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Buena vida

Una villa de ultramar en El Portillo

Al ‘encallar’ en esta casa sus ‘tripulantes’ denotan gran pasión por el Atlántico y el Mediterráneo.

Situarse en El Portillo apenas fue el inicio de la fascinación que sienten los "tripulantes" de esta villa hacia el mar. Doscientos metros a "estribor", divisan el Océano Atlántico; un poco más lejos, en el horizonte, sueñan con "zarpar" hacia el Mediterráneo.


"Cuando tenga una casa de playa será en Las Terrenas", piensa en voz alta el propietario, tras remontarse al momento en que decidió adquirir el solar de 1,000 metros que hoy ocupa su villa.

Erigida en un complejo de El Portillo, que existe mucho antes que los primeros trazos de la vía Santo Domingo-Samaná se dibujaran en las mentes de sus constructores, esta residencia de estilo mediterráneo se constituye en un verdadero refugio para sus dueños.

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Varada en el brazo peninsular samanense, dista los metros suficientes de la playa El Portillo y está a un par de nudos del Océano Atlántico. Su blanqueada infraestructura recibe los pasos de los visitantes bajo un pergolado de madera y sobre un sendero empedrado que conduce hacia el interior de la vivienda.

Fraguando ideas
La interpretación del sueño de dotar a los 400 metros cuadrados de ambos niveles, de un estilo simplista en su infraestructura; de rusticidad en el interiorismo; y de múltiples detalles que evocan los más románticos chalets del Mediterráneo, estuvo a cargo de los arquitectos Carlos Troncoso y Lorena de la Mota, y de los ingenieros Claudia Franchesca de los Santos y Boris Goico.

Fueron, sin embargo, las claras ideas de los dueños de la villa, las directrices que marcaron su diseño y construcción; de hecho, el interiorismo es enteramente atribuible a uno de ellos: cada uno de sus viajes al extranjero, sus continuas visitas a las tiendas locales especializadas y decenas de revistas de decoración hojeadas, explican el buen gusto imperante en cada rincón.

Compartimentos integrados
En el umbral, el idílico sonido del agua al caer convierte la antesala en una zona de remanso y paz que deja boquiabiertos a quienes inclinan la mirada hacia el infinito buscando el final de la empedrada cascada adosada en la pared frontal.

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Al dejar atrás el singular vestíbulo, un espacio totalmente abierto inunda todos los sentidos. Sin paredes ni complicaciones, comparten el metraje en perfecta armonía: la cocina, el comedor, el área de televisión, dos salas, la terraza y el patio interior.

Desde la cocina, cuyo diseño es completamente abierto, se pueden preparar tragos y platillos mientras se conversa tranquilamente con los invitados que están sentados en el comedor, frente al televisor o departiendo en ambas salas. Esta particularidad la ofrece la disposición de las áreas, donde la cocina, estructurada con una altura normal, permite su integración con el resto de los espacios sociales.

Este "departamento de humo y grasa" es flanqueado por una iluminación muy singular que, entre nichos y ventanas proyectables, permite la inserción de luz indirecta y de velas, que lo hacen más placentero y acogedor.

En esta villa los espacios son más especiales gracias a la luz. De día, los rayos de sol ingresan por los amplios ventanales que, en paredes y techos, permiten que "se haga la luz", literalmente, en toda la estancia.

Por igual, una lámpara espectacular pende sobre el comedor y es responsable de la colocación horizontal de la mesa del comedor; compuesta por un palo de bambú central, irradiado desde adentro, despliega líneas de caracolas que cuelgan y hacen las veces de sonajero.

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En las salas se aprecia la inserción de elementos decorativos provenientes de Ecuador, Brasil, Miami, España y, en su mayoría, de República Dominicana. Muebles y ornamentos aluden a la naturaleza y al ambiente oceánico que se evidencia por el mobiliario de soga, las estrellas de mar, los peces, los cojines con motivos marinos y los helechos sembrados en tarros de soga pintados de blanco.

Floreros con agua repletos de vegetación circundante, candelabros elaborados con detalles de escamas, velones azules y pequeñas tortugas artesanales, son de las pequeñas cosas que marcan las grandes diferencias en este espacio. 


Azul a barlovento
En todas las áreas salta a la vista que el color azul es el tono central sobre el que gira la decoración de la casa entera, y las puertas son un ejemplo de ello: fabricadas en pino natural tratado están pigmentadas de azul.

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Las blancas paredes interiores hacen contraste con un piso único que las acompaña por todas las estancias. Este, vestido de rojo, amarillo y naranja, invita al recién llegado a caminar por las diversas zonas que componen esta residencia, de manera libre y desenfadada.

En los cuatro dormitorios prima la simpleza, el blanco y, por supuesto, el azul. Cada recuadro de las ventanas permite el ingreso de los haces de luz a través de los vidrios biselados, para bañar de frescura estos camarotes que inducen al descanso y la relajación.

Verde que te quiero verde
"Portillo se caracteriza por estar rodeado de montañas. Te sientes lleno de mar, de naturaleza; de verde, de azul?", narra el anfitrión, mientras se ríe de haber alterado los planos al instalar un pequeño desayunador sobre el lugar donde iría la cisterna, para estar en contacto con el medioambiente.

Un árbol de almendra -silente testigo de décadas- fue hallado por los dueños al adquirir la propiedad y se hace acompañar de la amplia vegetación nordestana. Alrededor de la casa, una palmereta actúa como verja natural y la grama se convierte en una gigantesca alfombra verde que acuna a la piscina y es matizada por algunas tinajas de barro que resguardan flores multicolores.

Para el disfrute del exterior, un pergolado recubierto de Danpalon es simulado con telares blancos que se mueven al compás de la brisa y al vaivén de las mecedoras, donde sus dueños se balancean y las mentes se impulsan hacia tierras lejanas, tal vez, hacia las del Mediterráneo...