Un jardín urbano, enraizado en Bella Vista
El jardín de esta casa capitaleña es su “habitación exterior”, según la paisajista Rosángela Bobea
Podría decirse que una década no ha sido tiempo suficiente para los constantes cambios que ha sufrido, y sigue sufriendo, este jardín, desde que se enraizó en una de las residencias del centro de Santo Domingo.
Este jardín, que evoluciona incesantemente, ha vivido tres etapas, según la arquitecta paisajista Rosángela Bobea, quien ha sido la responsable, junto a la anfitriona de esta casa, del paisajismo del espacio.
Bobea debía optimizar al máximo el metraje de esta área exterior, pues había que adaptarla a las diversas necesidades y prioridades de un matrimonio con cuatro hijos.
Las tres etapas
El jardín empezó con un área de juegos para los niños. “También debíamos ‘cubrirnos’ de verde, por la cantidad de edificaciones que arropan a esta casa y por la intensidad de los rayos solares. El jardín fue así, primero”, recuerda Rosángela Bobea, quien es la responsable de incontables proyectos paisajísticos, tanto de complejos turísticos como de residencias privadas.
Posteriormente, los pequeños fueron creciendo y la propietaria contactó nuevamente a esta profesional. La idea a ejecutar, en la segunda etapa del jardín, era la de eliminar el otrora espacio infantil, y la de diseñar una fuente y un área para sentarse; así surgió la construcción de un pequeño gacebo, y de una terraza que se integrase al jardín. Por lo demás, el césped fue preservado, y todo lo demás permaneció igual…
La normalidad en este espacio ajardinado perduró durante un trienio hasta que a su dueña se le ocurrió instalar una piscina con un pergolado enfrente. Inmediatamente, volvió a llamar a la creadora del jardín para externarle su nueva propuesta. “Entonces pregunté a mi clienta: ‘¿Qué más quieres hacer aquí´?”, comenta Rosángela de forma hilarante. Y, de ese modo, procedió a llevar a cabo la tercera etapa…
Un “dedo verde”
Definitivamente, esta área exterior ha adquirido la personalidad de su anfitriona. Y aunque, ésta consulta constantemente a Rosángela Bobea sobre las modificaciones que desea hacer en este espacio, ella se ha empoderado cien por ciento del mismo -no por casualidad se ha granjeado la admiración de la arquitecta paisajista, quien la considera dotada de un “dedo verde” por su dedicación, pasión y talento hacia la jardinería.
En cuanto a las especies, “Primero, sembramos el samán, que hoy día hace las veces de sombrilla sobre el pergolado “, apunta la especialista; a partir de ese entonces, han sido muchas las plantas cultivadas y es difícil sacar la cuenta de cuántas son. Franchipanes, palmas (Macarthur y rafias), árboles de calamandrín, helechos y cañafístula… son algunos de los nombres que recuerda esta arquitecta paisajista.
Aquí, el colorido está a cargo de los caprichos, de las orquídeas, de las cañafístulas (cuando florecen de amarillo en las primaveras), y sobre todo, de los árboles de calamandrín; estos últimos irradian un color cítrico y vibrante a través de sus frutos.
Sin embargo, la escasa y sutil presencia floral se debe a que Bobea trabajó este espacio bajo el concepto de un jardín tropical, “lo cual es sinónimo de verdor, de sombra y de muy pocas flores”, según explica.
La razón de integrar tantas palmas al lugar se atribuye al movimiento que aportan al área, a su aspecto tropical y a su fácil mantenimiento; éstas le añaden, también, un aire casual y espontáneo. Rosángela combinó, además, el césped con un piso adoquinado, para que se le diese un uso constante a este jardín, sin temor a pisar y dañar la grama y sin evadirlo en los días de lluvia.
Pero la mutación de este “jardín urbano” no se detiene. Su propietaria ya sugiere la realización de nuevos cambios; mientras tanto, Rosángela Bobea ya se intuye el inicio de una cuarta etapa (que, seguramente, no habrá de ser la última…).