretenimiento modular.

Ya en el comedor, es más que evidente la increíble mecánica de integración que se desarrolló en el interiorismo de estas áreas sociales. En esta estancia todo gira en torno a la lámpara colgante (Mercury Droplet, diseñada por Ross Lovegrove para el fabricante italiano Artemide), que va en consonancia con la redondez de la mesa y que logra que el conjunto luzca centralizado. Alrededor de esta, cuatro sillas tapizadas en seda y capitoneadas con botones de cristal, denotan una readaptación del barroquismo a la modernidad.

 

Y es que el diseñador de interiores Andrés Aybar supo plasmar en los muros del onceavo piso de la Torre Veiramar II, los gustos y personalidades de los anfitriones de este espacio, confiriéndole “calidez, modernidad, juventud y vanguardismo, y provocando en quienes lo visitan una reacción sensorial y una movilización de los sentidos”, según afirman los mismos.

Para cumplir con este cometido, Aybar lo tuvo claro desde el principio: aprovecharía al máximo las visuales hacia el Malecón y el Mar Caribe, creando los debidos contrastes al dejar de conceptualizar sobre el tema marino y sin olvidar que este apartamento es, antes que todo, un espacio citadino y, después de todo, un espacio a la altura del malecón capitaleño.